LUCIANA
Todo estaba a oscuras. Los plomos
del sol se habían fundido de repente. Luciana se pasó una mano por el pelo y
después por su cara. Bien, estaba entera. Ahora debía razonar.
La poción que Girautius había
liberado había convertido el día en la noche más oscura. Sabía su situación
exacta y la ubicación de los demás por el templo. Pero, ¿qué sabía ella de
hechizos y pócimas? ¿Cómo eliminar los efectos? Quizá lo mejor era esta
realidad, tenían más posibilidad de sobrevivir dejando ciega a la bruja.
Agitando sus brazos mientas
caminaba lentamente, por si se encontraba con algún obstáculo que no recordara,
fue aproximándose al podio central. Si John Jesus entretenía a Evanthra con su
espadita, cabía la posibilidad de acercarse al paquete sigilosamente y
recuperarlo.
Una de sus patitas suaves topó
con algo en el suelo. Iba a agacharse a comprobar qué era cuando una mano la
agarró por la muñeca. Soltó un gritito bastante audible y trató de soltarse.
- Soy yo: Girautius – susurró una voz-. Esta
poción es más fuerte de lo que pensaba: huele a diente de león, no creo que
desaparezcan sus efectos hasta que la bruja…
finito.
- ¿Y qué hacemos?
Evanthra estaba farfullando algo
amenazador a John Jesus, y Luciana había puesto su mente a funcionar a toda
máquina. Era muy fácil decirlo, pero a ver cómo se libraban de la del cabello
en llamas.
GIRAUTIUS
Vaya. Qué poder, qué fuerza. Qué
metedura de pata.
Claro, diente de león. ¿Qué si
no? Lo tenían crudo.
Girautius no había pensado antes
en los ingredientes de la pócima y eso, sin duda, había cambiado el curso de
los acontecimientos. Las pociones realizadas con algo de diente de león solían
ser bastante efectivas, pero también solían conllevar una importante necesidad
de dosificación. Es decir, que debía haber dejado caer una gota del recipiente,
y no haber lanzado el bote de cristal contra el suelo como un balón de rugby
americano al pasar la línea de home run
o de gol. No sabía mucho de los deportes del otro continente, pero la metáfora
se entendía.
Decidió buscar a los demás: la
unión hace la fuerza y tan solo juntos podían tener una mínima posibilidad de
vencer a la pelirroja. Y de volver a ver la luz del sol.
Percibió un aroma a gominola.
Luciana andaba cerca. Ella tenía un buen sentido de la orientación, si
conseguía alcanzarla sería un gran avance en su plan.
Caminó con sigilo unos cuantos
pasos más. Era divertido, andar tratando de que no lo escucharan le recordaba a
las aventuras de su héroe Austino de Powersé.
Tenía a alguien muy cerca. Podía
oír su respiración. Inspiró y un olor a osito de goma llegó a su nariz. Extendió
la mano y agarró su muñeca. Agradeció que fuese la muñeca, habría sido bastante
incómodo asir sus posaderas sin querer. Escuchó un gritito justo a su lado.
Había sonado bastante pijo, así que supo al instante que era la joven que
estaba buscando.
- Soy yo: Girautius – susurró -. Esta
poción es más fuerte de lo que pensaba: huele a diente de león, no creo que
desaparezcan sus efectos hasta que la bruja…
finito.
- ¿Y qué hacemos?
Girautius reflexionó. Evanthra
aún estaba rondando por ahí, la había escuchado gritar algo. Tenían que
conseguir reunir a los otros dos protagonistas rápido.
JOHN JESUS
John Jesus estaba alerta. Todos
sus sentidos se habían agudizado, incluso podía percibir algo de intuición femenina,
tal era el peligro que advertía.
Así, su instinto le hizo saltar
cual tigre en acecho hacia la bruja. En un cuerpo a cuerpo, si conseguía
dejarla inconsciente, podía lograr una victoria.
De un golpe, tiró a Evanthra al
suelo. El impacto fue bastante peor para la oscura dama, así
que el Sir consiguió incorporarse rápido, mientras ella aún estaba reaccionando
allí tirada. Tanteando con el pie hasta encontrarla en la oscuridad, recogió su
espada del suelo, que había dejado caer al abalanzarse sobre la mujer, y se
puso en guardia.
Escuchó un grito y decidió que lo
más sensato era agitar su espada de un lado a otro para defenderse. Lo más
lógico, indiscutiblemente.
- Rompiches a ofrenda. ¡Rompiches
a ofrenda! Se rompes a ofrenda, ¡rómpoche o nariz! ¿Que lle vou a dar agora á
mestra? Vaime castigar, ¡vaime obrigar a deixar a cerveza!
John Jesus escuchó como Evanthra
se alejaba caminando entre lamentos. Vaya, qué llorica. Su tal maestra debía de
ser una mujer intimidante.
Desorientado, empezó a buscar a
los demás a tientas. Si los conseguía reunir y encontrar la salida del templo
antes de que Evanthra recuperase la compostura, tendrían la oportunidad de
huir.
LADY LÍA
La intensa oscuridad los había
pillado a todos por sorpresa. Lady Lía tenía los ojos abiertos como platos y
aún así no lograba ver ni sus propias manos. Palpaba todo a su alrededor
buscando un punto de referencia. Piedra, piedra, piedra. Por mucho que se
esforzara lo único que conseguía era chocar con más y más escombros. Oía a los
demás luchando desesperados en la misma situación.
Sus instintos nunca habían
funcionado al 100%, lo que de vez en cuando le pasaba factura. Retrocedió unos
pasos tratando de organizar sus pensamientos y tropezó con algo, cayendo de
espaldas sobre el pétreo suelo del templo. Seguramente, por culpa de otra
piedra.
Un grito la puso en alerta. Aguzó
el oído esperando averiguar qué sucedía. Evanthra estaba bramando algo sobre la
ofrenda, pero la caída la había dejado algo aturdida. Trató de despejarse.
Entonces lo notó: una presencia
escalofriante muy cerca de ella. Si la bruja la alcanzaba, nuestra heroína no
tendría manera de defenderse. Asustada, arrastró sus manos por el suelo en
busca de cualquier objeto amenazador y consistente, pero solo sentía cascotes y
polvo.
Percibió unos pasos próximos a
sus piernas. Se quedó inmóvil y controló su respiración; quizá si no hacía
ningún ruido Evanthra ignoraría su presencia. Encogió los brazos para ocupar
menos espacio y se quedó ahí, acurrucada. Seguía escuchando el eco de los pasos
muy cerca.
De repente sintió la necesidad de
moverse; había algo que la incomodaba (aparte de la atemorizante presencia de
la peliburdeos). Su espalda comenzaba a quejarse y un dolor punzante le atacaba
entre sus vértebras. Lentamente, deslizó una de sus pezuñas de paladín entre su
cuerpecito y el suelo. Sí, efectivamente, había algo que se le estaba clavando
en el lomo. Agarró como pudo el objeto y lo sacó de debajo de ella.
Lo sostuvo con las dos manos,
todavía tirada en el piso del templo. Lo toqueteó un poco. Era alargado y tenía
un par de bordes afilados.
- ¿Una espada?
Y por extraño que pareciese, cayendo
encima de ella y haciéndose un insignificante rasguño, Lady Lía había
encontrado su pincho en particular, su arma de fuego sin fuego, la espada con
la que había soñado aquella noche que conoció a John Jesus y Girautius.
Y se hizo la luz.