miércoles, 26 de julio de 2017

Capítulo XXIII: A buen entendedor, pocas metáforas bastan

- Bien, ésta ha sido sin duda una conversación aclaratoria muy fructuosa – Lauranstein miraba distraídamente los posos de su ex-mojito -. Como breve conclusión sintética: dos hombres de la corte deciden realizar un recado para el Rey; se tropiezan con dos dispares damas; todos se hacen amigos y forman el “Club de las Aventuras Ilegales”; llegan a su destino; hacen añicos el objeto de tanto paseo; lloran sus penas en un bar y descubren que la Reina trama algo; deciden visitar amigablemente a su majestad y escuchan por puro azar mi nombre. Y, finalmente, los cuatro tránsfugas terminan en mi hacienda.

- Buen resumen, cielo – Ángelus tenía su cabeza ladeada, como tratando de equilibrar, literalmente, sus ideas -. Desgraciadamente, la proporción de alcohol de mi copa no ha sido suficiente para hacerme olvidar un leve detalle: ¿qué anheláis de mi enamorada?

Sir John Jesus se removió incómodamente en su asiento. Sus posaderas habrían agradecido una almohadilla de plumas sobre la dura superficie de nogal.

- Tan sólo buscamos información, una pista, un faro que oriente nuestro rumbo…

- Estáis intentando ir un paso por delante de la realeza, y eso es muy peligroso hoy en día – interrumpió la investigadora, dejando a un lado su vaso vacío y posando su verdácea mirada sobre el Sir.

El cocoromiau paseaba entre las piernas de los visitantes, frotando su lanudo lomo contra ropajes y zapatos, soltando de vez en cuando sonidos gallináceos. Luciana contemplaba sus andares gatunos mientras reflexionaba. La Reina era una cliente para la científica y, como tal, gozaba de cierta confidencialidad. Sin embargo, hasta el más tozudo obrero podía ser convencido de vestir una boina protectora en las construcciones. La ingeniera tan sólo tenía que adaptar su jerga para lograr persuadir a Lauranstein.

- Imagina, anfitriona, que un cuervo hembra ha cambiado su dieta de lombrices por sed de poder – arrancó Luciana -. Ese cuervo quiere aterrorizar al resto del mundo de las aves, así que ha urdido un plan que ha inhabilitado a su marido el águila como rey de los pájaros.

Lady Lía miraba con el ceño fruncido a su escudera. No parecía hora de metáforas. También era cierto que no había comido en las últimas horas y había bebido velozmente su mojito, así que su capacidad de concentración había decaído estrepitosamente con los últimos sorbos del refresco. La Descarriada combatía una repentina necesidad por subirse a la silla y comenzar a bailar.

- Yo, un flamenco rosado de lo más atractivo, acompañada por mis compañeras las palomas, me he presentado en tu nido para pedir una minúscula migaja de ayuda. Piénsalo, Lauranstein. El cuervo no debe atemorizar a su pueblo. El miedo no crea más que caca blanca sobre las diligencias y los corceles de la gente. Alcemos juntos el vuelo y terminemos con esta gripe aviar.

Sir John Jesus miraba incrédulo a la delicada ingeniera que tanta imaginación tenía, reprimiendo el impulso de llevarse la palma de la mano a su rostro, en señal de exasperación. Girautius, por otro lado, escuchaba divertido como Luciana se auto-llamaba flamenca.

Ambos científicos contemplaban fijamente a la ahora muda escudera. Sus rostros eran impenetrables. Unos minutos más tarde, Ángelus carraspeó.

- ¿Y qué seríamos nosotros en esta alegoría?

- Un colibrí y un dodo.

- Excelente elección – el ilustrado hombretón bajó la mirada en señal de razonamiento en curso.

Transcurrieron al menos otros cinco minutos de acentuado mutismo. Lady Lía meneaba sus hombros rítmicamente al compás de La Macarena. Le apetecía otro mojito. Finalmente, Lauranstein quebró el silencio.

- Tu historia tiene sus imperfecciones. No hay prueba empírica de relaciones monárquicas entre las aves. Y tú serías más un periquito que un flamenco… Habría funcionado mejor con un reino subsahariano a lo “El Rey León”. Pero en conjunto – la erudita realizó un círculo imaginario con su índice derecho – has logrado transmitir tu teoría. Nosotros – ahora señalaba intermitentemente a Ángelus y a sí misma – vivimos apartados de la sociedad en este pantano porque no nos gustan los tejemanejes de la especie humana. Nuestro género se suele centrar en la ambición y la codicia, y ya nadie quiere echar un pulso con un delfín o jugar al pilla-pilla con un perezoso. Pero a pesar de vuestras buenas intenciones, no sé si merece la pena involucrarnos en tremendo jaleo.

Ángelus posó una gran mano en el regazo de su creadora. Con la otra mano, se ajustó sus anteojos.

- ¿Recuerdas cuando éramos jóvenes y rebeldes? ¿Cuándo nos deleitábamos alimentando a nuestra aldea de ácaros, porque sabíamos que nadie más lo aceptaría? – Lauranstein asintió con aire inteligente, rememorando el pueblecito de partículas de polvo al que tanto habían mimado – Quizá sea hora de retomar nuestras aficiones. Quizá esta oportunidad nos ha sido ofrecida por algún motivo trascendental. Como la fotosíntesis.

Lauranstein idolatraba a la fotosíntesis y un ramalazo sentimental comenzaba a florecer en ella (juego de palabras intencionado). Así pues, la joven erudita reflexionó durante unos instantes. Comprendía el ansia por el conocimiento que sus huéspedes mostraban, pero si algo salía mal y su nombre y el de Ángelus salían a la luz como cómplices de algún tipo de complot contra la corona, todo su trabajo animal se vería comprometido. Sin lugar a dudas, la posibilidad de que se hubiera originado un motín en la corte le provocaba un sentimiento similar al del sarpullido que había sufrido hacía unos meses cuando había intentado abrazar a una medusa. Tal vez, si pudiera asegurar su bienestar y el de su fauna de alguna manera…

- De acuerdo – sus palabras pillaron por sorpresa a los visitantes -. Os diremos lo que sabemos, pero más os vale que no mencionéis, ni bajo extrema tortura, nuestros nombres.

- Prepararé unos pinchitos, entonces – Ángelus se retiró del laboratorio, dejando a sus espaldas a cuatro intrigados personajes, sentados al borde de sus sillas.

viernes, 16 de junio de 2017

Capítulo XXII: Cría cuervos y te sacarán los coloretes

La mansión de Lauranstein parecía un típico hogar de ricos excéntricos desde el exterior, y lo era aún más por sus adentros. El vestíbulo era amplio y estaba bien iluminado, pero la alfombra que cubría el suelo de madera estaba hecha de hierba fresca. Luciana se había emocionado al ver una pequeña cría de cobaya rodando alegremente entre las fibras herbáceas de la moqueta.

Mientras la dueña del hogar, sujetando a su pollato entre sus brazos, los guiaba hacia una estancia “más acorde a la ocasión”, nuestros protagonistas fueron testigos de pasillos repletos de estanterías, algunas llenas de libros polvorientos, otras, de especímenes animales. Vivos.

- Me gusta que mis amigos de la naturaleza tengan su propio espacio en mi hogar – explicaba Lauranstein mientras caminaban entre las estanterías -. Eso de tener animales difuntos para investigación no me atrae: es facilón y poco sorprendente. Yo prefiero entablar una conexión, oír lo que me quieren transmitir, chocar las cinco con una mariquita.

- Suena fascinante – a Sir John Jesus no se le daba bien esconder su sarcasmo.

Pocos minutos después, Lauranstein empujaba con ambas manos una gran puerta de roble y se adentraba en un enorme laboratorio. La estancia debía de ser al menos como medio campo de fútbol en extensión, redondeando. En cada rincón se podían ver matraces, tubos de ensayo, vasos de precipitados, probetas y demás material científico; líquidos verdes y transparentes, polvos dorados, precipitados oscuros y demás sustancias.

- ¿Es éste el lugar “acorde a la ocasión”? Perdona, cerebrito, pero yo no quiero ser diseccionado.

Girautius miraba a su alrededor con ojos asustados. Demasiado aparato esterilizado.

- Bueno, este era el salón-comedor de la casa. Así que es el único lugar acorde, a menos que prefiráis charlar en mis aposentos. Pero os advierto que hoy no he hecho la cama – Lauranstein hizo un gesto con la mano, señalando unas cuantas sillas amontonadas contra la pared. Cada uno agarró uno de los asientos y se acomodó en algún hueco. Formaron un sinuoso círculo -. ¿Queréis que rompa yo el hielo? Puedo hablar durante horas sobre el ácido desoxirribonucleico.

- En realidad, - interrumpió la Descarriada – nos gustaría conversar sobre otro tema… más confidencial.

La excéntrica ricachona se frotó la barbilla pensativamente. Parecía estar reflexionando sobre las consecuencias de entablar conversación con cuatro desconocidos que acababan de allanar su propiedad y a los que recientemente les había permitido adentrarse en su más sagrado templo científico.

- Bien, creo que lo mejor entonces será pedir unos mojitos para entrar en situación, ¿no os parece?

Lauranstein se inclinó un poco y pescó un pequeño instrumento del tamaño de su mano que reposaba sobre una mesa. Pulsó un redondo botón a un lateral:

- Cariño, ¿me recibes? – un ininteligible sonido surgía del aparato - ¿Nos traerías cinco mojitos si estás libre? El mío doble, por favor – posó el artilugio de nuevo sobre la mesa y comenzó a tamborilear con sus dedos sobre la superficie-. Le llevará solo unos minutos. Mientras tanto, ¿alguno quiere introducir elegantemente el tema de este coloquio?

- Verá, señorita-con-cobaya, no hay forma de introducir nada elegantemente en este caso. Desde que he visto que tienes un gato-pollo y otros animales de mi gusto, he sentido un profundo enlace que me obliga a ser sincera: somos prófugos de la ley – Luciana levantó un hombro e hizo un gesto como si se tratase de una noticia de poca importancia.

- Desde luego, habéis allanado mi propiedad.

- Es posible que también hayamos ofendido a la Reina de alguna manera misteriosa y que seamos perseguidos por los agentes de la justicia.

- Pero lo importante aquí no es quién es un fugitivo y quién no – aclaró el Sir -. Tenemos sospechas de que una sombra de oscuro poder se cierne sobre el reino y deseamos detenerla con prontitud. Hemos oído rumores de que la Reina planea visitarte, Lauranstein. Necesitamos saber por qué. Necesitamos una pista que nos ayude a montar este puzle. Usaremos la fuerza si es necesario, somos cuatro contra una… y un gato.

- Corrección, - la científica se aclaró la garganta – una misma, un gato y un gigante con el que estoy saliendo.

Un sonoro ruido retumbó detrás de sus espaldas. En realidad, varios sonidos. Era como un lento caminar. Lady Lía no quería girar su cabeza, sospechaba que no le iba a gustar lo que se encontraría al otro lado de la estancia. Pero lo hizo, lenta y agónicamente. A sus espaldas había un hombre de considerable envergadura, como medio campo de baloncesto, redondeando. Una larga y frondosa melena oscura caía sobre sus amplios hombros y los miraba desde las alturas tras unas gafas de erudito. Vestía ropa de laboratorio. Su rostro era infranqueable, sus manos de hierro puro. Y sobre ellas, una bandeja con seis mojitos.

- Buenas, caballeros, espero que no os importe, he traído seis mojitos porque no me gusta ser excluido.

El hombretón posó la bandeja sobre un taburete abandonado bajo unos cuantos tubos de ensayo y se volvió a incorporar. Con delicadeza, repartió cada uno de los beberajes entre los presentes.

- Oh, perdonad, - Lauranstein se golpeó la frente con la palma de su mano en señal de fastidio - creo que es tradición en sociedad realizar una breve introducción cuando un nuevo sujeto aparece en escena – la científica carraspeó para aclarar su garganta -. Este es Ángelus, mi mejor creación. Tras unos años haciendo pinitos en el tema de las células y sus hermanas, me di cuenta de que necesitaba ayuda para llevar a cabo alguno de mis experimentos. Dediqué un par de meses a diseñar un hombre robusto que pudiera transportar paquetes sospechosos de cierto peso, pero luego pensé que también podía hacerse cargo de algunos de los cálculos matemáticos.

- Quiere decir que salí más listo de lo que ella esperaba.

- Digamos que me sorprendió favorablemente. Y un día me trajo flores.

- Soy encantador.

- Ángelus es mi pareja estable, si ignoráis mi affair con el conocimiento – la amante de la ciencia apuntó entonces con una mano hacia nuestros protagonistas -. Por otro lado, estos son nuestros invitados: dos mujeres bajitas y dos hombres rarunos.

El semi-gigante sonrió de lado:

- En fin, siento haber interrumpido, ¿me podéis poner al día para que haga los apropiados comentarios ingeniosos que la conversación se merece?

- Nuestros cuatro amigos, y supongo que los jamelgos que descansan en el establo también, son fugitivos – Lauranstein cruzó sus piernas despistadamente -. Han venido a sonsacarme por qué la Reina desea visitarnos. ¿Le diste cita para mañana?

- Sí, cancelé el asuntillo de las moléculas cerebrales para tener suficiente tiempo para lidiar con cuestiones monárquicas. Le envié un boleto notificando fecha y hora – Ángelus dio un sorbo a su bebida herbácea. Giró su cabeza y se dirigió a los demás -. No es que seamos íntimos de la soberana, pero no comprendo por qué deberíamos confiaros los secretos de uno de nuestros clientes.

Sir John Jesus dio un largo trago a su mojito. Al parecer tenían 24 horas para convencerlos de que desembucharan, recoger sus pertenencias y salir cabalgando de aquella ecléctica mansión.