sábado, 23 de febrero de 2013

Capítulo XI: Poción buena viene en frasco pequeño


LUCIANA

Todo estaba a oscuras. Los plomos del sol se habían fundido de repente. Luciana se pasó una mano por el pelo y después por su cara. Bien, estaba entera. Ahora debía razonar.

La poción que Girautius había liberado había convertido el día en la noche más oscura. Sabía su situación exacta y la ubicación de los demás por el templo. Pero, ¿qué sabía ella de hechizos y pócimas? ¿Cómo eliminar los efectos? Quizá lo mejor era esta realidad, tenían más posibilidad de sobrevivir dejando ciega a la bruja.

Agitando sus brazos mientas caminaba lentamente, por si se encontraba con algún obstáculo que no recordara, fue aproximándose al podio central. Si John Jesus entretenía a Evanthra con su espadita, cabía la posibilidad de acercarse al paquete sigilosamente y recuperarlo.

Una de sus patitas suaves topó con algo en el suelo. Iba a agacharse a comprobar qué era cuando una mano la agarró por la muñeca. Soltó un gritito bastante audible y trató de soltarse.

- Soy yo: Girautius – susurró una voz-. Esta poción es más fuerte de lo que pensaba: huele a diente de león, no creo que desaparezcan sus efectos hasta que la bruja… finito.

- ¿Y qué hacemos?

Evanthra estaba farfullando algo amenazador a John Jesus, y Luciana había puesto su mente a funcionar a toda máquina. Era muy fácil decirlo, pero a ver cómo se libraban de la del cabello en llamas.


GIRAUTIUS

Vaya. Qué poder, qué fuerza. Qué metedura de pata.

Claro, diente de león. ¿Qué si no? Lo tenían crudo.

Girautius no había pensado antes en los ingredientes de la pócima y eso, sin duda, había cambiado el curso de los acontecimientos. Las pociones realizadas con algo de diente de león solían ser bastante efectivas, pero también solían conllevar una importante necesidad de dosificación. Es decir, que debía haber dejado caer una gota del recipiente, y no haber lanzado el bote de cristal contra el suelo como un balón de rugby americano al pasar la línea de home run o de gol. No sabía mucho de los deportes del otro continente, pero la metáfora se entendía.

Decidió buscar a los demás: la unión hace la fuerza y tan solo juntos podían tener una mínima posibilidad de vencer a la pelirroja. Y de volver a ver la luz del sol.

Percibió un aroma a gominola. Luciana andaba cerca. Ella tenía un buen sentido de la orientación, si conseguía alcanzarla sería un gran avance en su plan.

Caminó con sigilo unos cuantos pasos más. Era divertido, andar tratando de que no lo escucharan le recordaba a las aventuras de su héroe Austino de Powersé.

Tenía a alguien muy cerca. Podía oír su respiración. Inspiró y un olor a osito de goma llegó a su nariz. Extendió la mano y agarró su muñeca. Agradeció que fuese la muñeca, habría sido bastante incómodo asir sus posaderas sin querer. Escuchó un gritito justo a su lado. Había sonado bastante pijo, así que supo al instante que era la joven que estaba buscando.

- Soy yo: Girautius – susurró -. Esta poción es más fuerte de lo que pensaba: huele a diente de león, no creo que desaparezcan sus efectos hasta que la bruja… finito.

- ¿Y qué hacemos?

Girautius reflexionó. Evanthra aún estaba rondando por ahí, la había escuchado gritar algo. Tenían que conseguir reunir a los otros dos protagonistas rápido.


JOHN JESUS

John Jesus estaba alerta. Todos sus sentidos se habían agudizado, incluso podía percibir algo de intuición femenina, tal era el peligro que advertía.

Así, su instinto le hizo saltar cual tigre en acecho hacia la bruja. En un cuerpo a cuerpo, si conseguía dejarla inconsciente, podía lograr una victoria.

De un golpe, tiró a Evanthra al suelo. El impacto fue bastante peor para la oscura dama, así que el Sir consiguió incorporarse rápido, mientras ella aún estaba reaccionando allí tirada. Tanteando con el pie hasta encontrarla en la oscuridad, recogió su espada del suelo, que había dejado caer al abalanzarse sobre la mujer, y se puso en guardia.

Escuchó un grito y decidió que lo más sensato era agitar su espada de un lado a otro para defenderse. Lo más lógico, indiscutiblemente.

- Rompiches a ofrenda. ¡Rompiches a ofrenda! Se rompes a ofrenda, ¡rómpoche o nariz! ¿Que lle vou a dar agora á mestra? Vaime castigar, ¡vaime obrigar a deixar a cerveza!

John Jesus escuchó como Evanthra se alejaba caminando entre lamentos. Vaya, qué llorica. Su tal maestra debía de ser una mujer intimidante.

Desorientado, empezó a buscar a los demás a tientas. Si los conseguía reunir y encontrar la salida del templo antes de que Evanthra recuperase la compostura, tendrían la oportunidad de huir.


LADY LÍA

La intensa oscuridad los había pillado a todos por sorpresa. Lady Lía tenía los ojos abiertos como platos y aún así no lograba ver ni sus propias manos. Palpaba todo a su alrededor buscando un punto de referencia. Piedra, piedra, piedra. Por mucho que se esforzara lo único que conseguía era chocar con más y más escombros. Oía a los demás luchando desesperados en la misma situación.

Sus instintos nunca habían funcionado al 100%, lo que de vez en cuando le pasaba factura. Retrocedió unos pasos tratando de organizar sus pensamientos y tropezó con algo, cayendo de espaldas sobre el pétreo suelo del templo. Seguramente, por culpa de otra piedra.

Un grito la puso en alerta. Aguzó el oído esperando averiguar qué sucedía. Evanthra estaba bramando algo sobre la ofrenda, pero la caída la había dejado algo aturdida. Trató de despejarse.

Entonces lo notó: una presencia escalofriante muy cerca de ella. Si la bruja la alcanzaba, nuestra heroína no tendría manera de defenderse. Asustada, arrastró sus manos por el suelo en busca de cualquier objeto amenazador y consistente, pero solo sentía cascotes y polvo.

Percibió unos pasos próximos a sus piernas. Se quedó inmóvil y controló su respiración; quizá si no hacía ningún ruido Evanthra ignoraría su presencia. Encogió los brazos para ocupar menos espacio y se quedó ahí, acurrucada. Seguía escuchando el eco de los pasos muy cerca.

De repente sintió la necesidad de moverse; había algo que la incomodaba (aparte de la atemorizante presencia de la peliburdeos). Su espalda comenzaba a quejarse y un dolor punzante le atacaba entre sus vértebras. Lentamente, deslizó una de sus pezuñas de paladín entre su cuerpecito y el suelo. Sí, efectivamente, había algo que se le estaba clavando en el lomo. Agarró como pudo el objeto y lo sacó de debajo de ella.

Lo sostuvo con las dos manos, todavía tirada en el piso del templo. Lo toqueteó un poco. Era alargado y tenía un par de bordes afilados.

- ¿Una espada?

Y por extraño que pareciese, cayendo encima de ella y haciéndose un insignificante rasguño, Lady Lía había encontrado su pincho en particular, su arma de fuego sin fuego, la espada con la que había soñado aquella noche que conoció a John Jesus y Girautius.

Y se hizo la luz.