domingo, 30 de diciembre de 2012

Capítulo IX: A poción regalada, no le mires el color


Esa noche fueron invitados de Charles y Xoanatella y, por ello, se aprovecharon de su hospitalidad comiendo tanto como pudieron y roncando bastante a la hora de reposar sus ojos.

Los costeños no habían mentido: apenas 300 metros más allá de la valla que cerraba su finca, un manzano bastante apetitoso no conseguía ocultar unas ruinas pétreas de aspecto antiguo. Era, sin duda, el Templo de Peleteirocles y, además, su certero destino esperándoles.

Tras el madrugón que Charles les obligó a acometer, pues le gustaba cantar mientras preparaba el desayuno a su esposa, elaboraron un plan bastante conciso: salir de la casita de la playa, caminar 300 metros hacia el manzano, entrar en lo que quedaba de las ruinas, dejar la ofrenda del Rey, marcharse y celebrarlo.

Era un plan redondo. Era un plan que no daba pie a errores. Y, por lo tanto, no ocurrió como esperaban.
Pero comencemos desde el inicio y no empecemos desde el final.


Nuestros aventureros desayunaron poca cosa, pues tenían los estómagos revueltos por el momento clave que iban a vivir (menos John Jesus, ese comió como si no hubiera mañana). Alargaron la sobremesa más de lo normal y no pararon de hacer ruiditos metálicos golpeando sus cucharillas contra sus tazas vacías. En el ambiente se mezclaban los nervios y la angustia.

- Bueno, chicos… No os veo decididos a patear culos – bromeaba Charles cada poco. Y ante la aburrida recepción de sus chistes, añadió:- La verdad, es que quizás consiga calmaros con esto – el guardaespaldas sacó unos pequeños botecitos de cristal de una despensa muy cuca de la cocina donde habían almorzado.

Lentamente, las miradas de los jovencitos se fueron posando en cada una de esas botellitas relucientes rellenas de líquidos de extraños colores y espesuras.

- Hay algo que no os hemos contado sobre nosotros… - se explicó Xoanatella, recogiendo las fichas del Scrabble de la noche anterior- Digamos que, ummm… Que mi marido y yo éramos más útiles en palacio de lo que podéis imaginar.

- Yo hacía mis pinitos en química.

- Y yo conozco de primera mano los entresijos de la naturaleza. Fue casarnos y ¡bum! Nos convertimos en una máquina inagotable creadora de pociones y disoluciones de todo tipo. No obstante, no nos gustaba lo que con ellas hacía tu madre.

Lady Lía comenzaba a cabecear: había tenido un sueño muy interesante con un tal Orlandelot Bloomcival y no le habría importado continuarlo en ese mismo instante.

- En resumen, - resolvía Charles – que os estoy regalando tres pociones variadas made in esta casa. Cada una es distinta, y cada una tendrá diferentes consecuencias. Esta primera – señaló la del líquido púrpura – os ayudará a obtener el favor de alguien. Esta otra, sin embargo, - apuntó a la de color plateado- os conseguirá la verdad. No las confundáis.

- Y por último, esta tan espesa y oscura de aquí os socorrerá cuando os sea imperativo huir. Valdrá con una gota de ella, no la malgastéis. Me he cansado de cocinar pulpo a la gallega para elaborarla –y con esto, Xoanatella comenzó a recoger las tazas, dando la conversación y el desayuno por zanjado.


Ansiosos ya por cumplir con la misión, los cuatro protagonistas recogieron sus pocas cosas, se despidieron de la pareja de científicos retirados y cargaron a NinaBieca con los bártulos. Antes del mediodía ya partían hacia las ruinas.

No tardaron mucho en recorrer los 300 metros, si bien la Descarriada se arrastraba quejumbrosa, susurrando “Orlandelot… sé mi pirata y mata a todos los orcos que puedas mientras esquivas a Aquiles”, y Luciana trataba de arreglarse el peinado mirándose en los reflejos de los charquitos de mar.

De hecho, tardaron bastante para ser cuatro chicos sanos y en la flor de su juventud.

Pero, al fin, llegaron.

Ataron las riendas de la yegua a una pesada piedra que antes había formado parte del techo del templo, y los cuatro se amontonaron en las puertas de éste, aún en pie, aunque destrozadas.

Temiéndose un “entra tú”, “no, tú”, “venga, va, a piedra-papel-tijera”, el Sir reunió el valor suficiente y comenzó a subir la escalinata de la entrada. Al fin y al cabo, él era el enviado especial del Rey. Él debía asumir la responsabilidad del éxito o del fracaso de la misión. Sobre todo del éxito.

Con una mano, empujó una de las puertas de madera del templo. Con poco esfuerzo, ésta se abrió por completo, golpeando contra los restos de pared.

El interior estaba en sombras: un par de pedazos de bóveda impedían que el sol iluminase la estancia directamente, pero se discernía todo a la perfección a través de la penumbra. John Jesus consiguió situar: una pequeña fuente totalmente seca a su izquierda; un cántaro de agua, un cáliz y algún que otro instrumento religioso tirados en el suelo al fondo de la sala; un roído tapiz colgado de la pared de la derecha; y un podio a modo de altar justo en el centro, en medio y medio del lugar.

Y allí, a un costado, oculta bajo una capucha de color oscuro, una cabellera rojo fuego.

martes, 13 de noviembre de 2012

Luciana


NOMBRE: Luciana Lopezuela del Sur

EDAD: 21

SEXO: Fémina

TÍTULO: Ingeniera en su pueblo natal, Portus Ameneirus

TAMAÑO: 165 cm

FÍSICAMENTE: pelo castaño liso y reluciente, cuerpo delgado pero esbelto, y esa característica manchita de leche en uno de sus incisivos

EN CUANTO A SU CARÁCTER…: optimista y trabajadora, se ha dejado un riñón para convertirse en ingeniera, persistente e ingenua (del tipo de ingenuidad que puede tener una niña de 7 años coloreando un dibujo)

HABILIDADES: poderosos conocimientos de estructuras, materiales y hormigón (sabe mucho de hormigón), practica esgrima y posee una gran imaginación

DEBILIDADES: a veces es demasiado cabeza fría sentimentalmente, lo que la hace preocuparse demasiado de los demás y poco de sí misma (esto no es bueno si eres escudera de una muchacha torpe y que busca repartir leches)

BIZARRO: su capa tiene el interior bordado con Piolines

domingo, 21 de octubre de 2012

Capítulo VIII: En boca cerrada, no entra agua


Cual película clásica de naufragios, nuestros valientes y suicidas héroes fueron arrastrados por la marea de las aguas del acantilado hasta la costa, apareciendo inconscientes, pero extrañamente vivos y saludables, en una pequeña playa.

Luciana fue la primera en abrir sus ojos. Como si se hubiese despertado de una breve siesta, se estiró de brazos y piernas y se atusó el pelo. Revisó que no le faltara nada: sujetador de lino, puesto; capa de Piolines, entera; tintas de colores, apenas con un rasguño; croquis del Templo de Peleteirocles, masilla húmeda y amorfa. “Vaya, tendré que reorientarme y repetir nuestro maravilloso mapa de colores…”

Una vez la jovencita hubo examinado todas sus pertenencias, se levantó y miró a su alrededor. A su izquierda, John Jesus y Girautius se desperezaban mojados de pies a cabeza, y un relincho le confirmó que la valerosa NinaBieca había aprendido a nadar bajo presión. Pero un paisaje más desolador le esperaba al girar su testa: Lady Lía yacía desmayada sobre la arena, sin dar atisbos de estar viva.

- ¡Caballeros, caballeros! – gritó Luciana llamando la atención del Sir y el curandero – ¡Creo que la Descarriada no respira!

Los tres corrieron velozmente hacia el cuerpo aparentemente inerte de la dama de metro y medio. Una vez más próximos a ella se aseguraron de que, efectivamente, no mostraba signos de vida.

- ¡Oh, por la hierba buena…! ¡Habrá que reanimarla de alguna manera! – Girautius observó cómo sus dos compañeros le cedían con la mirada el placer de resucitar a la Lady – Bueno, yo… yo lo haría, pero no quiero que penséis que me gusta ella, ni nada. Mejor que lo haga mi coleguilla el Sir, que ya ha practicado el boca a boca anteriormente.

- A ver… no era exactamente un boca a boca… Aquella mujer rubia y guapa se había desvanecido al tocarle la mano a Justincino Biebberus, ¡no se había tragado medio mar salado, como es el caso de la morena esta! Lo mejor es que su mejor amiga y objeto de sus confidencias la ayude en estos momentos de penuria – John Jesus señaló a Luciana, tratando de librarse de la incómoda tarea.

-¡Ah, claro, claro,…! ¡Como la gente de mi gremio decía que yo era lesbiana, pues que sea Luciana la que bese a la chica! ¡Pues no es así, nobles varones! Se han acabado los sucios rumores que recaen sobre mi cabeza, no pienso revivir a Lady Lía. ¡Poneos vosotros a hacerlo, egoístas hombretones! – la nariz de la ingeniera se había puesto roja de exaltación.

- ¡Mejor que la resucite su caballo, no merece más que eso!

Los tres supervivientes del océano miraron a sus espaldas. Se habían enfrascado tanto en sus excusas que se habían perdido el Gran Despertar de Lady Lía (así lo comenzó a llamar nuestra protagonista, al menos).

- Ya me he practicado el boca a boca a mí misma, tranquilos.

Aliviados por el resurgir de su cabecilla, se sentaron en la arena de la cala para hablar sobre lo que debían hacer a continuación. Los de cabeza matemática y organizada, Luciana y John Jesus, insistían en averiguar su localización y volver a crear un mapa para reemprender el viaje. Por otro lado, los más aventureros e imprudentes, optaban por encontrar algún hotelito y pasar la noche cerca de la costa antes de volver a las caminatas.


Tanto se habían concentrado en su debate por su futuro y el Templo, que la voz de una mujer desconocida los sorprendió poco después.

- ¡Vaya, hombre! Me acerco hasta aquí pensando que al fin podría analizar unos frescos huevos de ballena… ¡y resultan ser náufragos! Válgame mi suerte de bióloga marina.

Una mujerzuela de cabellos cobrizos los miraba con los brazos en jarras. Tras ella, como un guardaespaldas, se encontraba un individuo que por su mirada protectora parecía ser su amante.

-Oh, disculpad. He debido de asustaros. Sencillamente, estáis aposentados sobre mi playa y me preguntaba qué motivo ha impulsado a cuatro forasteros a colarse en mi costera propiedad privada – con un chasquido de sus dedos, el fuerte hombretón-escolta se adelantó e hizo chocar su puño contra su otra palma, de manera amenazadora.

- Ustedes mis joviales señorías perdonen nuestra imprudencia – la Descarriada se puso al mando -. No sabíamos que esta preciosa bahía perteneciera a tan apuestos personajes. Permítanme que me presente – Luciana no sabía que nuestra protagonista tuviera tal manejo de modales; nunca habría apostado por ello -: soy Lady Lía de Cacheiras y me acompañan tres sujetos variopintos y con títulos de menor rango.

- ¿Has dicho…de Cacheiras? – el corpulento protector se dignó a hablar por primera vez, relajando los hombros y pasándose una de sus manos por su cabellera moreno-grisácea – ¡Fíjate, cariño, yo he trabajado para la madre de esta criatura! Sí, sí, efectivamente, una vez fui su gorila personal, pero su mal genio me prejubiló… ¡Caramba! Lady Lía… Bueno, no queda otra que las formalidades: soy Don Charles y esta de aquí – explicó apuntando hacia la bióloga – es mi mujer Xoanatella.

Una vez relajado el ambiente, todos comenzaron a charlar. Aquella pequeña playa en la que habían naufragado era parte del terreno de la vieja casita de Charles y Xoanatella, que vivían apartados de los tumultos de la ciudad, cultivando su comida y divirtiéndose clasificando cangrejos ermitaños según colores y tamaños. Tenían una hija, pero ésta había marchado del hogar muy joven como miembro de la tripulación de un navío. Y como los viajeros de nuestra aventura habían podido atestiguar, eran bastante recelosos ante los extranjeros.

Pero lo más trascendental sucedió cuando Xoanatella comentó, como si la vida de nadie dependiera de ello:

- ¿El Templo de Peleteirocles? Ah, sí, esas ruinas que están detrás del manzano. Jamás pensé que alguien quisiera visitar esas piedras.

jueves, 27 de septiembre de 2012

Capítulo VII: No por mucho correr, amanece más temprano


Cuando John Jesus y Girautius las vieron llegar, supieron enseguida que algo iba mal. Luciana agitaba demasiado sus brazos y sus mejillas estaban excesivamente ruborizadas. Y Lía… Lía estaba corriendo. Síntomas tan preocupantes como aquellos hicieron que los dos hombretones se pusieran alerta.

Mientras se levantaban de las rocas en las que descansaban lograron ampliar su campo de visión: las dos damas lucían cansadas y parecían haber estado corriendo durante un buen rato, y más allá una gran aglomeración de objetos no identificados las perseguían.

- Escucha, - susurró el noble a su curandero aguzando el oído – ¿no oyes algo?

Efectivamente, de entre los murmullos de la naturaleza comenzó a apreciarse un leve gemido, unas palabras sin sentido en el viento.

- Sí, tronco – Girautius trataba de descifrar el mensaje que la brisa les acercaba -. “Eeee”… “Ennnn”… parece encriptado…

- ¡Enanos, malditos supracultos! ¡Enanos Dawson! ¡Corred!

A pesar de sus lentas reacciones, el par de caballeros logró recoger todos los artefactos que habían desperdigado por el pequeño descampado en el que habían descansado durante las horas que las mujercitas se hallaban en busca de alimentos. Apresuradamente y despotricando generosamente contra las muchachas, despertaron a NinaBieca de su siesta y emprendieron una marcha apresurada en dirección contraria a la multitud de enfurecidos enanos.

Debían llevar menos de media hora corriendo, impulsados por el miedo a esa enorme muchedumbre de un metro de alto, cuando Sir John Jesus comenzó a hilar pensamientos. Se estaban desviando de su camino, precipitándose más hacia el norte de lo que el croquis de Luciana indicaba. Además, no podían huir para siempre de aquellos excitados enanos. Era el momento de urdir un plan desesperado, de recurrir a su táctica de defensa extrema, de enfrentarse al enemigo con un arma más bien poco segura: debía requerir la ayuda de Girautius.

Con un gesto, el noble captó la atención del curandero y, sin dejar de correr, dijo las palabras clave:

- Estomy en ejak baoo e7perando.

Girautius comprendió. Desde el principio sabían que podía llegar el momento en que tuvieran que afrontar grandes retos que harían peligrar sus vidas. Por eso habían establecido aquella clave. Había llegado la ocasión de usarla: La Droga. Una Droga para gobernarlos a todos, una Droga para encontrarlos, una Droga para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas.

Girautius cogió su bolsa de ingredientes y medicamentos entre trotes. Como pudo, procurando que no se le cayese entre el nerviosismo y lo apresurado de la huída, extrajo un pequeño botecito de cristal, lleno de un espeso líquido verde-Bulbasaur. El joven frenó en seco y se giró hacia el oponente. Tantos años de entrenamiento con sus mancuernas, entre poción y poción, tenían que serle útiles en ese preciso instante. Agarró con firmeza la cápsula de cristal y, rogando no acertar en la jeta de las dos mujercitas, la lanzó por el aire cual balón de rugbis bestialis.

La suerte estaba de su lado aquel día  y el envase silbó por encima de la cabeza de Lady Lía sin rozarla. Unos metros más allá de las jovencitas, el cristal se partió y La Droga comenzó a flotar en el ambiente. Se esparció entre los Enanos Dawson y uno a uno fueron cayendo. Al menos una cuarentena de retacos se fueron desmayando a lo largo del monte por el que corrían. Pero no fue suficiente.

Alrededor de unos veinte enanos más habían logrado escapar del influjo de La Droga y continuaban en su afán de capturar a nuestras protagonistas.

- ¡Por Furenmeyer! ¡Ya no puedo correr más!

John Jesus miró a ambos lados y vio que sus compañeros se encontraban en el mismo estado o incluso peor que él. De hecho, la Descarriada se estaba alejando demasiado del grupo entre desesperados lamentos: “¡Seguid! ¡Continuad sin mí!... ¡No, no! ¡Esperadme, soy muy joven para morir de una maratón!”

Y entonces la suerte decidió abandonarlos. El Sir avistó mar unos pocos metros más adelante. De repente, de la nada, surgía una gran cordillera azul hasta el horizonte.

- ¿Eso es…? – Luciana soltó un gritito de sorpresa - ¡Acantilado! ¡Acantilado por proa!

Un par de minutos después, los cuatro aventureros se detuvieron ante aquel precipicio. Unos cincuenta metros más abajo las olas estallaban contra la roca. Los aullidos de guerra de los enanos se oían cada vez más cerca.

- No hay alternativa, chicos – Lía estaba recuperando el aliento -. O peleamos contra dos decenas de guerreros sin saber de artes espadachiles, o nos lanzamos.

Luciana agarró con una mano a la Lady y con la otra a John Jesus.

- Hagámoslo juntos. Somos un equipo – repuso con solemnidad.

El dramatismo se palpaba en la atmósfera cuando los cuatro, cogidos de las manos y arrastrando a NinaBieca, saltaron hacia los cincuenta metros que los separaban de su salvación. Un último grito surcó el aire:

- ¡Nos podrán quitar la vida, pero jamás nos quitarán la libglglglglgl!

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Capítulo VI: A grandes males, grandes huídas


Los Enanos Dawson conformaban una raza de seres de baja estatura que solían gustar de la vida en sociedad y no de la soledad de la que presumían los demás tipos de enanos hermitaños. Además, su sentido del humor conocidamente infantil y sus cortas mentes los hacían especiales: eran como los bebés dentro de la enanez. Así, los Dawson generalmente se organizaban en pequeños grupos a los que llamaban “Pandillas” y vivían en las llanuras, en pequeñas ciudadelas. Su complejo de estatura había llevado a esta raza a lo largo de los años a construir fortalezas cada vez más inexpugnables: altas murallas, fuertes puertas, muchos guardias apostados en todas las esquinas con pinchos muy afilados y una gran desconfianza hacia los extranjeros.

Y allí, dentro de las murallas de aquel pueblo de estilo endogámico, estaban nuestras dos heroínas. Dos enanas  con la cara sucia y las manos llenas de pintura, como si hubieran estado coloreando con ellas un bonito mural de niños de 7 años, las guiaban hacia La Silla de la Reina, donde debían presentarse a Su Majestad y explicar los motivos de su visita antes de continuar con su misión (la de comprar comida para el viaje hacia el Templo, evitando así dos días de anorexia forzada).

Tardaron tan solo cinco minutos en recorrer todo Capeside, adentrarse en un edificio vertiginosamente alto pero que parecía hecho de papel maché por una clase de primaria y detenerse en una amplia sala decorada con ostentosas esculturas doradas, cosas brillantes y algo de purpurina. En medio, subido a una plataforma, estaba un barroco trono acolchado con terciopelo rojo, y en él se sentaba una mujer de pelo alborotado. Una mujer humana.

Elevada en su sillón, una muchacha de ojos castaños las miraba altivamente. Enfundada en un pomposo vestido morado, sostenía un cetro de oro.

- ¡Vaya! Pero qué ven mis ojos… ¡Extranjeros en mi Reino! – su voz sonaba imponente y dramática, como si estuviera interpretando el mejor papel de una obra de teatro que todo el mundo deseaba ver – No sé si lo sabéis, pero no suelo permitir la entrada a humanos. Sin embargo, mi astrólogo ha predicho que una visita que influiría en la historia de estas tierras estaba a punto de darse un garbeíto por mi Capeside. Así que he ordenado a mis lacayos – señaló a uno de los enanos, que intentaba atarse los cordones de los zapatos sin acierto – que den paso a cualquiera que supere el metro y medio. Y pongo la mano en el suelo a que vosotras sois las susodichas.

Se hizo una pausa y Lía dudó sobre si tenía que responder a esa supuesta bienvenida. ¿Esperaba aquella mujer una contestación a su monólogo? ¿Debía corregirla en su intento de hacer frases hechas?

- ¡¡Ksurkso!! – vociferó la gran Majestad, de manera tan natural que las dos jovencitas pensaron que debía de gritar muy a menudo - ¡Póstrate ante mí!

De un lado de la sala, a través de unas pequeñas puertas de roble, emergió un robusto hombre vestido con un simpático, pero poco práctico, disfraz de bufón. Caminando como podía, balanceándose graciosamente de un lado a otro haciendo un ruido de frufrú con el traje, el tal Ksurkso llegó hasta la plataforma del trono y se arrodilló.

- Dígame, mi Reina Bellatriz, estoy a su cómico servicio.

- ¿Ves a estas chicuelas de ahí? Quiero que las entretengas con tus chascarrillos mientras voy a consultar al Astrólogo Real. Estoy cansada de hablar por los tubos y percibo en sus auras algo raro… como si fueran a cagarla muy pronto, en cualquier momento, quizá ahora mismo. No… es algo más grave – lanzó una mirada inquisitiva a las dos heroínas -. Que no se marchen.

Una vez que la Reina hubo abandonado la sala acompañada de trompetas y aplausos, el bufón se giró hacia ellas.

- La Reina tiene ciertas intuiciones… Es como una adivina, solo que acierta con lo que predice. Bueno, y es rica. En fin, - sacudió su cabeza - ¿qué preferís? ¿Malabares, chistes verdes, críticas irónicas sobre alguna película, bailes, volteretas, imitaciones, refranes aleccionadores, algo de Vistoenfb, muecas, un fado?

- Creo que unos malabares estarían bien, sí, gracias – declaró la Descarriada por las dos.

Y lo siguiente sucedió muy rápido. Ksurkso se giró con su aparatoso disfraz a coger algunos objetos para hacer sus bufonadas; al agacharse, Lía y Luciana corrieron hacia él y lo empujaron, tirándolo bruscamente al suelo. Debido al efecto tortuga causado por su algodonoso traje, el pobre hombre no podía levantarse y ellas huyeron del palacio aprisa. Trotando como pudieron, atravesaron cientos de callejuelas hasta encontrar los portones de salida, aún abiertos por su llegada. Abandonaron aquella ciudadela perseguidas por miles de Enanos Dawson armados que bramaban a modo de grito de guerra “¡A por la zanahoria!”



Mientras la Reina daba órdenes a su bufón y se miraba en el reflejo de su cetro, sonriendo, Lía y Luciana habían tenido tiempo de percatarse de varias cosas. Para comenzar, varios Enanos Dawson ataviados con túnicas (que más tarde descubrirían que eran de aprendices de mago) se habían apostado a cada lado de la sala en posición de alerta. A lo lejos se escuchaba un extraño cántico que semejaba una antigua oración. Y en una vidriera tras la plataforma del trono, se podía leer una cita: “Draco Dormiens Nunquam Titillandus, Bellatriz Dormiens tampocum”.

- Secta – susurró Luciana.

- Huyamos. Los enanos no podrán seguir nuestro ritmo.

La Reina abandonó la sala. El bufón se acercó a ellas.



Bellatriz I observó por la ventana de una de las torres de su castillo cómo sus dos invitadas eran perseguidas por una marabunta de enanos. Tontas. Podía haberles prevenido, pero ahora era demasiado tarde. Había tenido que abandonar la sala por el acoso de múltiples visiones.

Había visto el Templo. Rojo fuego. Un hechizo. Luciana en el suelo. Muerte.

No hay ningún Astrólogo Real en Capeside. Tan solo una jubilada nigromante que, agobiada por tantas predicciones, había abandonado el campo de batalla y se había retirado a una pequeña ciudadela en medio de la nada.

martes, 4 de septiembre de 2012

Capítulo V: Aunque la muñona vista de seda, muñona se queda


Luciana había explicado al partir que se trataría de un viajecito de unos tres días. Había trazado una ruta que no incluía el paso por ningún pueblo o aldea, de forma que la discreción de su misión fuera total. Tan solo debían ocuparse de no armarla.

El primer día transcurrió como podían desear: tranquilamente, sin ataques de animales salvajes, y habiendo caminado todo el trayecto marcado para esa primera etapa, sin retrasos. Los dos hombres estaban acostumbrados a tales caminatas y pasaban el rato charlando entre ellos de temas bastante comunes, como de cocina o de su gran habilidad para el alemán. Sin embargo, la caballera y su escudera no eran mujeres hechas para tal aburrimiento. Lía arrastraba a NinaBieca agarrada de sus riendas y no paraba de soltar lamentos (“¡Qué tortura! ¿Qué os molesta que yo vaya echando una siestecita montada en Nina? Por los Dioses, me aburrooo”). Luciana se entretenía cantando canciones populares de los juglares de su pueblo, como el famoso Aaronthos Carter, una y otra vez, sin agotarse ni su ánimo ni su voz.

Los problemas comenzaron a surgir el segundo día, cuando debían de llevar la mitad del camino recorrido. Es sabido de Lady Lía que su torpeza traspasa fronteras: había dejado tras de sí, en aquella cueva donde los cuasi-Asesinos Reales las habían arrastrado, uno de los dos bultos con comida para el viaje de los que estaba encargada, por tener a NinaBieca como "mula metafórica". A mitad del periplo, pues, se habían quedado sin alimentos, y ninguno podía presumir de ser un gran cazador, pescador o agricultor.

- Sé que ha sido culpa mía, lo asumo – se disculpaba Lía ruborizada -. Pero pensemos. Puedo acercarme hasta alguna granja cercana o puesto ambulante de perritos calientes y coger provisiones para un par de días. Como he sido yo la que ha metido la pata, seré la encargada de esta tarea. Y, bueno, Luciana también. Es mi escudera, no le queda otra.

Así, Luciana sacó el croquis de su bolsillo y lo contempló con su cara de pensar.

- Bueno, si queremos seguir con buen ritmo este viaje, no deberíamos alejarnos demasiado de la ruta marcada. Creo que el lugar más cercano donde poder reponer la comida es este pueblucho de aquí –y señaló unos dibujitos con formas de casas cuya leyenda decía “Casuchas de un tal lugar llamado Capeside”.

- Está bien. Nosotros nos quedaremos aquí y cuidaremos de vuestras cosas. En realidad, no tendríais por qué fiaros de nosotros. Pero lo cierto es que tengo tanta hambre y Lady Lía es tan muñona, que lo único que me apetece hacer por ahora es sentarme en alguna roca y cavilar – Sir John Jesus alzó una mano a modo de despedida y dio el tema por zanjado.

- Suerte, mozalbetas – añadió Girautius guiñando un ojo.


De esta manera, Lía y Luciana se encaminaron a pie hacia Capeside, que aparecía en el pseudo-mapa como pueblo cutre y perdido en la nada, pero que seguro que gozaba de alguna cantina. No tardaron más de media hora en alcanzar el cartel que anunciaba el nombre del pueblecito. Sin embargo, lo que las esperaba tras él no era exactamente un pueblucho de mala muerte, como habían pensado.

A unos metros de ellas se alzaba una gran fortaleza, con dos torres de vigilancia a cada lado de las puertas de entrada, y custodiada por numerosos guardias. Numerosos guardias enanos. Se encontraban ante un pueblo guerrero de Enanos Dawson, la más infantil de las etnias enanas. Luciana y Lía se miraron de reojo, pero ambas sabían que no podían retrasar más su tarea y que aquel lugar debía ser el indicado para reponer provisiones.

Caminaron lentamente hacia el robusto e infranqueable portón de madera, soltando silbidos y exclamaciones (“¡Mira qué muro! ¡Qué imponente, qué grandioso, qué… piedra tan gris!”), para hacerse pasar por simples turistas.

- ¡Mirar! ¡Humanos venir! Hacer mucho tiempo que no ver humanoides por aquí.

- Parecer turistas. Chica naranja parecer rarita.

Dos guardias Dawson se postraron ante la puerta y apuntaron con sus lanzas a los cuellos de nuestras heroínas. Apenas medían un metro de altura, pero su corta mente no les permitía sentir compasión, por lo que eran temerosos contrincantes. Además, la Lady Descarriada aún no tenía espada. Genial.

- ¡Alto, mujeres! ¿Qué querer del Pueblo de Capeside?

- Somos simples turistas, queremos comer algo en algún bareto y descansar un poco en alguna posada. Sin malas intenciones – Lía hablaba pausadamente para no alterar a los enanos, mientras le daba un codazo a Luciana para que sonriera dulcemente y pusiera esa cara de cordero degollado que solo ella sabía.

Los enanos pasaron un par de minutos susurrándose comentarios, en una acalorada discusión de murmullos, intentado decidir si dejarlos pasar o no. Debieron de parecerles inofensivas, porque finalmente uno de ellos alzó la voz y determinó:

- Bien. Dejaros pasar. Pero tener una condición: todo humano que venir a Capeside ver primero a Nuestra Majestad, La Reina de los Enanos Dawson, Bellatriz I.

sábado, 18 de agosto de 2012

Capítulo IV: Quien bien te quiere, te contará una aventurita


Una vez que los dos secuestradores las hubieron liberado, nuestras dos protagonistas se pusieron cómodas en el suelo de la cueva y contemplaron desconfiadas al noble y su curandero. Éstos se habían deshecho de sus disfraces de Asesinos y lucían ahora ropajes más elegantes y normales. Gente de ciudad. El tal Girautius, de hecho, parecía llevar prendas demasiado ajustadas a su cuerpo para ser un sirviente de la alta nobleza.

Tras coger una de las antorchas y situarla en el medio de los presentes, como mini-hoguera, Sir John Jesus se dispuso a contar su historia, gratuitamente.

- Como ya os he dicho, soy alguien muy cercano a nuestro Rey. Hará un mes me hizo llamar a sus aposentos urgentemente –hizo una pausa y pilló carrerilla-. Me contó que alguien había amenazado su seguridad y que tan solo confiaba en mí para una misión de vital importancia. Me dio este paquete – sacó un bulto envuelto en tela de una de sus bolsas- e insistió en que debía ser una misión secreta. Me permitió llevar una ayuda para el camino (Girautius, colega); me ofreció los trajes de Asesino y tan solo me dio una directriz: “En el Templo de Peleteirocles, en su altar, debes depositar este paquete. Cuidado. Es frágil. No me seas torpe”.

Se hizo el silencio en aquella oscura cueva. Lía y Luciana ansiaban recibir más detalles de lo que parecía una aventura ultra-secreta de lo más interesante. Pero el noble no tenía intención de contar nada más. Y Girautius reposaba ya medio dormido con la cabeza apoyada en una roca del suelo. El típico curandero.

- Bueno y… ¿qué hay dentro? ¿Qué envuelve esa tela? ¿Qué requiere tanta prisa y sigilo?

Lía se mordía las uñas ansiosamente. Ella y Luciana habían dejado volar sus imaginaciones: ¿una daga manchada con la sangre del último unicornio?; ¿la corona que había lucido el Rey durante la Batalla de Bachiller Ratus?; ¿un hada muerta que serviría de ofrenda a Peleteirocles? Debía de ser algo de gran valor para ser adecuado como obsequio para los dioses.

- Eso, jovencitas, no os lo puedo decir. Ultra secreto de mejores amigos.

Decepcionadas e impacientes por el inicio de una nueva aventura a la mañana siguiente, Lía y Luciana se tumbaron en sus respectivas capas a dormitar lo que quedaba de oscuridad. No era una cama muy cómoda, que digamos, pero fue suficiente para dormir como unas vacas y despertarse con agujetas.



Aquella misma noche, Lía tuvo un sueño, tan real como el suelo sobre el que dormía. Entre las ruinas del Templo, cubierta de polvo, esperándola estaba una preciosa y cuidadosamente forjada espada, que suplicaba a la Lady Descarriada que la hiciera suya.

Era allí, lugar en el que descansaba el poder de Peleteirocles, sin duda alguna, donde el destino las aguardaba.



Pronto por la mañana, mientras Lía se quejaba de que debía dormir más por el bien de la humanidad y Sir John Jesus iba a rescatar a NinaBieca de su soledad, Luciana sacó un trozo de pergamino y unos cuantos botes de tintas coloridas de su fardo, y comenzó a hacer un croquis bastante cutre del camino a recorrer. Al menos era bonito a la vista.

Después de la creación del plano y de los autoelogios de la ingeniera (“¡Pero mira qué colorinchos! ¡Ai, qué bonito me ha quedado!”), tomaron unas frutas frescas como desayuno. Mientras las engullían, la heroína habló con la boca llena.

- Escuchad…mppfff…nomnom… Nosotras dos os acompfffañaremmmos. Os serviremos de crunch crunch guardaespaldas en este periplo… mmm rico rico – y viendo que John Jesus iba a replicar, añadió-. Chst. Sin rechistar. U os acompañamos, o empezamos a llorar y a inventarnos rumores sobre vuestra impotencia sexual. También podemos empezar a gritar “¡que nos violan!”, que sabemos que os pone muy nerviosos a los hombres.



Un par de horas después, cuando hubieron recogido todas sus pertenencias, los cuatro personajes comenzaban la larga caminata que tenían por delante hasta el sagrado Templo de Peleteirocles, el Dios benevolente con la gente adinerada.

martes, 7 de agosto de 2012

Capítulo III: Asesino ladrador, poco mordedor


Los Asesinos Reales eran famosos en todo el reino. Eran conocidas de ellos su despiadada frialdad a la hora de matar y su extrema profesionalidad en el arte de ejecutar. Servían al Rey tras haber hecho un pacto voluntario de lealtad y castidad, terminando con la vida de todo aquel que el monarca señalara o cuyo nombre susurrara. ¿Quiénes eran y cuáles eran sus historias? Nadie lo sabía. Las pocas personas que habían visto a un Asesino Real y habían sobrevivido para contarlo, habían esparcido el rumor de que eran hombres encapuchados, que vestían largas túnicas de tela ligera y vaporosa de colores tristes, con la marca del Rey (un gato con una Luna en su frente que Lía siempre había encontrado muy gracioso) grabada a fuego en la mano.

Y allí se encontraban, Luciana y Lía, atadas de manos y pies y escuchando como aquellos dos sanguinarios asesinos, con las caras ocultas en la sombra de sus capuchas, discutían sobre su muerte.

- Deberíamos interrogarlas y después matarlas. ¿Y si son espías de Lord Queiruga?- opinaba el más alto y desgarbado- A ver, que parecen buenas chicas y todo eso, no tengo nada contra ellas (perdonad mozas, sin ofender), pero no podemos arriesgarnos tras todo lo que hemos conseguido.

Su compañero reflexionaba en silencio, de brazos cruzados.

- Sí, supongo que no queda otro remedio que matarlas- dijo en un suspiro. Después inclinó la cabeza a un lado y puso un dedo en su barbilla, pensando-. Ahora hay que pensar cómo. Nada que deje pruebas de que hemos estado aquí. Piensa, Girautius, piensa… ¿qué haría un Asesino Real en nuestro pellejo?

El que acababa de hablar miró a los ojos a Girautius. Girautius miró a los ojos a su compañero. Luciana miró a los ojos a Lía. Lía miraba sus pies concentrada. ¿Había entendido bien? ¿Aquellos eran… impostores?

- Me imagino que un homicida de esos lo haría rápido y sin ensuciar. Ya sabes, chasss, sablazo: una muerta; zasss, cuchillazo: otra cae- narraba emocionado Girautius, que de tanto gesticular se quitó de un manotazo la capucha, dejando ver su riza melena afro.

- Per… perdonad –comenzó a farfullar Luciana tímidamente-, pero… ¿no sois Asesinos Reales? Porque parecer… lo parecéis, chicos.

Asombrado por la intervención de la joven presa, el hombre aún encapuchado soltó una risita. Después, una risa algo más fuerte. Y luego, una carcajada larga y continuada.

- ¿Asesinos? ¿Nosotros? – dijo éste limpiándose las lágrimas de risa con una manga- No, no… Quizá deberíamos habernos presentado antes, ya que no saldréis de aquí con vida: yo soy Sir John Jesus, noble de la capital y mano derecha del Rey; y este – añadió señalando al pelo afro- es Girautius, mi curandero personal.

- Sí, el Rey en persona nos dio estos trajes para camuflarnos y que nadie nos hiciera preguntas al vernos – agregó Girautius, atusándose el cabello-. Y ha funcionado bastante bien. Hasta ahora.

- ¿Qué? Pero, ¿qué hemos hecho nosotras? ¡Si dormíamos como marmotas allí tiradas en la hierba!

Sir John Jesus observó detalladamente a Lía. Lo cierto es que no parecía peligrosa, más bien riquiña, vestida con aquel aparatoso armazón naranja. De hecho, deberían haberlas dejado dormir y haber pasado de largo, pero Girautius había tropezado con una piedra y caído sobre unos arbustos, haciendo tal ruido que una de las muchachas se había despertado, alertando su curiosidad. Nadie debía saber que estaban allí. Nadie.

Lía había notado el brillo de compasión en los ojos del noble. Debía aprovechar la oportunidad para salvar su vida. Y la de Luciana, claro. Claro.

- ¡Ay de nosotras! – comenzó a gemir la Lady imitando alguna de las novelas que su tutora le había obligado a leer- ¡Apiadaos de estas pobres damas! Escapamos de una masa enfurecida de arquitectos y caímos rendidas ante el calor del fuego… ¡para que dos buenos hombres nos maten sin motivos! – el tono dramático había alcanzado su punto álgido.

Sir John Jesus sabía lo que tramaba aquella mujer menuda: dar pena y ser salvada por lástima. La más recurrida de las estrategias. Chica lista.

- Oye, John… tiene razón – el Sir no podía creer que Girautius se lo hubiese tragado-. Dejémoslas escapar… no saben nada de nuestra misión secreta. Ni siquiera sabemos dónde queda el Templo de Peleteirocles. Pero… de buen rollo, como tú quieras, tronco, Sir.

El noble miró con enfado a su compañero. No debería de haber mencionado el nombre del templo. No debería haber hecho alusión de su misión secreta. No debería haber abierto la boca, en definitiva.

- El Templo de… yo… ¡yo sé dónde está!

Todos miraron quedamente a Luciana. Aparecía exaltada, pero pronto su expresión de rememorar algo de su pasado se convirtió en una sonrisa de quien tiene el poder de negociar.

- De hecho, si nos soltarais yo… os diría cómo ir hasta el Templo. Es más, os haría un mapa. Los mapas se me dan bien, soy ingeniera y tengo muchas tintas de colores en mi bolsa: verde, violeta, rosa furcia, azul,…

Los dos falsos Asesinos Reales se miraron, reflexivos. No era un mal trato. Llevaban dos semanas sin recibir una sola pista de la ubicación del misterioso edificio religioso al que debían encaminarse.

- Girautius, -dijo Sir John Jesus derrotado- estoy muy cansado. ¿Qué te parece si nos quitamos estas incómodas túnicas, les curas las magulladuras a nuestras presas y no matamos a nadie?

- ¿A nadie?

- A nadie, amigo mío. Nada de sangre por hoy.

viernes, 27 de julio de 2012

Capítulo II: Quien tiene un problema, tiene un amigo


Las damas protagonistas de nuestro épico relato no estaban acostumbradas a huir de los problemas. De hecho, no acostumbraban a tener problemas. Punto.

Pero esta fuga inesperada del pequeño pueblo les había servido de inyección de adrenalina a ambas. No podían esperar a toparse con más aventuras. Y a poder ser que envolviesen en su trama a algún tipo de criatura mitológica o monstruo espeluznante. Quizá una criatura mitológica espeluznante. Algo que contar a sus nietos.

El problema de la ausencia de una espada había preocupado a Lía seriamente. Según las leyendas que había oído en sus noches de parranda por la zona vieja de Cacheiras, era la espada la que escogía a su portador, y no al revés. Pero, ¿dónde se suponía que iba a encontrarse con una espada que la quisiera todita para ella?

- Se está haciendo de noche, Milady – comentó Luciana tras unas horas andando al lado de la yegua-. ¿Y si descansamos por estas llanuras? Yo me protegeré del frío con mi capa, que por cierto, tiene unos Piolines bordados dentro monísimos, y tú puedes taparte con la manta que te dio tu hermana.

Así, las dos jóvenes pararon en un lugar algo guarecido, entre los arbustos, cenaron parte de la comida que Herminia le había metido a Lía en la alforja y se fueron quedando adormiladas al calor de una pequeña hoguera.

Cuando el fuego comenzaba a apagarse y las brasas brillaban en la oscuridad, Lía escuchó un ruido que la sacó de sus sueños. Era un ruido cercano, unos pasos que se acercaban sigilosamente a su improvisado campamento.

Ya despierta por completo, Lía miró a su alrededor: Luciana dormía agazapada en su manta de Piolines y apenas podía ver dos metros más allá de ésta. ¿Qué o quién podía haber hecho ese repetido ruido entre los arbustos?

Antes de que pudiera responder a esta pregunta, dos hombres surgieron de entre los matorrales y aprisionaron a las dos mozas que, atónitas, vieron cómo les ataban de brazos y piernas y las cargaban en sus hombros.

No cesaron de patalear en todo momento, maldiciendo a gritos a esos desconocidos que habían interrumpido su sueño. En cierto instante, Lía recordó a Nina, atada unos metros más allá a un árbol, junto a un riachuelo, totalmente abandonada.

Al ser de noche no veían muy bien por dónde las estaban desplazando, pero en seguida lo averiguarían, pues, a los diez minutos, los hombres y las dos mujeres-fardo se detenían. Habían entrado en una cueva escondida entre las plantas e iluminada por dos antorchas a los lados de la estancia.

Los hombres las bajaron de sus hombros, las posaron delicadamente sobre el suelo y se mostraron a la luz de las teas: allí de pie, estaban dos majestuosos y mortíferos Asesinos Reales.

lunes, 23 de julio de 2012

Lady Herminia


NOMBRE: Herminia Bravo, Herr Minia

EDAD: 30

SEXO: Dama

TÍTULO: Lady deportada

TAMAÑO: 165 cm

FÍSICAMENTE: melena morena y en cantidad (marca de la familia), ojos castaños y piel blanquecina

EN CUANTO A SU CARÁCTER…: nació con mala leche, pero siempre encuentra un hueco para ayudar a sus hermanas, lo que implica inevitablemente que es muy paciente y experimentada

HABILIDADES: gran cultura general, conocimiento de matemáticas y estructuras, sabe cocinar y coser, organizada y empollona, madrugadora

DEBILIDADES: no soporta el desorden ni las rupturas repentinas de la rutina

BIZARRO: siempre lleva joyas creadas a mano por su humilde y pobre suegro

jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo I : Genio y figura hasta la armadura


Desorientada como estaba al principio, sin saber dónde encontrar leña que repartir y hostias que adjudicar, Lía tuvo que detenerse a analizar el asunto tras pasar la noche cabalgando. ¿En qué lugar del reino podía tropezarse con príncipes en apuros y demás clichés épicos?

Sin duda aturdida por la falta de sueño, La Descarriada decidió pasar unas últimas horas acompañada de seres queridos: su hermana Herminia, que había insultado a su título de noble al enamorarse de un joven ilustrador de cuentos infantiles, había sido confinada a una pequeña casa en el poblado más cercano a la posición de Lía. Allí, la damiselita podría reponer fuerzas en un mullido sofá y pedir consejo a su repudiada hermana.

No tardó más de dos horas a buen trote en llegar al pueblecillo. La casa de su hermana lucía destartalada en su exterior, pero sus adentros estaban más limpios y ordenados que el castillo donde se habían criado las dos muchachas. Herminia, a la que Lía siempre había apodado Herr Minia, por su mala leche que le recordaba a los nazis alemanes, la recibió con una amplia sonrisa y ojos de morriña.

- ¡Lía, hermana querida!- exclamó al verla llegar en su corcel- ¡Qué sorpresa tan agradable! ¿Qué haces montando a mi apreciada yegua NinaBieca?

Rápidamente se pusieron al día. No solo Lía había emigrado de su hogar, sino que la vecina de dos callejuelas más arriba le tiraba los tejos al hermano del mejor amigo del primo del panadero. “¡Esa lo que quiere son churros gratis!”, había pensado nuestra protagonista, moviendo las cejas de arriba abajo en un sentido sexualmente acusador.

- Lo primero que debes hacer si vas a irte de aventuras por el reino,- le aconsejaba su hermana- es conseguir una armadura o algo que te proteja. Descansa lo que queda de mañana, voy a buscar una coraza de latón que debo de tener escondida por algún rinconcito.


Tras una buena siesta, relajante y acompañada de babas (una marca de la personalidad de nuestra protagonista), Herr Minia le tendió un armazón viejo y herrumbroso a su hermana pequeña. El óxido cubría todo el metal, de manera que la armadura había adquirido un gracioso tono anaranjado.

- ¿No le quita seriedad al asunto?- preguntó Lía cuando se hubo puesta la coraza zanahoria.

- Nah, te da personalidad.

Cuando Lía ya se encontraba cómoda enfundada en su armadura cítrica, un revuelo fuera de la casa captó la atención de las hermanas. En el exterior se oían gritos acusadores y silbidos de desaprobación. Aceleradamente, nuestra paladín corrió hacia una multitud que no dejaba de chillar y parecía sumida en una pelea. Varias personas enfurecidas no paraban de abuchear a una linda muchacha que se encontraba rodeada por ellas.

Conmocionada, la joven no dejaba de hacer aspavientos, vociferando: “¡Que los ingenieros tenemos estudios muchos más complejos que cualquier otro! ¡Los arquitectos no tienen idea! ¡Gritadme lo que queráis, los ingenieros somos la base de la civilización!”

El asunto se esclareció en la mente de Lía: una ingeniera argumentando su superior nivel de estudios frente a un grupo de arquitectos. Muy normal. Y muy peligroso.

Con cada una de sus palabras, la masa que la rodeaba se alborotaba cada vez más. Uno de los hombres más cercanos a ella, que se proclamó “Arquitecto de Castillos y Torres Elevadas” dio unos pasos adelante sin que la ingeniera se percatara. Poco a poco iba alzando su puño de manera amenazadora. Lía no pudo hacer otra cosa que intervenir.

Sus instintos la empujaron al medio y medio de esa multitud, situándose entre el puño del arquitecto y la muchacha.

- ¡Basta! ¡Veo sus intenciones de pegar a esta molesta jovencita! – La Descarriada elevó su voz para que todos la oyeran- Todos vemos que parece una sabiondilla, ¡pero no es su culpa que los ingenieros sean mejores en todos los aspectos! - un silencio se apoderó de la plazuela- Quiero decir, vamos, hay que asumir que ingenieros 1 – arquitectos 0. Venga, un arquitecto es aquel al que le faltaron huevos para ser ingeniero civil... y pechos para ser decoradora.

El gentío allí reunido fijó entonces su atención en Milady, olvidando a la mujer que había causado el alboroto inicial. Lía se echó la mano a sus cinturas y recordó en ese mismo instante que todavía no había escogido una espada para su defensa. Más bien, ninguna espada la había escogido a ella para blandirla.

A medida que la veintena de hombres allí reunidos se iban aproximando más y más a la menuda heroína, nuestra protagonista iba elaborando un plan en su mente. Eran demasiados hombres y demasiado fuertes para combatirlos a todos a la vez. Esperó al momento en que el enfado estuviera en su punto álgido y, agarrando a la ingeniera sabionda de la mano, en cuanto se oyó el grito de guerra de "¡A por las listillas!", ambas comenzaron a correr agachadas entre las piernas de los pobres arquitectos. Su baja estatura las hacía escurridizas entre tanto hombre furioso. Siguieron corriendo unos minutos hasta alcanzar a NinaBieca, que pastaba tranquila ajena a todo el alboroto.

Apresuradamente, Lía subió a su yegua y comenzó a galopar, dedicándole un gesto rápido de despedida a Herminia, asomada a la puerta de su casita, y con la ingeniera corriendo a su lado desesperadamente.

- ¡Gracias…por…salvarme…la vida! –decía entre jadeos- ¡Me llamo… Luciana Lopezueladel Sur, Ingeniera… de Fosos y… Puentes Levadizos! ¿Cómo puedo… agradecerle…?

- ¿Luciana, eh? – preguntó Lía entre botes mirando de reojo a la joven de pelos castaños y vestida de plebeya- Bien, Luciana, Ingeniera Sabiondilla, ¿qué te parecería ser mi nueva escudera?

Y así, hacia el horizonte se dirigió una estampa que todo el pueblo recordaría: Lía, la Lady Descarriada, montando a Nina, su radiante yegua gris, y acompañada de Luciana, su a partir de entonces fiel ingeniera escudera.

lunes, 16 de julio de 2012

Lady Lía


NOMBRE: Lía, La Lady Descarriada

EDAD: 21

SEXO: Mujerzuela

TÍTULO: Lady

TAMAÑO: metro y medio

FÍSICAMENTE: frondosa melena morena, nariz prominente, ojos almendrados y busto turgente

EN CUANTO A SU CARÁCTER…: en busca de la independencia paterna, se ha vuelto aventurera y decidida, aunque no ha perdido su poco tacto, torpeza y su bordería

HABILIDADES: montar a caballo (seica), blandir una espada, peleas de insultos y un buen escote

DEBILIDADES: odia a las avispas, odia a las abejas, odia a los bichos que parecen avispas y abejas cuando no los ve bien desde lejos, despistada y con cierta tendencia a meter el dedo en la llaga

 BIZARRO: su armadura zanahoria

jueves, 12 de julio de 2012

En algún lugar de Teo de cuyo nombre no quiero acordarme


Hay quien narra epopeyas sobre épicos héroes, de joven edad, brillante armadura y pelo resplandeciente que siempre vencen contra el mal personificado. Y se puede deducir entre líneas que varios de ellos disfrutaban bastante de su fama entre las mujeres (…en la cama. Ya sabéis, disfrutaban en la cama de esas mujeres).
Pero muchos estamos cansados de ver al hombre protagonista ejercer con valentía sus labores de semidiós, y estamos ansiosos por ver al fin un videoclip en el que sea la mujer la que da cachetazos a las posaderas de Daddy Yankee, o que sea el hombre el que venga del futuro a presentarnos su asombroso detergente. Este cambio es el que vengo a presentar. Este cambio es el protagonista de este magnífico relato.


No debemos olvidar que en toda aventura épica hay un importante protagonista, la figura clave y adalid de la andanza.

Milady de Cacheiras había sido criada en un estricto y riguroso ambiente noble: mucho dinero y poca fiesta. Había pasado las mañanas desde que formulara sus primeras palabras aprendiendo las artes del canto, la cocina y los remiendos en piezas de ropa ya bastante jodidillas. Las tardes las ocupaba con sus lecturas obligatorias sobre la castidad y la música, no pudiendo jamás alterar su rutina (a no ser que apareciese un dragón por el pueblo, que solía pasar muy a menudo, a decir verdad). De esta manera había crecido la menuda Lady Lía hasta cumplir la mayoría de edad.

Agobiada por no poder quedarse en los jolgorios de la plebe hasta más de medianoche, un día, la jovencita damisela decidió huir de su agrietado castillo y de las zarpas de sus adinerados y púdicos padres. Les debía todos sus conocimientos sobre la vida a sus progenitores, pero Lía sabía que un mundo lleno de hazañas heroicas le esperaba más allá de los setos de su fortaleza. La misma noche que resolvió su fuga, robó un caballo de los establos y, cabalgando hacia el horizonte, más allá de las tierras de Teo, la Lady más risueña de la comarca abandonaba su propio hogar, convirtiéndose desde aquella en


LÍA, LA LADY DESCARRIADA