- Lo que más me preocupa es cómo la Reina consiguió acudir tan rápido a Da
Ninci. No han pasado ni veinticuatro horas desde el incidente en el Castillo.
John Jesus recorría las paredes repletas de bocetos con la mirada mientras
reflexionaba en voz alta, para alivio de sus compañeros, que ya no tenían por
qué poner sus cerebros a funcionar. Estaban desperdigados por el estudio del
artista, sentados encima de montones de folios y clavándose puntiagudas plumas
por todas partes.
- Eso es fácil de desentrañar – Da Ninci había regresado a su asiento
detrás del escritorio de dibujo -. La Reina vino hace algo más de dos días a
hacer el encargo. Y de todas formas – añadió con una floritura de su pincel en
el aire -, seguramente puede teletransportarse
con alguna energía demoníaca que produce su veneno de víbora. Por ejemplo. Es
sólo una idea.
- Eso quiere decir que acudió al retratista justo después del incidente en
el Templo de Peleteirocles – Luciana lanzó una mirada a Lady Lía, que se había
ensuciado parte de su armadura zanahoria con tinta de color verde -. Romper la
esfera no fue lo mejor que pudimos hacer.
- No me mires a mí, fue cosa del Sir ese.
- No fue cosa de ninguno; se cayó al suelo y se hizo añicos –John Jesus
trataba de pasar la pelota de la culpabilidad a base de ser diplomático -. Lo
importante es que nos hemos enterado de que estamos en busca y captura antes de
que algún transeúnte nos reconociera. Estamos aventajados.
Girautius suspiró. Sabía que eso significaba que las fiestas repletas de
mujeres habían acabado por un tiempo.
- Tú – la Descarriada señaló con su dedo índice manchado de tinta violeta a
Da Ninci-, ¿qué quería Nuestra Encantadora Majestad de esa esfera? ¿Cuáles
fueron los motivos que dio para declararnos delincuentes ante la sociedad? ¿Y
por qué siempre lloro con la banda sonora de Titanic?
El dibujante levantó ambas manos en señal de vulnerabilidad.
- ¡No me dijo nada de una esfera! ¡Lo juro! Llegó aquí como una exhalación,
acompañada de una bajita jovenzuela peliburdeos
que destilaba maldad, y me dijo que dejara de hacer todo lo que me traía entre
manos. Unos retratos corrían prisa, así que como buen trabajador autónomo que
soy, acepté gratamente su oferta. No eran pinturas remuneradas, pero me explicó
que llenar las paredes de las calles con mis obras sería una magnífica
publicidad.
- Pringado.
- El caso es que durante tres largas horas me fueron describiendo uno a uno
los detalles de vuestros rostros, hasta que el resultado les pareció
suficientemente elaborado; entonces se marcharon tan rápido como habían
llegado. No sé qué le habéis hecho a la Reina, pero por su apuro parecía algo
realmente personal.
- Maldita sea – el Sir suspiró y bajó la cabeza en señal de derrota. Algo turbio
estaba ocurriendo en Palacio y esa estúpida esfera fragmentada estaba
involucrada en el asunto. El hecho de tener sus retratos colgados por toda la
ciudad y, probablemente con cada hora que transcurría, por más territorios del
Reino, no les ayudaba en su estrategia de investigación, que comenzaba con la
visita a esa tal Lauranstein. Ahora más que nunca, si querían ayudar al Monarca
masculino y, de paso, salvar sus propias vidas, tenían que averiguar qué
función albergaba esa misteriosa esfera y por qué la Reina la deseaba tanto.
La quejumbrosa voz de Lady Lía quebró el hilo de pensamiento de John Jesus.
- Si estos retratos llegan hasta mi hogar, mis padres van a montar una
buena. “Milady de Cacheiras huye de casa para convertirse en la más buscada delincuente
del Reino”. El sueño de cualquier progenitor.
- ¿Has dicho…de Cacheiras? – Da Ninci había cambiado su mirada esquiva por
unos ojos sorprendidos- ¿Milady de Cacheiras? ¿El Cacheiras de Teo? ¿Vacas,
ovejas, tortilla?
- Eso ha dicho, colegui. Relaja
la raja – sobresalió el tacto de Girautius en situaciones delicadas.
- ¡Pero si eres…! ¡Eres mi cuñada!
La Descarriada contempló desconfiada al joven delgaducho que le hablaba; se
había incorporado tras su mesa de dibujo y podía entrever ropas de plebeyo bajo
su mandil nada femenino.
- ¿Eres el ilustrador de cuentos infantiles que arruinó la reputación de mi
hermana Herminia?
- No, soy el ilustrador de cuentos infantiles que le alegró la vida a tu
hermana Herminia – chasqueó sus dedos y sacudió sus cejas, pero su respuesta no
pareció animar el ambiente -. Míralo de esta forma: eres familia, eso cambia
las cosas.
- ¿Ah, sí? ¿Cómo las cambia, exactamente? ¿Recibimos un bono descuento por
un retrato nuestro de “Se busca”?
- ¿Y si os dijera que las copias de los retratos que se repartirán por los
demás pueblos del Reino aún no han sido enviadas? – el artista observó cómo su
frase calaba en las mentes de sus visitantes – Podría ocurrir que yo, dibujante detallista y
pluscuamperfecto, decidiera retocar algún pormenor de vuestros trazos antes de
que sean enviados mañana mismo. La nariz de Lady Lía no es tan pronunciada como
me dejaron entrever, y esa melenaza afro es algo lisa si se ve a contraluz.
Se miraron unos a otros esperanzados.
- ¿Estás insinuando que vas a desfigurar nuestros retratos, cuñadito
queridín?
-Sí, eso insinúo, pelotillera anaranjada.
Decidieron marchar aprisa para que nadie los pillara en el estudio y
tacharan a Da Ninci de artista
negligente. Resuelto el problema de los carteles en el resto del Reino, tan
solo debían lograr salir de Pontium Vedris sin ser reconocidos. Era un camino
demasiado largo para ir a pie, por ello el cuñado de Lady Lía les había
prometido alquilar un par de caballos a su nombre y dejarlos al anochecer en
una apartada esquina del pueblo, donde podrían cogerlos y marchar
tranquilamente hacia el pantano de la aún desconocida Lauranstein.
Cenaron, pues, al aire libre; cogieron unas manzanas que colgaban en un
árbol no muy lejos del estudio “Ratero Monfero” y las comieron ocultos en las
sombras. Todo poco sospechoso y muy sutil.