martes, 1 de mayo de 2018

Capítulo XXV: Los que nada saben, de todo dudan


El laboratorio de la científica estaba sumido en silencio. Lauranstein y Ángelus se habían ausentado unos momentos y nuestros cuatro protagonistas se miraban los unos a los otros mientras la información que les había sido cedida se hacía un hueco entre sus pensamientos. Lady Lía era la única que aún rechupeteaba su plato de algas a la marinera.

- ¿Habéis oído la parte en la que ha admitido bañarse con caballitos de mar?

- Nimiedades – sir John Jesus era fiel a su seriedad cuando ésta más se necesitaba–. Concentrémonos en el hecho de que la Reina emplea un elemento sobrenatural para aumentar su poder sobre el monarca masculino. Si esto es cierto, hemos encontrado su debilidad. ¡Hay esperanza!

- Nada es seguro – Luciana no creía en componentes milagrosos, excepto quizás en el hormigón –. Por lo que sabemos, la porcelana de Entropía es una leyenda y la Reina bien podría ser una fanática algo rarita.

- Pero es esto… o nada – Lady Lía se limpió la boca poco discretamente con una de sus mangas y prosiguió –. Yo digo que fluyamos con la idea; yo opto por tener esperanza.

- Yo también soy muy de seguir la corriente, de be water, my friend – Girautius gesticuló con sus manos, imitando unas ondas de agua.

- Supongo que tampoco nos queda otra opción – suspiró Luciana dramáticamente -. Quiero decir, siempre podríamos huir a una islita exótica y alimentarnos de cocos, pero ¿dónde compraría mis lacas de uñas multicolores?

Los cuatro se quedaron de nuevo en silencio. Habían acudido a la mansión de Lauranstein buscando respuestas... y las habían encontrado. Que éstas fueran de su agrado o no, era otro tema. Lo que estaba claro es que ante ellos se erigía, poco a poco, la silueta de una aventura más grande de lo que en un principio habían adivinado. El curandero pronunció en alto las palabras que todos estaban pensando.

- ¿Y hacia dónde cabalgamos ahora?

- Podemos deducir de la historia que tan animadamente nos ha contado la científica rarita que la Reina necesita la esfera de Porcelana de Entropía para continuar con sus malvados planes – sir John Jesus se frotó los ojos con sus dedos, intentando aclarar sus pensamientos -, de otro modo no tendría tanta prisa por solicitar la ayuda de Lauranstein para repararla. Esto quiere decir que, mientras la soberana se pasee por estos laboratorios, el Rey estará desprotegido, desatendido, vulnerable.

- ¿Vamos a volver a palacio? - Lady Lía meneó la cabeza, rechazando la propuesta – Yo voto por luchar por que se haga justicia, sí; y me encantaría volver a veros hacer parkour saltando entre las torretas del castillo, pero no vamos a arriesgarnos a ser capturados por la mera posibilidad de despertar al Rey de su trance. ¿Acaso crees que no lo dejará en buenas manos, que no va a asegurarse de que esté rodeado de quichismichis y churrimurris?

- ¿Se supone que esos son nombres de hechizos?

- Además, si lográsemos llegar hasta el Rey y tener unos momentos con él, ¿cómo lo despabilamos? ¿Una palmadita en la espalda? ¿Cosquillas en las plantas de los pies? ¿Arañamos una pizarra? ¿Le ponemos Una vaina loca? - la Descarriada realizaba nerviosos aspavientos con sus manos.

- Lo que está claro es que no podemos quedarnos aquí – repuso sir John Jesus firmemente -. Sea cual sea la dirección por la que optemos, se puede acordar una vez que estemos a unos cuantos kilómetros de esta mansión.

Nuestros cuatros protagonistas asintieron con sus cabezas y retornaron al incómodo silencio que el discurso de Lauranstein había desencadenado originalmente. Así se mantuvieron durante los siguientes diez minutos, hasta que las puertas del laboratorio se entreabrieron con un ruido de bisagras mal engrasadas, dando paso a los dueños de la casa.

Ángelus cargaba entre sus brazos un considerable montón de tentempiés, todos envueltos delicadamente entre hojas de haya. Dando grandes zancadas, se aproximó a una mesa repleta de papeles y dejó caer allí los aperitivos. Lauranstein también llevaba algo entre sus brazos, aunque los cuatro fugitivos no conseguían adivinar de qué se trataba. La científica se situó entre nuestros protagonistas, en el centro del semicírculo que sus taburetes dibujaban. Con cuidado, alzó una mano sobre su cabeza y, sujetando con su otro brazo el misterioso fardo, chasqueó sus dedos. Un búho de brillantes colores salió volando del bulto que Lauranstein agarraba y se posó en la mano que ésta conservaba levantada. Sus plumas vibraban ante la presencia de los desconocidos.

- Os presento a Alfonsina, mi más bello ejemplar de búho. Este otro – añadió la erudita señalando con su cabeza el bulto de plumas que seguía alojado entre sus brazos – es Mouchilo.

Lady Lía asomó su cabezón e intentó escrudiñar algo del tímido pájaro que se mantenía oculto. Logró atisbar un pequeño pico rojizo, que se movía rítmicamente.

- Le gusta mucho dormir.

Lauranstein comenzó entonces a sacudir su brazo con energía, intentando despertar al amodorrado animal. Poco a poco, el ave empezó a presentar signos de vida, abriendo plenamente un ojo y dejando el otro a medio cerrar. Miró a su alrededor, intentando dar sentido a las caras que le miraban tan atentamente, pero sin ninguna intención de moverse de la cómoda extremidad de la científica.

- Éstos son de una rara variedad de búho: poseen un plumaje muy colorido y exótico, a penas ululan y son grandes portadores de objetos.

La investigadora posó a Mouchilo encima de su hombro izquierdo, para el pesar del pájaro; alargó su ahora libre brazo y agarró un tubo de ensayo de una de las repisas más cercanas. Acercó el instrumento al aún adormilado búho. Mouchilo abrió su pico de par en par y se tragó el tubo de un sólo golpe.

- Bestial – apostilló Girautius. Los demás no estaban seguros de cuál debía ser la reacción más apropriada.

- Pueden ingerir gran cantidad de cosas, de todas las formas y tamaños, aunque cada uno tiene sus pequeñas manías. Por ejemplo, Alfonsina jamás engulliría una taza de leche con migas de pan.

Aunque se había sorprendido por el inesperado festín del que acababa de ser presente, Lady Lía no conseguía ver gran diferencia entre ese pajarillo y ella misma cuando se le ofrecía chocolate. Lauranstein, mientras tanto, proseguía con su demostración.

- Y ahora... ¡Devuéveme el tubo de ensayo!

Mouchilo miró la palma de la mano que su cuidadora había situado justo en frente de su semblante. La Descarriada creyó ver como el pequeño animal encogía sus aplumados hombros en señal de indeferencia antes de regurgitar el instrumento científico sobre la mano de Lauranstein sin el menor esfuerzo.

- Quiero que os los llevéis con vosotros. Son estupendos compañeros de viaje y requieren bajo mantenimiento. Es nuestra manera de desearos buena suerte en vuestro periplo.