- Bien, ésta ha sido sin duda una conversación aclaratoria muy fructuosa –
Lauranstein miraba distraídamente los posos de su ex-mojito -. Como breve
conclusión sintética: dos hombres de la corte deciden realizar un recado para
el Rey; se tropiezan con dos dispares damas; todos se hacen amigos y forman el
“Club de las Aventuras Ilegales”; llegan a su destino; hacen añicos el objeto
de tanto paseo; lloran sus penas en un bar y descubren que la Reina trama algo;
deciden visitar amigablemente a su majestad y escuchan por puro azar mi nombre.
Y, finalmente, los cuatro tránsfugas terminan en mi hacienda.
- Buen resumen, cielo – Ángelus tenía su cabeza ladeada, como tratando de
equilibrar, literalmente, sus ideas -. Desgraciadamente, la proporción de
alcohol de mi copa no ha sido suficiente para hacerme olvidar un leve detalle:
¿qué anheláis de mi enamorada?
Sir John Jesus se removió incómodamente en su asiento. Sus posaderas
habrían agradecido una almohadilla de plumas sobre la dura superficie de nogal.
- Tan sólo buscamos información, una pista, un faro que oriente nuestro
rumbo…
- Estáis intentando ir un paso por delante de la realeza, y eso es muy
peligroso hoy en día – interrumpió la investigadora, dejando a un lado su vaso
vacío y posando su verdácea mirada
sobre el Sir.
El cocoromiau paseaba entre las
piernas de los visitantes, frotando su lanudo lomo contra ropajes y zapatos,
soltando de vez en cuando sonidos gallináceos. Luciana contemplaba sus andares
gatunos mientras reflexionaba. La Reina era una cliente para la científica y,
como tal, gozaba de cierta confidencialidad. Sin embargo, hasta el más tozudo
obrero podía ser convencido de vestir una boina protectora en las
construcciones. La ingeniera tan sólo tenía que adaptar su jerga para lograr
persuadir a Lauranstein.
- Imagina, anfitriona, que un cuervo hembra ha cambiado su dieta de
lombrices por sed de poder – arrancó Luciana -. Ese cuervo quiere aterrorizar
al resto del mundo de las aves, así que ha urdido un plan que ha inhabilitado a
su marido el águila como rey de los pájaros.
Lady Lía miraba con el ceño fruncido a su escudera. No parecía hora de
metáforas. También era cierto que no había comido en las últimas horas y había
bebido velozmente su mojito, así que su capacidad de concentración había
decaído estrepitosamente con los últimos sorbos del refresco. La Descarriada
combatía una repentina necesidad por subirse a la silla y comenzar a bailar.
- Yo, un flamenco rosado de lo más atractivo, acompañada por mis compañeras
las palomas, me he presentado en tu nido para pedir una minúscula migaja de
ayuda. Piénsalo, Lauranstein. El cuervo no debe atemorizar a su pueblo. El
miedo no crea más que caca blanca sobre las diligencias y los corceles de la
gente. Alcemos juntos el vuelo y terminemos con esta gripe aviar.
Sir John Jesus miraba incrédulo a la delicada ingeniera que tanta
imaginación tenía, reprimiendo el impulso de llevarse la palma de la mano a su
rostro, en señal de exasperación. Girautius, por otro lado, escuchaba divertido
como Luciana se auto-llamaba flamenca.
Ambos científicos contemplaban fijamente a la ahora muda escudera. Sus
rostros eran impenetrables. Unos minutos más tarde, Ángelus carraspeó.
- ¿Y qué seríamos nosotros en esta alegoría?
- Un colibrí y un dodo.
- Excelente elección – el ilustrado hombretón bajó la mirada en señal de
razonamiento en curso.
Transcurrieron al menos otros cinco minutos de acentuado mutismo. Lady Lía
meneaba sus hombros rítmicamente al compás de La Macarena. Le apetecía otro
mojito. Finalmente, Lauranstein quebró el silencio.
- Tu historia tiene sus imperfecciones. No hay prueba empírica de relaciones
monárquicas entre las aves. Y tú serías más un periquito que un flamenco…
Habría funcionado mejor con un reino subsahariano a lo “El Rey León”. Pero en conjunto
– la erudita realizó un círculo imaginario con su índice derecho – has logrado
transmitir tu teoría. Nosotros – ahora señalaba intermitentemente a Ángelus y a
sí misma – vivimos apartados de la sociedad en este pantano porque no nos
gustan los tejemanejes de la especie humana. Nuestro género se suele centrar en
la ambición y la codicia, y ya nadie quiere echar un pulso con un delfín o
jugar al pilla-pilla con un perezoso.
Pero a pesar de vuestras buenas intenciones, no sé si merece la pena involucrarnos
en tremendo jaleo.
Ángelus posó una gran mano en el regazo de su creadora. Con la otra mano,
se ajustó sus anteojos.
- ¿Recuerdas cuando éramos jóvenes y rebeldes? ¿Cuándo nos deleitábamos
alimentando a nuestra aldea de ácaros, porque sabíamos que nadie más lo
aceptaría? – Lauranstein asintió con aire inteligente, rememorando el
pueblecito de partículas de polvo al que tanto habían mimado – Quizá sea hora
de retomar nuestras aficiones. Quizá esta oportunidad nos ha sido ofrecida por
algún motivo trascendental. Como la fotosíntesis.
Lauranstein idolatraba a la fotosíntesis y un ramalazo sentimental
comenzaba a florecer en ella (juego de palabras intencionado). Así pues, la
joven erudita reflexionó durante unos instantes. Comprendía el ansia por el conocimiento
que sus huéspedes mostraban, pero si algo salía mal y su nombre y el de Ángelus
salían a la luz como cómplices de algún tipo de complot contra la corona, todo
su trabajo animal se vería comprometido. Sin lugar a dudas, la posibilidad de que
se hubiera originado un motín en la corte le provocaba un sentimiento similar
al del sarpullido que había sufrido hacía unos meses cuando había intentado
abrazar a una medusa. Tal vez, si pudiera asegurar su bienestar y el de su
fauna de alguna manera…
- De acuerdo – sus palabras pillaron por sorpresa a los visitantes -. Os
diremos lo que sabemos, pero más os vale que no mencionéis, ni bajo extrema
tortura, nuestros nombres.
- Prepararé unos pinchitos, entonces – Ángelus se retiró del laboratorio,
dejando a sus espaldas a cuatro intrigados personajes, sentados al borde de sus
sillas.