martes, 3 de marzo de 2015

Capítulo XX: A caballo gratuito, no le mires el diente

- Lo que más me preocupa es cómo la Reina consiguió acudir tan rápido a Da Ninci. No han pasado ni veinticuatro horas desde el incidente en el Castillo.

John Jesus recorría las paredes repletas de bocetos con la mirada mientras reflexionaba en voz alta, para alivio de sus compañeros, que ya no tenían por qué poner sus cerebros a funcionar. Estaban desperdigados por el estudio del artista, sentados encima de montones de folios y clavándose puntiagudas plumas por todas partes.

- Eso es fácil de desentrañar – Da Ninci había regresado a su asiento detrás del escritorio de dibujo -. La Reina vino hace algo más de dos días a hacer el encargo. Y de todas formas – añadió con una floritura de su pincel en el aire -, seguramente puede teletransportarse con alguna energía demoníaca que produce su veneno de víbora. Por ejemplo. Es sólo una idea.

- Eso quiere decir que acudió al retratista justo después del incidente en el Templo de Peleteirocles – Luciana lanzó una mirada a Lady Lía, que se había ensuciado parte de su armadura zanahoria con tinta de color verde -. Romper la esfera no fue lo mejor que pudimos hacer.

- No me mires a mí, fue cosa del Sir ese.

- No fue cosa de ninguno; se cayó al suelo y se hizo añicos –John Jesus trataba de pasar la pelota de la culpabilidad a base de ser diplomático -. Lo importante es que nos hemos enterado de que estamos en busca y captura antes de que algún transeúnte nos reconociera. Estamos aventajados.

Girautius suspiró. Sabía que eso significaba que las fiestas repletas de mujeres habían acabado por un tiempo.

- Tú – la Descarriada señaló con su dedo índice manchado de tinta violeta a Da Ninci-, ¿qué quería Nuestra Encantadora Majestad de esa esfera? ¿Cuáles fueron los motivos que dio para declararnos delincuentes ante la sociedad? ¿Y por qué siempre lloro con la banda sonora de Titanic?

El dibujante levantó ambas manos en señal de vulnerabilidad.

- ¡No me dijo nada de una esfera! ¡Lo juro! Llegó aquí como una exhalación, acompañada de una bajita jovenzuela peliburdeos que destilaba maldad, y me dijo que dejara de hacer todo lo que me traía entre manos. Unos retratos corrían prisa, así que como buen trabajador autónomo que soy, acepté gratamente su oferta. No eran pinturas remuneradas, pero me explicó que llenar las paredes de las calles con mis obras sería una magnífica publicidad.

- Pringado.

- El caso es que durante tres largas horas me fueron describiendo uno a uno los detalles de vuestros rostros, hasta que el resultado les pareció suficientemente elaborado; entonces se marcharon tan rápido como habían llegado. No sé qué le habéis hecho a la Reina, pero por su apuro parecía algo realmente personal.

- Maldita sea – el Sir suspiró y bajó la cabeza en señal de derrota. Algo turbio estaba ocurriendo en Palacio y esa estúpida esfera fragmentada estaba involucrada en el asunto. El hecho de tener sus retratos colgados por toda la ciudad y, probablemente con cada hora que transcurría, por más territorios del Reino, no les ayudaba en su estrategia de investigación, que comenzaba con la visita a esa tal Lauranstein. Ahora más que nunca, si querían ayudar al Monarca masculino y, de paso, salvar sus propias vidas, tenían que averiguar qué función albergaba esa misteriosa esfera y por qué la Reina la deseaba tanto.

La quejumbrosa voz de Lady Lía quebró el hilo de pensamiento de John Jesus.

- Si estos retratos llegan hasta mi hogar, mis padres van a montar una buena. “Milady de Cacheiras huye de casa para convertirse en la más buscada delincuente del Reino”. El sueño de cualquier progenitor.

- ¿Has dicho…de Cacheiras? – Da Ninci había cambiado su mirada esquiva por unos ojos sorprendidos- ¿Milady de Cacheiras? ¿El Cacheiras de Teo? ¿Vacas, ovejas, tortilla?

- Eso ha dicho, colegui. Relaja la raja – sobresalió el tacto de Girautius en situaciones delicadas.

- ¡Pero si eres…! ¡Eres mi cuñada!

La Descarriada contempló desconfiada al joven delgaducho que le hablaba; se había incorporado tras su mesa de dibujo y podía entrever ropas de plebeyo bajo su mandil nada femenino.

- ¿Eres el ilustrador de cuentos infantiles que arruinó la reputación de mi hermana Herminia?

- No, soy el ilustrador de cuentos infantiles que le alegró la vida a tu hermana Herminia – chasqueó sus dedos y sacudió sus cejas, pero su respuesta no pareció animar el ambiente -. Míralo de esta forma: eres familia, eso cambia las cosas.

- ¿Ah, sí? ¿Cómo las cambia, exactamente? ¿Recibimos un bono descuento por un retrato nuestro de “Se busca”?

- ¿Y si os dijera que las copias de los retratos que se repartirán por los demás pueblos del Reino aún no han sido enviadas? – el artista observó cómo su frase calaba en las mentes de sus visitantes – Podría ocurrir que yo, dibujante detallista y pluscuamperfecto, decidiera retocar algún pormenor de vuestros trazos antes de que sean enviados mañana mismo. La nariz de Lady Lía no es tan pronunciada como me dejaron entrever, y esa melenaza afro es algo lisa si se ve a contraluz.

Se miraron unos a otros esperanzados.

- ¿Estás insinuando que vas a desfigurar nuestros retratos, cuñadito queridín?

-Sí, eso insinúo, pelotillera anaranjada.



Decidieron marchar aprisa para que nadie los pillara en el estudio y tacharan  a Da Ninci de artista negligente. Resuelto el problema de los carteles en el resto del Reino, tan solo debían lograr salir de Pontium Vedris sin ser reconocidos. Era un camino demasiado largo para ir a pie, por ello el cuñado de Lady Lía les había prometido alquilar un par de caballos a su nombre y dejarlos al anochecer en una apartada esquina del pueblo, donde podrían cogerlos y marchar tranquilamente hacia el pantano de la aún desconocida Lauranstein.

Cenaron, pues, al aire libre; cogieron unas manzanas que colgaban en un árbol no muy lejos del estudio “Ratero Monfero” y las comieron ocultos en las sombras. Todo poco sospechoso y muy sutil.

Al anochecer caminaron hasta el punto acordado con el artista y, allí, entre adoquines y malas hierbas, pacían dos despistados jamelgos.