jueves, 3 de julio de 2014

Capítulo XIX: Antes se coge al dibujante que a un cojo

Había comenzado a llover, para aumentar el dramatismo del momento. Los cuatro habían corrido a guarecerse bajo el balcón de una vivienda, pero no habían podido evitar empaparse. Luciana escurría su pelo mientras los demás se miraban frustrados.

- ¿Cómo vamos a llegar al Pantano de Vicus con esos carteles por todo el pueblo? Es más, ¿cómo vamos a llegar a ninguna parte? – Lady Lía sacudió su cabeza cual perro para deshacerse del agua de más que reposaba en su melena.

- ¿En este pueblo? ¡Es probable que estén por todo el Reino! ¡Voy a tener que operarme la cara! – añadió el Sir.

Aterrados por la idea de tener que modificar sus bellísimos trazos, todos empezaron a tiritar.

- Tenemos que entrar en calor. Y odio correr; no voy a ponerme a correr. Corred vosotros si queréis, yo moriré aquí congelada y pesaré siempre en vuestras conciencias.

- La Lady tiene razón, pero no podemos entrar como si nada en un hostal a templarnos – Luciana miró a su alrededor en busca de una edificación abandonada, a poder ser con hiperboloides -. No veo ningún sitio apto para allanamiento. A no ser…

La ingeniera se sumergió en el aguacero y caminó hacia una pared con los famosos carteles de “Se busca”. Observaron cómo se inclinaba sobre ellos y los examinaba atentamente. Un minuto después, se volvía hacia ellos y gritaba:

- ¡”Estudio Ratero Monfero, Pontium Vedris”! ¡Los retratos están firmados por el artista creador! ¡Busquemos al cerdo que nos ha dibujado!

- ¿De qué nos iba a servir encontrar a ese ilustrador justiciero?

- No, Luciana tiene razón, Girautius – la Descarriada se zambulló en la intensa lluvia -. Hagamos que cambie de opinión sobre la Reina: engendremos a un rebelde más, hagamos que no quiera volver a retratar nuestros rostros.



Comenzaron, pues, la búsqueda del Estudio Ratero Monfero. Uno a uno, buscaron el rótulo en todas las fachadas del pueblo, caminando bajo la lluvia y ocultando sus caras con los cuellos de sus capas y abrigos. Al menos el retratista había omitido a NinaBieca, por lo que ésta podía pasearse despreocupadamente metiendo el hocico en todos los rincones llenos de barro de Pontium Vedris.

Tardaron casi una hora en localizar el pequeño estudio de dibujo: en un callejón sin salida después de un laberinto de liosas callejuelas empedradas; aunque Lady Lía agradeció que el pueblucho fuera completamente plano, sus nalgas no estaban lo suficientemente acostumbradas a las cuestas.

Los cuatro, reunidos delante de la puerta del estudio, urdieron un plan: Lady Lía entraría con su espada-sin-nombre en alto con un aterrador rugido, asustando a todos los obreros del arte y dando tiempo al resto de nuestros héroes a localizar cualquier arma arrojadiza que pudieran tener en el local. Se buscarían los posibles problemas y se resolverían a la fuerza antes de que los artistas pudieran reaccionar. Quizá terminaran con alguna magulladura, pero era raro pensar que en el interior de ese despacho de dibujo se hallase un coleccionista amante de las armas blancas.

Así pues, la Descarriada desenfundó su afilado pincho y se puso en posición de ataque. Respiró hondo, cogió impulso y abrió de una patada la portezuela de madera que los separaba del chivato visual. Con una breve carrerilla se introdujo en el estudio, donde blandió su espada en alto y abrió la boca para dejar escapar un grito ahogado. No podía ser tan feroz: delante de ella había una única y solitaria mesa llena de papeles y ceras de colores, detrás de la cual había sentado un joven asustado y alto. O alto y asustado. Luciana y los demás se situaron tras Lady Lía.

- Lo… lo sabía. Sabía que algún día mis obras se tornarían realidad. ¡Soy un mago de la brocha! Hice bien al negarme a dibujar un perro para mi amada; si dejas que entre en tus pinturas, nada le impedirá salir del lienzo y morderme los tobillos.

- Déjate de tonterías – Luciana interrumpió los pensamientos del pintor odia-canes -. Sabes quiénes somos y sabemos quién eres. Ahora sólo hace falta ponerte un apodo y darte una paliza para que dejes de retratarnos.

Luciana había escogido ser la policía mala.

- Bueno, lo de la paliza podemos retrasarlo. Lo que sí puedo ofreceros es un nombre: soy Da Ninci y este es mi humilde estudio, Sociedad Limitada Unipersonal.

- Bien, artista del retrato acusador, estoy seguro, pues, de que tienes una magnífica historia que contarnos para explicar cómo nuestros rostros han terminado colgados en las paredes del pueblo.

John Jesus había escogido ser el poli bueno.

- ¿No queréis un brownie de chocolate antes?

- ¡Basta, Da Ninci! – Lady Lía subió el volumen; con su voz de pito era lo mejor que podía hacer para imponer un poco –. Vas a dejar todos tus proyectos a medias hasta que nos expliques quién te ha pagado por hacernos parecer unos delincuentes.

- ¿Pagado? ¡Ojalá me hubieran pagado! – Da Ninci se frotó las manos en señal de nerviosismo -. No es el trabajo al que estoy acostumbrado… Normalmente viene el becario de la comisaría a darme el recado… Pero, ella… Fue una experiencia aterrorizante… Como cuando conoces a tu suegra y parece que tiene un muñeco de vudú de ti guardado bajo su almohada...

- Estás divagando, colega – Girautius soltó la frase culta del día.

- La Reina, pobres desgraciados, ¡la mismísima Reina me hizo retrataros!