martes, 19 de noviembre de 2013

Capítulo XVI: Gaivotas á terra, piratas á merda

Ninguno de nuestros cuatro protagonistas había viajado tanto en barco como para haber contemplado un calamar gigante de cerca. Y hasta ahora tal ausencia no les había impedido dormir por las noches. El burbujeo que Luciana había escuchado había dado pie a unas fuertes salpicaduras de agua dulce que empapaban a la tripulación. Por supuesto, ninguno sabía cómo actuar ante tal situación.

LaBlonde había dejado a cargo del timón a su contramaestre calvo y corría en todas direcciones, asegurando cabos y lanzando órdenes por doquier. Se acercó a sus invitados unos segundos.

- Es un calamar gigante de río. Seguro que en el instituto de los calamares gigantes se metían con él por su pequeño tamaño y por eso se adentró en aguas fluviales. Malditos bichos. ¡Nunca es bueno mezclar! El ron con el ron, el vodka con el vodka, ¡y los calamares gigantes, en el mar! – agarró unos tablones de madera, amontonados en la cubierta muy convenientemente, y los repartió entre los huéspedes -. Cogedlos y arreadle a cualquier miembro del calamar que pilléis. Alejaos de las ventosas, son más pegadizas que el suelo de un pub al amanecer.

Lady Lía rechazó cortésmente el tronco de Rachelle.

- Tengo mi espada. No sé usarla, pero creo que haciendo así… y así… - la Descarriada hizo aspavientos con el filo de su mandoble, poniendo su más que entrenada cara de lucha.

- Ya… suerte con eso – la Furia de Neptuno puso los ojos en blanco y los abandonó para continuar con las preparaciones anti-monstruos.

Los cuatro héroes se miraron los unos a los otros. Parecían cuatro niños con cuatro palos de madera. Girautius temblaba vigorosamente; John Jesus hacía cálculos mentales sobre la posibilidad de charlar con el calamar y evitar el conflicto armado; Luciana se había sentado y dibujaba gatos furiosos en su tablón de madera. Y Lady Lía recordaba que había dejado una magdalena en el desayuno para picar a media mañana…

Un largo y viscoso tentáculo de calamar ascendió de las aguas. El oleaje que provocó hizo caer al suelo de cubierta a LaBlonde.

…la magdalena estaba rellena de chocolate fundido y unos pequeños montoncitos de azúcar glacé cubrían la esponjosa superficie caramelizada del bollito…

La pegajosa extremidad del monstruo marino-fluvial agarró uno de los pies de la capitana y comenzó a arrastrarla hacia el mar. Rachelle podía haber hundido sus uñas en la madera de la cubierta para frenar el avance, pero se le habría estropeado su manicura. ¡Lo difícil que era encontrar esmaltes de uñas antialérgicos en estas tierras! Avanzaba, imparable, hacia un letal ahogamiento.

…la masa del bizcochito aparentaba ser de zanahoria. Pero Lady Lía ya no lo podría averiguar jamás. Ese monstruo acabaría por hundir el navío y, con él, su preciada magdalena. Era algo que no podía permitir.

Cegada por la gula y el recuerdo del olor del cacao, nuestra heroína asió la empuñadura de su espada con ambas manos y la alzó sobre su cabeza. Cruzó la cubierta corriendo y arremetió un sablazo al tentáculo que sujetaba el pie de la Furia de Neptuno. La extremidad se partió en dos, liberando a la ya condenada LaBlonde.

- ¡Vaya! ¡Gracias, retaquito! ¡Soy muy fan!

La siguiente media hora consistió en un caos absoluto. Los piratas del navío disparaban los cañones laterales y tardaban un par de minutos en volver a cargarlos. La ingeniera, el curandero y el sir golpeaban con sus maderas cualquier atisbo de calamar. Rachelle y Lady Lía luchaban con sus floretes contra los tentáculos. Los gritos se confundían en el aire:

- ¡Muere, bicho, muere!

- ¡Sólo me gustarías bien asado y con condimento!

- ¡Mi magdalenaaaa!

Y, de repente, tal y como había aparecido, el calamar gigante se dio por vencido. Retiró lentamente del barco sus apaleadas extremidades  y se sumergió en las profundidades de las aguas. Ya sólo se oían los jadeos y resoplidos de la tripulación. Dos heridos y veinticinco empapados, eso era todo.

- Bueno… aún queda un día de viaje… ¡abrillantad el barco y sigamos nuestra travesía! ¡Epa, epa! – la capitana observó el estado de sus ropajes y se dirigió a su camerino a engalanarse. De camino a las escaleras que guiaban a su dormitorio, se detuvo ante los cuatro huéspedes -. Te debo la vida, mingurria morena. No me olvidaré.



El resto del trayecto fue muy tranquilo en comparación. Lady Lía contó al menos diez veces a los distintos y alentejuelados marineros la fabulosa aventura de cómo había doblegado al calamar gigante. Luciana siempre le decía que para que fuese un buen relato le faltaba algo de romance al asunto.

Comieron, cenaron y volvieron a desayunar como si no hubiera mañana. Y ninguna magdalena fue olvidada.



Al mediodía de la segunda jornada avistaron el Lago Montalvo y el castillo real. Girautius y John Jesus sacaron sus capas de Asesinos Reales de sus arrugadas pertenencias. Ahora comenzaba la verdadera hazaña.

viernes, 18 de octubre de 2013

Capítulo XV: En casa de pirata, cuchillo de palo

La travesía hasta el Lago Montalvo se prolongó dos días.

El primero, LaBlonde guió a nuestros aventureros hasta las entrañas del barco. Allí les indicó cuál sería su camarote temporal: un almacén repleto de barriles de ron amontonados y, colgando encima de ellos, unas hamacas hechas con red de pescar. Dejaron sus petates y subieron de nuevo a cubierta.

- ¡Grumetes! ¡Moved vuestros fabulosos traseros hasta aquí y formad filas!

Obedeciendo las órdenes de su capitana, los marineros dejaron sus quehaceres e hicieron una sinuosa línea ondulada delante de los invitados. Aproximadamente veinte personas. Todos hombres. Y todos con la clásica apariencia de pirata: pieles curtidas al sol, vestimenta rota por sablazos, algún que otro parche, un garfio, dos pañoletas a la cabeza e innumerables huecos en sus sonrisas. Ningún loro, para decepción de Luciana. Pero había ciertos detalles que no cuadraban.

- ¡Pasooo, que voy ardiendooo! – el cocinero del navío apartó a Lady Lía de un manotazo y se situó con los demás hombres, sujetando un ardiente cazo de agua burbujeante y removiendo su interior con una húmeda espátula de madera.

La Descarriada ojeó a la tripulación. Demasiada purpurina en el GaySi/DiSi. En fin, eso mantendría distraída a Luciana durante el trayecto.

- Encantos, estos cuatro polizones serán nuestros invitados en nuestro próximo viaje. Os dije que buscaría inspiración en el pueblo ¡y la he encontrado! – Rachelle se había subido a una caja de madera para dar su discursillo -. Nuestro nuevo objetivo es el Lago Montalvo. ¡Así que preparemos el barco para el destino que nos espera! ¡¿Entendido, preciosos?!

- ¡¡¡Entendido, LaBlonde, capitana!!! – el enérgico coro de voces masculinas precedió a un interminable frenesí de tareas preparatorias. Los cuatro ayudaron en lo que pudieron. Girautius se ofreció a trasladar pesados objetos con sus fuertes músculos, haciendo amigos extrañamente rápido. John Jesus prefirió agarrar la escoba y no soltarla; le encantaba barrer y le permitía ultimar los detalles del plan en su pensamiento. Luciana había optado por mirar con cara pensativa cada una de las habitaciones del barco, soltando de vez en cuando exclamaciones como “¡Lo sabía, un hiperboloide!” y “El hormigón solucionaría esto”. La Lady, en cambio, había descubierto repentinamente su miedo a la profundidad y, cual hipocondríaca, había ordenado que la ataran a lo Ulises al mástil del barco, por si acaecía alguna ola gigante. No estaba muy bien pensado.

Y, al fin, partieron.

La Furia de Neptuno gobernaba gritando direcciones, gradientes, velocidades, riñas y algunos “¡Fetén, chicos!”.

- Vaya, sí que se le da bien eso de mandar – Girautius apartó la mirada de la pirata y continuó cargando objetos -. ¿Qué sabéis vosotros sobre ella?

Un pirata con pestañas de ciervo y sonrisa aduladora respondió:

- Poco. No le entusiasma charlar sobre su vida privada. Y eso es una lacra para los cotilleos on board. Sabemos que sus padres trabajaron para la Reina y que se retiraron bastante jóvenes. LaBlonde, cansada de la monotonía de la jubilación paterna, se escapó del hogar y se unió a la tripulación de un navío mercantil. Tropezaba mucho y metía la pata en abundancia, así que, harta de las burlas, decidió tomarse la venganza por su propia mano: se transformó en la Furia de Neptuno y cambió sus modales pueblerinos por sed de sangre y pantalones de cuero. No la culpo, sus pantalones son di-vi-nos. De todas formas, por mucho que presuma de ser una persona totalmente distinta a la adolescente LaBlonde, se adentró en la profundidad del confort hogareño.

El curandero dejó escapar un desinteresado “¿Qué quieres decir?”

- Bueno, se hizo a la mar. Y es bien sabido que sus padres vivían en una casa al terminar una playa. Tanto mirar por la ventana soñando escapar le brindó la respuesta: embarcarse. Yo, sin embargo, me alisté en este navío por motivos bien distintos. Estaba este chico, Neil, y…

Girautius frunció el ceño. No había podido evitar rememorar la casita en el mar de Xoanatella y Charles.



La travesía evolucionaba favorablemente. Con cada hora se acercaban más a su meta. La primera noche transcurrió calmada; el meneo de las corrientes de agua del río surtía un efecto adormilante. Sin embargo, la mañana siguiente todos se aquejaban de agujetas. Las hamacas no eran del todo ergonómicas.

Luciana caminó quejumbrosa hacia los inexorables rayos de sol que se esparcían sobre la cubierta. Iba a ser un día caluroso. Acababan de desayunar algo de cereales con ron y la ingeniera venía del “baño” de terminar de acicalarse (Rachelle permitía a las dos jovencitas emplear su amplia habitación como vestidor y tocador). Se tocó los labios: recién se había untado los morros en grasa y ya los notaba ajados y resecos. Maldita brisa fluvial. Lady Lía y Girautius ya habían engendrado una aureola de pelos alborotados sobre sus melenas debido a la humedad. Empero su anfitriona pirata lucía un insólito cabello liso ondeante. Observaba a su tripulación desde lo alto del castillo de popa, con sus manos aferrando el timón.

- Espero que con este plan podamos introducirnos dentro de los muros reales – el sir se había situado al lado de Luciana, escoba en mano -. Si los rumores son ciertos, llegar con la esfera despedazada causaría la furia de la Reina y desembocaría en nuestras decapitaciones. Creo que al esconder quiénes somos tendremos una oportunidad de sobrevivir.

Luciana asintió y contempló como John Jesus se alejaba barriendo; todos los marineros saltaban a su paso para que no barriera sus pies prematrimoniales.

Y entonces escuchó un ruido. Aguzó el oído y analizó. No eran barriles rodando, ni la vela aleteando; y sin duda no era la voz de Girautius entonando la intensa serenata Il oculo dil tigris. Era… un burbujeo. Sí, un burbujeante burbujeo que aumentaba de volumen. Una voz cercenó el misterio suspendido en al aire. LaBlonde bramó:

- ¡Marineritos, en posición de defensa! ¡Calamar gigante furioso y repugnante a la vista!

domingo, 1 de septiembre de 2013

NinaBieca

NOMBRE: NinaBieca

EDAD: 11

SEXO: Yegua

TÍTULO: Corcel Oficial

TAMAÑO: 120 cm hasta las escápulas

FÍSICAMENTE: espeso pelaje grisáceo, morro y patas rubias, delgada y musculosa, bajita pero imponente

EN CUANTO A SU CARÁCTER…: aventurera y curiosa, le caen mal los desconocidos y enmascara su feminidad y valentía pareciendo machola y cobardica

HABILIDADES: muy fiel a sus dueños, gran trotadora y saltarina, da mucho calor por las noches y es tan blanda como una almohada

DEBILIDADES: odia el agua, a pesar de que nada como un pez tuerto, y tiende a enfrentarse a otros caballos más grandes, lo que no suele tener muy buenos resultados

BIZARRO: le gusta sentar sus posaderas sobre lugares altos, como muros, piedras o personas

viernes, 19 de julio de 2013

Capítulo XIV: Rumor con oro se paga

La mañana siguiente ni los estruendosos ruidos del pueblo que atravesaban las ventanas del hostal consiguieron levantar a los cuatro aventureros. No fue hasta bien entrado el mediodía cuando, a base de empujones y cubos de agua fría, consiguieron levantar a Lady Lía de la cama y bajar a la tasca a comesayunar. Colesterosos huevos con bacon, tostadas untadas de mermelada de bayas y algunos espaguetis a la boloñesa volaron de un plato a otro. Cuando estaban saboreando unas azucaradas tartaletas de tres chocolates, Rachelle apareció al fin en su mesa.

LaBlonde lucía descansada, a pesar del tequila del día anterior. Se había despertado esa mañana en su camarote, con su pijama del Capitán Batman puesto y arropada entre sus sábanas. Así que dedujo que había sido una buena noche y, tras dar unas cuantas órdenes a sus marineros, se había dirigido directamente al hostal a cobrar su deuda. Había proporcionado una información que solo el oro podía compensar.

- Buenos mediodías, caballeros, dama y chica-morena-que-se-está-manchando-la-frente-de-chocolate. Supongo que ya sabréis a qué he venido.

Ante el silencio, tan solo interrumpido por el masticar desenfrenado de la descarriada, la pirata les recordó lo sucedido.

- Información. Yo. Vosotros. Reina malvada, Rey vendido. Entropía. Y después borracha puede que os haya hablado de que quería ser bailarina de ballet pero mi futuro se vio truncado. Olvidad eso. Quiero mis honorarios por los datos.

- Verás, rubiales, tenemos un trato para ti – Girautius frotó el asiento de un taburete con su mano, invitando a la recién llegada a sentarse. Ella se dejó caer sobre la banqueta y los miró suspicaz -. Bien. Como puedes ver, no tenemos mucha pinta de estar pasando por el mejor momento económico de nuestras vidas. Nuestros atuendos están más que reusados y gastamos todo lo que tenemos en comida para estos gordos de mente – señaló a sus tres compañeros de andanzas.

- Sin duda no tenéis mi talento para uniformarme – LaBlonde vestía un largo, escotado y vaporoso vestido negro salpicado de sangre seca.

- Hemos ideado una especie de plan para verificar los datos que nos has facilitado. Hasta que no comprobemos que el rumor es cierto, no olerás el oro – John Jesus se había puesto duro.

- Por supuesto, si todo es cierto, robaré de mis ahorros paternos algo de Oro de Cacheiras, Plata de Torre y Cobre Picheleiro – a la Lady no le apetecía volver a pisar su hogar original, ni siquiera para realizar un hurto a escondidas -. Te lo entregaré todo, moneda a moneda. Tu peso en riquezas brillantes.

- ¿Plata…de Torre? – Rachelle había pasado algunos meses de su juventud pre-villana cerca de las minas de plata de Torre. Le habían tocado algo su oculta fibra sensible. Hacía mucho que no se la tocaban, allá cuando sus padres le hacían sentirse culpable por tener mucha vida nocturna en el pueblo.

- Solamente necesitamos realizar un viajecito en tu barco – Luciana se inclinó a trastear entre sus objetos personales -. Mira, ¡he hecho un mapa de colores! Aquí estamos nosotros, ese punto rosa, y aquí tenemos que llegar, en el verdoso. He dibujado los puentes y carreteras cual experta y, aquí, en la esquina, un mono tití. ¡Porque es adorable!

Básicamente,  el trato ofertado a la pirata consistía en un viaje exploratorio. Coger su barco y llevarlos por las rías hasta el Lago Montalvo. Éste colindaba con el Palacio Real y tenía una estrecha entrada para que los barcos de mercancías del Rey dejasen sus artículos en palacio. John Jesus aseguraba que podrían engañar a los guardias portuarios por unos minutos y que, una vez atracados, echarían un ojo en castillo para confirmar que el rumor era cierto. Un vistazo y listo, podrían volver a ponerse en marcha a por el oro, la plata y el cobre.

La Furia de Neptuno aceptó. Intuía que esa tal Lady podía dar mucho más de lo que ofrecía. Si el rumor se cumplía, ella misma desvalijaría las cámaras bancarias de la morena. Y si no se verificaba, bueno, su tripulación estaba acostumbrada a los secuestros y extorsiones.

Rachelle les hizo firmar un contrato-promesa en el que se recogían todos los procesos a realizar en el viaje y su compromiso a pagarle su peso en riquezas brillantes. Era pirata, pero no era tonta. Solo se fiaba de la palabra de su contramaestre calvo, y se lo había ganado tras años viendo sus patosas caídas y no riéndose después a su costa.

- Vamos, pues. Recoged vuestras cosas y os guiaré hasta mi grandioso navío.



En poco más de cuarenta minutos, los cinco entraban en el puerto, donde el sol calentaba intensamente la piel. El olor a mar los acompañó entre los cabos, madera húmeda y marinos durmientes que sorteaban mientras cruzaban el muelle. El eco de los pisotones de NinaBieca por el embarcadero se escuchaba en todos los lados. Al fin, LaBlonde, que guiaba al grupo, paró en seco y se giró con una amplia sonrisa. La sangre seca de su vestido resplandecía como purpurina bajo la luz del sol.

- Aquí lo tenéis. Mi nave, mi hogar, mi corazón -. Levantó los brazos por encima de su cabeza apuntando hacia la enorme embarcación que estaba tras ella -. ¡El GaySi/Disi!

jueves, 16 de mayo de 2013

Capítulo XIII: Al mar rumor, buena cara

Luciana se peinaba su larga cabellera mientras contemplaba su reflejo. Estaba sentada delante de un tosco tocador, en una de las pequeñas habitaciones dobles del hostal. En una cama, Girautius realizaba una serie de ejercicios con sus pesas portátiles; en la otra, Lady Lía trataba de fingir que prestaba atención y no dormía.

Y en medio de la estancia, John Jesus paseaba de un lado a otro reflexionando. Lo que les había narrado la mujer rubia no había sido algo fácil de digerir.




La desconocida los había guiado hasta una mesa más apartada del alboroto que organizaban los borrachos del bar. Todos se habían colocado alrededor de ésta, la esfera en medio, rota en pedazos.

- Os preguntaréis quién soy. Mi nombre es Rachelle LaBlonde, pero me llaman La Furia de Neptuno, pirata de los Siete Charcos. Sí, habéis escuchado bien: pirata. Y como tal, quizá no deberíais creer ni una sola palabra de las que salgan de mi boca. De hecho, lo más probable es que espere una recompensa a cambio de todo lo que os voy a contar. Pero sé que os intriga lo de esa bolita despedazada, así que dejemos eso para más tarde. Creo tener la solución al enigma.

La melena rubia de la bucanera colgaba hasta más allá de su trasero en largos mechones ondulados y se agitaba de un lado a otro mientras hablaba.

- Veréis, se ha expandido un rumor a lo largo de las tabernas de los puebluchos de mala muerte. Lo sé porque suelo pasar por estos sitios a rodearme de algo de masculinidad. Ese…”rumor” tiene que ver con el Palacio Real.

El sir se estiró repentinamente en su sitio. ¿Noticias del Rey?

- Yo suelo tender más hacia leyendas: vampiros que se enamoran de humanas, vampiros que se enamoran de hombres lobo, vampiros de piel oscura que matan a otros vampiros,… Ya me entendéis. Sin embargo, este rumor parece tener buenos fundamentos. Se dice que el Rey ya no gobierna en estas tierras. Se comenta que es su mujer la que lleva ahora los pantalones en el castillo. Los rumores explican que la Reina experimenta con extraña magia negra y que ha sido así cómo ha apartado al Rey de su camino. Muchos fanáticos seguidores se han unido a ella y ahora conforman una especie de aquelarre mixto. Escalofriante, lo sé.

Lady Lía ya no escuchaba las palabras de la pirata: había comenzado a observar su atuendo y se encontraba fascinada. Rachelle vestía un anillo en cada uno de sus dedos, cada cual más singular: desde una serpiente que se enrollaba sobre su índice hasta una calavera con ojos de color rubí en el meñique. Todos resplandecían bajo la luz del bareto con cada gesto de la bucanera.

- Esa especie de aquelarre del que os hablaba es conocido como Entropía y su símbolo es una S muy particular. Yo diría que muy parecida a esta de aquí – con un dedo anillado señaló el trozo de esfera que tenía una S grabada-. No creo que sea una casualidad.

La Descarriada observaba ahora sus pendientes. Una ristra de huesos colgaba de sus orejas de manera amenazante, pero despidiendo un brillo casi purpurístico.

- Es más, añadiría que vosotros tenéis algo que ver con la realeza…por aquí la Reina no tiene muy buena fama, por eso os recomendaría guardar esa esfera. Pero, en fin, no son más que rumores, ¿no?

Brilli, brilli, brilli. Lady Lía se veía deslumbrada por los ajustados pantalones de cuero que lucía la pirata.

- No puedo creer lo que cuentas. El Rey jamás permitiría que alguien usurpase su poder y su posición. Ama su trabajo, yo mismo lo he visto –John Jesus no terminaba de tragarse las palabras de La Furia de Neptuno y su vena leal se abría paso hacia la superficie.

- Bien, no lo creas. Pero estos rumores suelen tornarse en realidad. Estos bares suelen servirme de The Times y de The Washington Post. Incluso a veces de Cuore Stilo.

Lady Lía no podía apartar los ojos de los numerosos tatuajes que cubrían los brazos de la bucanera. No podía interpretarlos todos, pero el que rezaba “Buffy & Spyke” le resultaba especialmente indescifrable.

- ¿Por qué habríamos de creerte?

- ¿Por qué habría de mentir?




Los cuatro protagonistas se habían escabullido a sus habitaciones antes de que LaBlonde les impusiera un precio por su historia. La habían emborrachado a tequilas y se habían evadido mientras ella le pedía al tabernero que animara el ambiente con algo de Eva Nescence. Sabían que no se podrían escaquear para siempre, pero querían charlar sobre lo acontecido en privado antes de discutir el precio de la información obtenida.

Por ello se encontraban los cuatro reunidos en la habitación de las dos muchachas. Luciana había dejado de cepillarse el pelo y contemplaba a John Jesus ir de un lado a otro de la estancia.

- Bueno y… ¿qué le vamos a hacer? Aunque el rumor sea cierto no es de nuestra incumbencia – Luciana deseaba echarse a dormir y no despertar en una semana, no embarcarse en una nueva aventura.

- Yo sólo quiero comprobarlo, ver con mis propios ojos que el Rey se encuentra bien, que son sólo rumores. Echar un vistazo rápido y largarnos de allí rápidamente – el sir era el más afectado por la noticia.

- ¿Y qué pretendes que hagamos? ¿Entrar en el castillo como si nada, ojear a ver si el aquelarre de la Reina está por ahí realizando sus sacrificios diarios, disculparnos por las molestias y marcharnos de Palacio tranquilamente?

- Alguna solución habrá. Lo único que deseo es que el Rey no se halle en problemas. Es mi Rey, y el vuestro, le debemos lealtad.

Ninguno en la habitación poseía ese ramalazo tan institucional como John Jesus; sin embargo, aunque quisieran ayudarlo, no había manera de comprobar el estado del Rey. Si verdaderamente la Reina gobernaba ahora mediante magia oscura y la esfera de Entropía que debían llevar hasta el templo se había quebrado…no parecía que fueran a ser bien recibidos en la corte.

- En fin, siempre queda la opción más disparatada, coleguis –Girautius había posado las pesas sobre la mesilla de noche y se frotaba el mentón, pensativo-. Si conseguimos que esa piratilla nos preste su navío, creo que podríamos hacerle una breve visita al Rey.

Un ronquido y unas palabras adormiladas de Lady Lía dieron por finalizada la conversación:

- Brilli, brilli.

jueves, 18 de abril de 2013

Sir John Jesus



NOMBRE: John Jesus

EDAD: 23

SEXO: Hombrecito

TÍTULO: Sir

TAMAÑO: 172 cm

FÍSICAMENTE: melena brillante y ojos castaños, nariz característica, con cara de inocente

EN CUANTO A SU CARÁCTER…: calmado y reflexivo, suele debatir los pros y contras concienzudamente antes de tomar una decisión, amante de los chistes verdes

HABILIDADES: mucha paciencia y capacidad de discurrir, conocimientos matemáticos y de Autocad, espíritu de trabajo (él no miente al incluirlo en su currículum)

DEBILIDADES: demasiado bondadoso con los demás y empático, saber tan bien lo que sienten los demás lo hace fácil de convencer

BIZARRO: le gusta el color naranja, como la armadura de Lady Lía, y se rumorea que también las tarimas de los bares del lugar

martes, 2 de abril de 2013

Capítulo XII: Más vale paquete roto conocido que paquete entero por conocer


La luz había vuelto y nadie sabía por qué. Ninguno había realizado un contra-conjuro, ni habían puesto en práctica una heroica locura que los había salvado de la ceguera. Girautius todavía olía el aroma a diente de león. Pero la situación era esa: la luz había vuelto y nadie sabía por qué.

Miraron a su alrededor; no se veía un solo rastro de la bruja. Aún así, ninguno de nuestros cuatro protagonistas abandonó su posición de defensa: Evanthra podía seguir en el templo, oculta entre algún trozo de columna y escombros.

John Jesus fue el primero en reaccionar. Envainando su espada, resolvió:

- No está aquí. Es imposible ocultar el fuego que tiene por cabellos. ¿Estáis todos bien?

Se escucharon varios gruñidos afirmativos y, poco a poco, los cuatro se fueron reuniendo en el centro del templo, Lady Lía con su recién descubierto florete en mano.

Luciana bajó la mirada a sus pies antes de comenzar a moverse. Allí mismo se encontraba el paquete que tanto viaje les había propiciado. Eso era lo que había notado con sus patitas suaves antes de que se hiciese la luz. Estiró las manos y, agachándose, recogió el bulto del suelo. Podía sentir entre sus dedos como el interior se había resquebrajado en pequeños y abundantes trozos.

- El paquete del rey… destrozado…

- Bueno, ya que se ha despedazado, ¿por qué no aprovechamos para echarle un vistazo? – Lady Lía tenía aún más curiosidad por averiguar que contenía ese enigma, ahora que una poderosa hechicera se había interesado por él.

- Creo que debemos reorganizar nuestro orden de prioridades – se impuso John Jesus con tono serio-: ¿no tendríamos que ahondar en el porqué del desvanecimiento de la poción?

Una tos restó atención a las palabras del sir.

- Em… Creo que tengo la respuesta para eso- Girautius se frotó el barbudo mentón con sus dedos de curandero en un esfuerzo por parecer más intelectual-. Se trataba de una poción muy potente, con unos ingredientes puros y bien tratados. Sus efectos solo desaparecen cuando también lo hace la amenaza que lo ha activado. Es decir- y reforzó esta última idea con su dedo índice-, que la bruja se ha esfumado y, con ella, la pócima.

- Pues sí que debían de ser importantes estos trozos de…lo que sea, si al haberse fracturado la bruja se ha dado por vencida y ha abandonado su cometido- Luciana le daba vueltas al inservible paquete entre sus manos, tratando de ver con su intensa mirada a través del envoltorio.

- Ni lo penséis –John Jesus podía adivinar en qué estaba pensando la joven-. Se trataría de una grave violación del tratado que realicé con el Rey en su día. No debo saber qué contiene ese bulto y no consentiré que nadie lo averig…

- ¡Oh, no! ¡De manera totalmente inocente se me ha resbalado el paquete de tal forma que se ha abierto en mis manos y puedo contemplar su interior! ¡Qué patosa soy!

Luciana exhibía una traviesa sonrisa ladeada mientras terminaba de apartar el envoltorio con una mano. Pero el contenido era confuso y decepcionante: una lisa esfera de porcelana yacía rota en pedazos entre los dedos de la ingeniera. En uno de los trozos se podía observar un grabado: una S decorada con un estilo barroco, como si se tratara de una letra capital de un texto antiguo.

- Vaya, qué desilusión- anunció por fin Luciana-. Esperaba que fuera algo más emocionante, como una cinta recopilatoria de canciones de Von Disnèy.

- O muchos cerditos hechos a base de papiroflexia.

- O una rosa roja esperando a su principito.

- O unos zapatos de tacón horteras.

- O muchas cosas rosas. ¡Un montón!

La conversación entre Luciana y Lady Lía se alargó hasta bien entrada la tarde, pues el incidente de la bruja no les había ocupado más de una hora. Fueron recogiendo sus cosas distraídamente: desataron a NinaBieca, se preocuparon de que no faltara nada y sujetaron bien los bultos en las alforjas. Luciana continuaba portando el paquete abierto en sus manos.

Los ánimos en los hombres, sin embargo, habían decaído, y no compartieron ninguna palabra en un largo rato.

Así, vagaron unas horas bordeando la costa, sin tener muy claro hacia dónde dirigirse ahora, pero sin ganas tampoco de averiguarlo. Habían concluido la misión y lo habían hecho fracasando: el obsequio para Peleteirocles había sido destrozado en cientos de piezas de inservible valor, y la bruja había dejado bien claro que no servían ni para dar de comer a los cerdos. Pobres cerdos. Sir John Jesus comenzaba a sentirse culpable de cualquier pensamiento que le cruzara la cabeza – estaba anocheciendo, necesitaban descansar.

Siguieron el camino marcado por los carromatos, en dirección al interior del Reino, y una media hora más tarde avistaron a lo lejos un pequeño pueblo industrial, sucio y algo maloliente, pero que serviría para echar una cabezadita.

Ante la insistencia de Luciana, que quería bailar algo de pachangueo antes de dormir, decidieron alojarse en un hostal con  tasca incluida. Al llegar junto a una vieja mesa de madera se derrumbaron en los taburetes que la rodeaban, unas contentas por haber sobrevivido a Evanthra y otros desilusionados por decepcionar al Rey. El que más, el noble que, con voz poco hombril, ordenó un vaso de crema de orujo y no levantó la nariz de él.

Luciana y Lía habían conseguido involucrar a Girautius en su disputa sobre cuál habría sido el mejor contenido del paquete (“emmm… ¿plátanos? ¿Muchos plátanos?”) y habían dejado los trozos de porcelana en medio de la mesa, entre ellos, olvidados.

Una mujer de larga cabellera rubia los llevaba contemplando intensamente desde su aparición en la taberna. Tres de ellos llevaban espada: los dos hombres y la mujer anaranjada. Nada atemorizante, en su opinión. Pero su madre, que había combatido en las filas hippies durante unos años, le había enseñado a evitar las confrontaciones: primero se pide permiso, después se reparten sablazos como panes.

Ninguno de los cuatro protagonistas se había percatado de su presencia cuando la mujer les susurró casi en sus oídos:

- Yo que vosotros guardaría esa esfera bajo llave. No sabéis cuán vil gente ronda estos baretos de mala muerte. Yo misma acabo de pensar en atracaros para llevármela.

sábado, 23 de febrero de 2013

Capítulo XI: Poción buena viene en frasco pequeño


LUCIANA

Todo estaba a oscuras. Los plomos del sol se habían fundido de repente. Luciana se pasó una mano por el pelo y después por su cara. Bien, estaba entera. Ahora debía razonar.

La poción que Girautius había liberado había convertido el día en la noche más oscura. Sabía su situación exacta y la ubicación de los demás por el templo. Pero, ¿qué sabía ella de hechizos y pócimas? ¿Cómo eliminar los efectos? Quizá lo mejor era esta realidad, tenían más posibilidad de sobrevivir dejando ciega a la bruja.

Agitando sus brazos mientas caminaba lentamente, por si se encontraba con algún obstáculo que no recordara, fue aproximándose al podio central. Si John Jesus entretenía a Evanthra con su espadita, cabía la posibilidad de acercarse al paquete sigilosamente y recuperarlo.

Una de sus patitas suaves topó con algo en el suelo. Iba a agacharse a comprobar qué era cuando una mano la agarró por la muñeca. Soltó un gritito bastante audible y trató de soltarse.

- Soy yo: Girautius – susurró una voz-. Esta poción es más fuerte de lo que pensaba: huele a diente de león, no creo que desaparezcan sus efectos hasta que la bruja… finito.

- ¿Y qué hacemos?

Evanthra estaba farfullando algo amenazador a John Jesus, y Luciana había puesto su mente a funcionar a toda máquina. Era muy fácil decirlo, pero a ver cómo se libraban de la del cabello en llamas.


GIRAUTIUS

Vaya. Qué poder, qué fuerza. Qué metedura de pata.

Claro, diente de león. ¿Qué si no? Lo tenían crudo.

Girautius no había pensado antes en los ingredientes de la pócima y eso, sin duda, había cambiado el curso de los acontecimientos. Las pociones realizadas con algo de diente de león solían ser bastante efectivas, pero también solían conllevar una importante necesidad de dosificación. Es decir, que debía haber dejado caer una gota del recipiente, y no haber lanzado el bote de cristal contra el suelo como un balón de rugby americano al pasar la línea de home run o de gol. No sabía mucho de los deportes del otro continente, pero la metáfora se entendía.

Decidió buscar a los demás: la unión hace la fuerza y tan solo juntos podían tener una mínima posibilidad de vencer a la pelirroja. Y de volver a ver la luz del sol.

Percibió un aroma a gominola. Luciana andaba cerca. Ella tenía un buen sentido de la orientación, si conseguía alcanzarla sería un gran avance en su plan.

Caminó con sigilo unos cuantos pasos más. Era divertido, andar tratando de que no lo escucharan le recordaba a las aventuras de su héroe Austino de Powersé.

Tenía a alguien muy cerca. Podía oír su respiración. Inspiró y un olor a osito de goma llegó a su nariz. Extendió la mano y agarró su muñeca. Agradeció que fuese la muñeca, habría sido bastante incómodo asir sus posaderas sin querer. Escuchó un gritito justo a su lado. Había sonado bastante pijo, así que supo al instante que era la joven que estaba buscando.

- Soy yo: Girautius – susurró -. Esta poción es más fuerte de lo que pensaba: huele a diente de león, no creo que desaparezcan sus efectos hasta que la bruja… finito.

- ¿Y qué hacemos?

Girautius reflexionó. Evanthra aún estaba rondando por ahí, la había escuchado gritar algo. Tenían que conseguir reunir a los otros dos protagonistas rápido.


JOHN JESUS

John Jesus estaba alerta. Todos sus sentidos se habían agudizado, incluso podía percibir algo de intuición femenina, tal era el peligro que advertía.

Así, su instinto le hizo saltar cual tigre en acecho hacia la bruja. En un cuerpo a cuerpo, si conseguía dejarla inconsciente, podía lograr una victoria.

De un golpe, tiró a Evanthra al suelo. El impacto fue bastante peor para la oscura dama, así que el Sir consiguió incorporarse rápido, mientras ella aún estaba reaccionando allí tirada. Tanteando con el pie hasta encontrarla en la oscuridad, recogió su espada del suelo, que había dejado caer al abalanzarse sobre la mujer, y se puso en guardia.

Escuchó un grito y decidió que lo más sensato era agitar su espada de un lado a otro para defenderse. Lo más lógico, indiscutiblemente.

- Rompiches a ofrenda. ¡Rompiches a ofrenda! Se rompes a ofrenda, ¡rómpoche o nariz! ¿Que lle vou a dar agora á mestra? Vaime castigar, ¡vaime obrigar a deixar a cerveza!

John Jesus escuchó como Evanthra se alejaba caminando entre lamentos. Vaya, qué llorica. Su tal maestra debía de ser una mujer intimidante.

Desorientado, empezó a buscar a los demás a tientas. Si los conseguía reunir y encontrar la salida del templo antes de que Evanthra recuperase la compostura, tendrían la oportunidad de huir.


LADY LÍA

La intensa oscuridad los había pillado a todos por sorpresa. Lady Lía tenía los ojos abiertos como platos y aún así no lograba ver ni sus propias manos. Palpaba todo a su alrededor buscando un punto de referencia. Piedra, piedra, piedra. Por mucho que se esforzara lo único que conseguía era chocar con más y más escombros. Oía a los demás luchando desesperados en la misma situación.

Sus instintos nunca habían funcionado al 100%, lo que de vez en cuando le pasaba factura. Retrocedió unos pasos tratando de organizar sus pensamientos y tropezó con algo, cayendo de espaldas sobre el pétreo suelo del templo. Seguramente, por culpa de otra piedra.

Un grito la puso en alerta. Aguzó el oído esperando averiguar qué sucedía. Evanthra estaba bramando algo sobre la ofrenda, pero la caída la había dejado algo aturdida. Trató de despejarse.

Entonces lo notó: una presencia escalofriante muy cerca de ella. Si la bruja la alcanzaba, nuestra heroína no tendría manera de defenderse. Asustada, arrastró sus manos por el suelo en busca de cualquier objeto amenazador y consistente, pero solo sentía cascotes y polvo.

Percibió unos pasos próximos a sus piernas. Se quedó inmóvil y controló su respiración; quizá si no hacía ningún ruido Evanthra ignoraría su presencia. Encogió los brazos para ocupar menos espacio y se quedó ahí, acurrucada. Seguía escuchando el eco de los pasos muy cerca.

De repente sintió la necesidad de moverse; había algo que la incomodaba (aparte de la atemorizante presencia de la peliburdeos). Su espalda comenzaba a quejarse y un dolor punzante le atacaba entre sus vértebras. Lentamente, deslizó una de sus pezuñas de paladín entre su cuerpecito y el suelo. Sí, efectivamente, había algo que se le estaba clavando en el lomo. Agarró como pudo el objeto y lo sacó de debajo de ella.

Lo sostuvo con las dos manos, todavía tirada en el piso del templo. Lo toqueteó un poco. Era alargado y tenía un par de bordes afilados.

- ¿Una espada?

Y por extraño que pareciese, cayendo encima de ella y haciéndose un insignificante rasguño, Lady Lía había encontrado su pincho en particular, su arma de fuego sin fuego, la espada con la que había soñado aquella noche que conoció a John Jesus y Girautius.

Y se hizo la luz.

miércoles, 23 de enero de 2013

Capítulo X: A palabras necias, oídos xordos

John Jesus  se quedó paralizado, analizando la situación. Si sus ojos no lo engañaban, allí, al lado del podio, se encontraba una mujer de cabellos del color de las llamas, oculta bajo una gruesa capa con una capucha que le ocultaba media cara. De hecho, ¿estaba seguro de que era una mujer? Era tan pálida que bien podría haberse tratado de una gran muñeca de porcelana.

El Sir comenzó a moverse muy despacio, midiendo sus pasos concienzudamente. Quizá tuviera una especie de sensor de movimiento o una visión selectiva como la de esos dinosaurios con los brazos pequeñitos.

Fuere como fuere, se fue acercando poco a poco hacia el podio donde se depositaban generalmente las ofrendas a los dioses. Consistía en un pilar de metro y medio sobre el que descansaba un cojín de suave terciopelo escarlata. Y allí debía descansar también el paquete que tanto tiempo y canas les había costado.

Despacio, muy despacio, John Jesus introdujo su mano en la bolsa que colgaba de su cinturón y sacó la ofrenda del Rey, intacta (algo húmeda tras el salto al mar). Sopló sobre su superficie para eliminar restos de pelusas y la posó con suavidad sobre la almohadilla de terciopelo. Listo. Misión completa.

Ahora que el riesgo había pasado, al Sir le hacía gracia el miedo que había tenido al entrar en el templo y ver esa figura de mujer. ¡Por favor! ¿Pero qué iba a hacerle? ¿Matarlo a base de hablar sobre tintes del pelo? A quién se le ocurría: cabellos incendiarios. Esta juventud…

En las puertas del templo, sus tres compañeros movían los brazos exageradamente y se chocaban los cinco los unos a los otros. Puede que incluso las dos chicuelas estuvieran llevando a cabo una coreografía algo hortera.

Sonriendo, el noble se dispuso a reunirse con sus compañeros de aventuras. Y, entonces, se percató de un detalle bastante preocupante: no los oía. Un silencio atemorizante le taponaba sus oídos. Girautius, Luciana y Lady Lía estaban a unos escasos 7 metros de él, gritándose entre ellos exclamaciones de jolgorio, y John Jesus no escuchaba sus voces. Algo le impedía hacerlo. Aturdido, miró a su alrededor. ¿Qué estaba sucediendo?

Percibió un movimiento a su izquierda. Intuitivamente, bajó la mano hacia su espada, dispuesto a desenvainar en cualquier momento.

- Non fai falta que saques o teu pincho, cabaleiro. Non quererás ferir a alguén, ¿ou si?

De reojo, John Jesus observó cómo sus amigos dejaban de bailotear y cambiaban sus caras de felicidad por sus rostros de miedo.

Era ella. Era ella la que lo estaba volviendo sordo.

La mujer de cabellos flameantes alzó las manos y se quitó la capucha. Unos grandes ojos grises lo miraron penetrantemente. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Mal rollito.

- ¿Quién sois? ¿Q-qué hacéis aquí? – el aristócrata no pudo evitar tartamudear.

-Chámanme Evanthra, iso é todo o que necesitas saber – hablaba en un tono de voz tenue.

- ¿Qué me estáis haciendo? ¿¿Por qué no escucho nada excepto vuestra voz??

Evanthra jugueteó seductoramente con sus rizos bermellones entre sus dedos. Aunque a John Jesus le pareció de todo menos seductor en aquel momento.

- Verás, J.J., eu denomino isto “estratexia”. Ven a dicir que tes información que eu quero saber; e que a mellor forma de que unha persoa sexa sinceira e a través do respeto. O respeto lábrase co medo – sonrió-. ¿Tesme medo, J.J.?

- No sé qué esperáis de mí, qué información buscáis o cómo sabéis mi nombre… Pero sí sé una cosa: no conseguiréis que os tema. Bueno, dos cosas: eso y que si me tocáis, mis compañeros os destrozarán vuestro alternativo pelo granate.

Una risa de naturaleza maligna recorrió la estancia. Nuestro aventurero sabía que era de naturaleza maligna porque se podía saborear la depravación en el ambiente.

- Os teus compañeiros están algo ocupados agora mesmo – los otros tres héroes de nuestra historia estaban atónitos: por más que lo intentaban no conseguían moverse; sus pies parecían estar pegados al suelo pétreo y lleno de escombros -. Será mellor que os deixemos esforzarse. Ao que ía. Teño a orde de levarme unha ofrenda, unha especial, e so unha. Así que – señaló a John Jesus con uno de sus pálidos dedos -, responde: é esta a ofrenda do Rei?

Viendo que el hombre de alta cuna no le respondía, lo observó más detenidamente.

- Pero, pódese saber que estás a facer?

Mientras la malvada Evanthra improvisaba su perverso discurso, el noble caballero había conseguido conectar su mirada con la del curandero. Y es que, así como el Sir no escuchaba a sus amigos, éstos no lo oían a él.  Así que se estaba dedicando a explicarle con gestos a su inútil amigo su recién confabulado plan cuando aquella especie de bruja lo pilló en medio de una extraña mueca.

- Non trates de xogar comigo: xogarías con lume. A miña maxia queima mais a alma que un cani as rodas do seu buga. Son ama dos gatos, amiga das serpes, e por riba de todo ¡escoito heavy metal!… Pero xa estás outra vez??

J.J. estaba levantando su pulgar a Girautius a modo de aprobación. Era su forma de decirle: “Espero que hayas entendido el plan, por los Dioses y Arquitectos, ¡ponlo en marcha!”

Y vaya si se puso. Aún no está muy claro cómo el curalotodo consiguió entender las instrucciones de su amigo tan rápidamente y bajo tanta presión. Pero lo cierto es lo que había logrado.

Girautius cogió la pócima del líquido espeso y negro. La lanzó al suelo. El bote de cristal se rompió en cientos de afilados fragmentos. Se alzó el caos.

Lo último que vio Sir John Jesus fue a Evanthra abalanzándose sobre el paquete del Rey y una densa oscuridad cayendo sobre sus ojos.