miércoles, 23 de enero de 2013

Capítulo X: A palabras necias, oídos xordos

John Jesus  se quedó paralizado, analizando la situación. Si sus ojos no lo engañaban, allí, al lado del podio, se encontraba una mujer de cabellos del color de las llamas, oculta bajo una gruesa capa con una capucha que le ocultaba media cara. De hecho, ¿estaba seguro de que era una mujer? Era tan pálida que bien podría haberse tratado de una gran muñeca de porcelana.

El Sir comenzó a moverse muy despacio, midiendo sus pasos concienzudamente. Quizá tuviera una especie de sensor de movimiento o una visión selectiva como la de esos dinosaurios con los brazos pequeñitos.

Fuere como fuere, se fue acercando poco a poco hacia el podio donde se depositaban generalmente las ofrendas a los dioses. Consistía en un pilar de metro y medio sobre el que descansaba un cojín de suave terciopelo escarlata. Y allí debía descansar también el paquete que tanto tiempo y canas les había costado.

Despacio, muy despacio, John Jesus introdujo su mano en la bolsa que colgaba de su cinturón y sacó la ofrenda del Rey, intacta (algo húmeda tras el salto al mar). Sopló sobre su superficie para eliminar restos de pelusas y la posó con suavidad sobre la almohadilla de terciopelo. Listo. Misión completa.

Ahora que el riesgo había pasado, al Sir le hacía gracia el miedo que había tenido al entrar en el templo y ver esa figura de mujer. ¡Por favor! ¿Pero qué iba a hacerle? ¿Matarlo a base de hablar sobre tintes del pelo? A quién se le ocurría: cabellos incendiarios. Esta juventud…

En las puertas del templo, sus tres compañeros movían los brazos exageradamente y se chocaban los cinco los unos a los otros. Puede que incluso las dos chicuelas estuvieran llevando a cabo una coreografía algo hortera.

Sonriendo, el noble se dispuso a reunirse con sus compañeros de aventuras. Y, entonces, se percató de un detalle bastante preocupante: no los oía. Un silencio atemorizante le taponaba sus oídos. Girautius, Luciana y Lady Lía estaban a unos escasos 7 metros de él, gritándose entre ellos exclamaciones de jolgorio, y John Jesus no escuchaba sus voces. Algo le impedía hacerlo. Aturdido, miró a su alrededor. ¿Qué estaba sucediendo?

Percibió un movimiento a su izquierda. Intuitivamente, bajó la mano hacia su espada, dispuesto a desenvainar en cualquier momento.

- Non fai falta que saques o teu pincho, cabaleiro. Non quererás ferir a alguén, ¿ou si?

De reojo, John Jesus observó cómo sus amigos dejaban de bailotear y cambiaban sus caras de felicidad por sus rostros de miedo.

Era ella. Era ella la que lo estaba volviendo sordo.

La mujer de cabellos flameantes alzó las manos y se quitó la capucha. Unos grandes ojos grises lo miraron penetrantemente. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Mal rollito.

- ¿Quién sois? ¿Q-qué hacéis aquí? – el aristócrata no pudo evitar tartamudear.

-Chámanme Evanthra, iso é todo o que necesitas saber – hablaba en un tono de voz tenue.

- ¿Qué me estáis haciendo? ¿¿Por qué no escucho nada excepto vuestra voz??

Evanthra jugueteó seductoramente con sus rizos bermellones entre sus dedos. Aunque a John Jesus le pareció de todo menos seductor en aquel momento.

- Verás, J.J., eu denomino isto “estratexia”. Ven a dicir que tes información que eu quero saber; e que a mellor forma de que unha persoa sexa sinceira e a través do respeto. O respeto lábrase co medo – sonrió-. ¿Tesme medo, J.J.?

- No sé qué esperáis de mí, qué información buscáis o cómo sabéis mi nombre… Pero sí sé una cosa: no conseguiréis que os tema. Bueno, dos cosas: eso y que si me tocáis, mis compañeros os destrozarán vuestro alternativo pelo granate.

Una risa de naturaleza maligna recorrió la estancia. Nuestro aventurero sabía que era de naturaleza maligna porque se podía saborear la depravación en el ambiente.

- Os teus compañeiros están algo ocupados agora mesmo – los otros tres héroes de nuestra historia estaban atónitos: por más que lo intentaban no conseguían moverse; sus pies parecían estar pegados al suelo pétreo y lleno de escombros -. Será mellor que os deixemos esforzarse. Ao que ía. Teño a orde de levarme unha ofrenda, unha especial, e so unha. Así que – señaló a John Jesus con uno de sus pálidos dedos -, responde: é esta a ofrenda do Rei?

Viendo que el hombre de alta cuna no le respondía, lo observó más detenidamente.

- Pero, pódese saber que estás a facer?

Mientras la malvada Evanthra improvisaba su perverso discurso, el noble caballero había conseguido conectar su mirada con la del curandero. Y es que, así como el Sir no escuchaba a sus amigos, éstos no lo oían a él.  Así que se estaba dedicando a explicarle con gestos a su inútil amigo su recién confabulado plan cuando aquella especie de bruja lo pilló en medio de una extraña mueca.

- Non trates de xogar comigo: xogarías con lume. A miña maxia queima mais a alma que un cani as rodas do seu buga. Son ama dos gatos, amiga das serpes, e por riba de todo ¡escoito heavy metal!… Pero xa estás outra vez??

J.J. estaba levantando su pulgar a Girautius a modo de aprobación. Era su forma de decirle: “Espero que hayas entendido el plan, por los Dioses y Arquitectos, ¡ponlo en marcha!”

Y vaya si se puso. Aún no está muy claro cómo el curalotodo consiguió entender las instrucciones de su amigo tan rápidamente y bajo tanta presión. Pero lo cierto es lo que había logrado.

Girautius cogió la pócima del líquido espeso y negro. La lanzó al suelo. El bote de cristal se rompió en cientos de afilados fragmentos. Se alzó el caos.

Lo último que vio Sir John Jesus fue a Evanthra abalanzándose sobre el paquete del Rey y una densa oscuridad cayendo sobre sus ojos.