Cuando John Jesus y Girautius las
vieron llegar, supieron enseguida que algo iba mal. Luciana agitaba demasiado
sus brazos y sus mejillas estaban excesivamente ruborizadas. Y Lía… Lía estaba
corriendo. Síntomas tan preocupantes como aquellos hicieron que los dos
hombretones se pusieran alerta.
Mientras se levantaban de las
rocas en las que descansaban lograron ampliar su campo de visión: las dos damas
lucían cansadas y parecían haber estado corriendo durante un buen rato, y más
allá una gran aglomeración de objetos no identificados las perseguían.
- Escucha, - susurró el noble a
su curandero aguzando el oído – ¿no oyes algo?
Efectivamente, de entre los
murmullos de la naturaleza comenzó a apreciarse un leve gemido, unas palabras
sin sentido en el viento.
- Sí, tronco – Girautius trataba
de descifrar el mensaje que la brisa les acercaba -. “Eeee”… “Ennnn”… parece
encriptado…
- ¡Enanos, malditos supracultos!
¡Enanos Dawson! ¡Corred!
A pesar de sus lentas reacciones,
el par de caballeros logró recoger todos los artefactos que habían desperdigado
por el pequeño descampado en el que habían descansado durante las horas que las
mujercitas se hallaban en busca de alimentos. Apresuradamente y despotricando generosamente
contra las muchachas, despertaron a NinaBieca de su siesta y emprendieron una
marcha apresurada en dirección contraria a la multitud de enfurecidos enanos.
Debían llevar menos de media hora
corriendo, impulsados por el miedo a esa enorme muchedumbre de un metro de
alto, cuando Sir John Jesus comenzó a hilar pensamientos. Se estaban desviando
de su camino, precipitándose más hacia el norte de lo que el croquis de Luciana
indicaba. Además, no podían huir para siempre de aquellos excitados enanos. Era
el momento de urdir un plan desesperado, de recurrir a su táctica de defensa
extrema, de enfrentarse al enemigo con un arma más bien poco segura: debía
requerir la ayuda de Girautius.
Con un gesto, el noble captó la
atención del curandero y, sin dejar de correr, dijo las palabras clave:
- Estomy en ejak baoo e7perando.
Girautius comprendió. Desde el
principio sabían que podía llegar el momento en que tuvieran que afrontar grandes
retos que harían peligrar sus vidas. Por eso habían establecido aquella clave.
Había llegado la ocasión de usarla: La Droga. Una Droga para gobernarlos a
todos, una Droga para encontrarlos, una Droga para atraerlos a todos y atarlos
en las tinieblas.
Girautius cogió su bolsa de
ingredientes y medicamentos entre trotes. Como pudo, procurando que no se le cayese
entre el nerviosismo y lo apresurado de la huída, extrajo un pequeño botecito
de cristal, lleno de un espeso líquido verde-Bulbasaur. El joven frenó en seco
y se giró hacia el oponente. Tantos años de entrenamiento con sus mancuernas,
entre poción y poción, tenían que serle útiles en ese preciso instante. Agarró
con firmeza la cápsula de cristal y, rogando no acertar en la jeta de las dos
mujercitas, la lanzó por el aire cual balón de rugbis bestialis.
La suerte estaba de su lado aquel
día y el envase silbó por encima de la
cabeza de Lady Lía sin rozarla. Unos metros más allá de las jovencitas, el
cristal se partió y La Droga comenzó a flotar en el ambiente. Se esparció entre
los Enanos Dawson y uno a uno fueron cayendo. Al menos una cuarentena de
retacos se fueron desmayando a lo largo del monte por el que corrían. Pero no
fue suficiente.
Alrededor de unos veinte enanos
más habían logrado escapar del influjo de La Droga y continuaban en su afán de
capturar a nuestras protagonistas.
- ¡Por Furenmeyer! ¡Ya no puedo
correr más!
John Jesus miró a ambos lados y
vio que sus compañeros se encontraban en el mismo estado o incluso peor que él.
De hecho, la Descarriada se estaba alejando demasiado del grupo entre
desesperados lamentos: “¡Seguid! ¡Continuad sin mí!... ¡No, no! ¡Esperadme, soy
muy joven para morir de una maratón!”
Y entonces la suerte decidió
abandonarlos. El Sir avistó mar unos pocos metros más adelante. De repente, de
la nada, surgía una gran cordillera azul hasta el horizonte.
- ¿Eso es…? – Luciana soltó un gritito
de sorpresa - ¡Acantilado! ¡Acantilado por proa!
Un par de minutos después, los
cuatro aventureros se detuvieron ante aquel precipicio. Unos cincuenta metros
más abajo las olas estallaban contra la roca. Los aullidos de guerra de los enanos
se oían cada vez más cerca.
- No hay alternativa, chicos –
Lía estaba recuperando el aliento -. O peleamos contra dos decenas de guerreros
sin saber de artes espadachiles, o nos lanzamos.
Luciana agarró con una mano a la
Lady y con la otra a John Jesus.
- Hagámoslo juntos. Somos un
equipo – repuso con solemnidad.
El dramatismo se palpaba en la
atmósfera cuando los cuatro, cogidos de las manos y arrastrando a NinaBieca,
saltaron hacia los cincuenta metros que los separaban de su salvación. Un
último grito surcó el aire:
- ¡Nos podrán quitar la vida,
pero jamás nos quitarán la libglglglglgl!