Ninguno de nuestros cuatro protagonistas había viajado tanto en barco como
para haber contemplado un calamar gigante de cerca. Y hasta ahora tal ausencia no
les había impedido dormir por las noches. El burbujeo que Luciana había
escuchado había dado pie a unas fuertes salpicaduras de agua dulce que
empapaban a la tripulación. Por supuesto, ninguno sabía cómo actuar ante tal
situación.
LaBlonde había dejado a cargo del timón a su contramaestre calvo y corría
en todas direcciones, asegurando cabos y lanzando órdenes por doquier. Se
acercó a sus invitados unos segundos.
- Es un calamar gigante de río. Seguro que en el instituto de los calamares
gigantes se metían con él por su pequeño tamaño y por eso se adentró en aguas
fluviales. Malditos bichos. ¡Nunca es bueno mezclar! El ron con el ron, el
vodka con el vodka, ¡y los calamares gigantes, en el mar! – agarró unos tablones
de madera, amontonados en la cubierta muy convenientemente, y los repartió
entre los huéspedes -. Cogedlos y arreadle a cualquier miembro del calamar que
pilléis. Alejaos de las ventosas, son más pegadizas que el suelo de un pub al
amanecer.
Lady Lía rechazó cortésmente el tronco de Rachelle.
- Tengo mi espada. No sé usarla, pero creo que haciendo así… y así… - la
Descarriada hizo aspavientos con el filo de su mandoble, poniendo su más que entrenada
cara de lucha.
- Ya… suerte con eso – la Furia de Neptuno puso los ojos en blanco y los
abandonó para continuar con las preparaciones anti-monstruos.
Los cuatro héroes se miraron los unos a los otros. Parecían cuatro niños
con cuatro palos de madera. Girautius temblaba vigorosamente; John Jesus hacía
cálculos mentales sobre la posibilidad de charlar con el calamar y evitar el
conflicto armado; Luciana se había sentado y dibujaba gatos furiosos en su
tablón de madera. Y Lady Lía recordaba que había dejado una magdalena en el
desayuno para picar a media mañana…
Un largo y viscoso tentáculo de calamar ascendió de las aguas. El oleaje
que provocó hizo caer al suelo de cubierta a LaBlonde.
…la magdalena estaba rellena de chocolate fundido y unos pequeños
montoncitos de azúcar glacé cubrían la esponjosa superficie caramelizada del
bollito…
La pegajosa extremidad del monstruo marino-fluvial agarró uno de los pies
de la capitana y comenzó a arrastrarla hacia el mar. Rachelle podía haber
hundido sus uñas en la madera de la cubierta para frenar el avance, pero se le
habría estropeado su manicura. ¡Lo difícil que era encontrar esmaltes de uñas
antialérgicos en estas tierras! Avanzaba, imparable, hacia un letal
ahogamiento.
…la masa del bizcochito aparentaba ser de zanahoria. Pero Lady Lía ya no lo
podría averiguar jamás. Ese monstruo acabaría por hundir el navío y, con él, su
preciada magdalena. Era algo que no podía permitir.
Cegada por la gula y el recuerdo del olor del cacao, nuestra heroína asió
la empuñadura de su espada con ambas manos y la alzó sobre su cabeza. Cruzó la
cubierta corriendo y arremetió un sablazo al tentáculo que sujetaba el pie de
la Furia de Neptuno. La extremidad se partió en dos, liberando a la ya
condenada LaBlonde.
- ¡Vaya! ¡Gracias, retaquito! ¡Soy muy fan!
La siguiente media hora consistió en un caos absoluto. Los piratas del
navío disparaban los cañones laterales y tardaban un par de minutos en volver a
cargarlos. La ingeniera, el curandero y el sir golpeaban con sus maderas
cualquier atisbo de calamar. Rachelle y Lady Lía luchaban con sus floretes
contra los tentáculos. Los gritos se confundían en el aire:
- ¡Muere, bicho, muere!
- ¡Sólo me gustarías bien asado y con condimento!
- ¡Mi magdalenaaaa!
Y, de repente, tal y como había aparecido, el calamar gigante se dio por vencido.
Retiró lentamente del barco sus apaleadas extremidades y se sumergió en las profundidades
de las aguas. Ya sólo se oían los jadeos y resoplidos de la tripulación. Dos
heridos y veinticinco empapados, eso era todo.
- Bueno… aún queda un día de viaje… ¡abrillantad el barco y sigamos nuestra
travesía! ¡Epa, epa! – la capitana
observó el estado de sus ropajes y se dirigió a su camerino a engalanarse. De
camino a las escaleras que guiaban a su dormitorio, se detuvo ante los cuatro
huéspedes -. Te debo la vida, mingurria morena. No me olvidaré.
El resto del trayecto fue muy tranquilo en comparación. Lady Lía contó al
menos diez veces a los distintos y alentejuelados
marineros la fabulosa aventura de cómo había doblegado al calamar gigante. Luciana
siempre le decía que para que fuese un buen relato le faltaba algo de romance
al asunto.
Comieron, cenaron y volvieron a desayunar como si no hubiera mañana. Y
ninguna magdalena fue olvidada.
Al mediodía de la segunda jornada avistaron el Lago Montalvo y el castillo
real. Girautius y John Jesus sacaron sus capas de Asesinos Reales de sus
arrugadas pertenencias. Ahora comenzaba la verdadera hazaña.