La mansión de Lauranstein parecía un típico hogar de ricos excéntricos
desde el exterior, y lo era aún más por sus adentros. El vestíbulo era amplio y
estaba bien iluminado, pero la alfombra que cubría el suelo de madera estaba
hecha de hierba fresca. Luciana se había emocionado al ver una pequeña cría de
cobaya rodando alegremente entre las fibras herbáceas de la moqueta.
Mientras la dueña del hogar, sujetando a su pollato entre sus brazos, los guiaba hacia una estancia “más acorde
a la ocasión”, nuestros protagonistas fueron testigos de pasillos repletos de
estanterías, algunas llenas de libros polvorientos, otras, de especímenes
animales. Vivos.
- Me gusta que mis amigos de la naturaleza tengan su propio espacio en mi
hogar – explicaba Lauranstein mientras caminaban entre las estanterías -. Eso
de tener animales difuntos para investigación no me atrae: es facilón y poco
sorprendente. Yo prefiero entablar una conexión, oír lo que me quieren
transmitir, chocar las cinco con una mariquita.
- Suena fascinante – a Sir John Jesus no se le daba bien esconder su
sarcasmo.
Pocos minutos después, Lauranstein empujaba con ambas manos una gran puerta
de roble y se adentraba en un enorme laboratorio. La estancia debía de ser al
menos como medio campo de fútbol en extensión, redondeando. En cada rincón se
podían ver matraces, tubos de ensayo, vasos de precipitados, probetas y demás
material científico; líquidos verdes y transparentes, polvos dorados, precipitados
oscuros y demás sustancias.
- ¿Es éste el lugar “acorde a la ocasión”? Perdona, cerebrito, pero yo no
quiero ser diseccionado.
Girautius miraba a su alrededor con ojos asustados. Demasiado aparato
esterilizado.
- Bueno, este era el salón-comedor de la casa. Así que es el único lugar
acorde, a menos que prefiráis charlar en mis aposentos. Pero os advierto que
hoy no he hecho la cama – Lauranstein hizo un gesto con la mano, señalando unas
cuantas sillas amontonadas contra la pared. Cada uno agarró uno de los asientos
y se acomodó en algún hueco. Formaron un sinuoso círculo -. ¿Queréis que rompa
yo el hielo? Puedo hablar durante horas sobre el ácido desoxirribonucleico.
- En realidad, - interrumpió la Descarriada – nos gustaría conversar sobre
otro tema… más confidencial.
La excéntrica ricachona se frotó la barbilla pensativamente. Parecía estar
reflexionando sobre las consecuencias de entablar conversación con cuatro
desconocidos que acababan de allanar su propiedad y a los que recientemente les
había permitido adentrarse en su más sagrado templo científico.
- Bien, creo que lo mejor entonces será pedir unos mojitos para entrar en
situación, ¿no os parece?
Lauranstein se inclinó un poco y pescó un pequeño instrumento del tamaño de
su mano que reposaba sobre una mesa. Pulsó un redondo botón a un lateral:
- Cariño, ¿me recibes? – un ininteligible sonido surgía del aparato - ¿Nos
traerías cinco mojitos si estás libre? El mío doble, por favor – posó el
artilugio de nuevo sobre la mesa y comenzó a tamborilear con sus dedos sobre la
superficie-. Le llevará solo unos minutos. Mientras tanto, ¿alguno quiere
introducir elegantemente el tema de este coloquio?
- Verá, señorita-con-cobaya, no hay forma de introducir nada elegantemente
en este caso. Desde que he visto que tienes un gato-pollo y otros animales de
mi gusto, he sentido un profundo enlace que me obliga a ser sincera: somos
prófugos de la ley – Luciana levantó un hombro e hizo un gesto como si se
tratase de una noticia de poca importancia.
- Desde luego, habéis allanado mi propiedad.
- Es posible que también hayamos ofendido a la Reina de alguna manera
misteriosa y que seamos perseguidos por los agentes de la justicia.
- Pero lo importante aquí no es quién es un fugitivo y quién no – aclaró el
Sir -. Tenemos sospechas de que una sombra de oscuro poder se cierne sobre el
reino y deseamos detenerla con prontitud. Hemos oído rumores de que la Reina
planea visitarte, Lauranstein. Necesitamos saber por qué. Necesitamos una pista
que nos ayude a montar este puzle. Usaremos la fuerza si es necesario, somos
cuatro contra una… y un gato.
- Corrección, - la científica se aclaró la garganta – una misma, un gato y
un gigante con el que estoy saliendo.
Un sonoro ruido retumbó detrás de sus espaldas. En realidad, varios
sonidos. Era como un lento caminar. Lady Lía no quería girar su cabeza,
sospechaba que no le iba a gustar lo que se encontraría al otro lado de la
estancia. Pero lo hizo, lenta y agónicamente. A sus espaldas había un hombre de
considerable envergadura, como medio campo de baloncesto, redondeando. Una
larga y frondosa melena oscura caía sobre sus amplios hombros y los miraba
desde las alturas tras unas gafas de erudito. Vestía ropa de laboratorio. Su
rostro era infranqueable, sus manos de hierro puro. Y sobre ellas, una bandeja
con seis mojitos.
- Buenas, caballeros, espero que no os importe, he traído seis mojitos
porque no me gusta ser excluido.
El hombretón posó la bandeja sobre un taburete abandonado bajo unos cuantos
tubos de ensayo y se volvió a incorporar. Con delicadeza, repartió cada uno de
los beberajes entre los presentes.
- Oh, perdonad, - Lauranstein se golpeó la frente con la palma de su mano
en señal de fastidio - creo que es tradición en sociedad realizar una breve
introducción cuando un nuevo sujeto aparece en escena – la científica carraspeó
para aclarar su garganta -. Este es Ángelus,
mi mejor creación. Tras unos años haciendo pinitos en el tema de las células y
sus hermanas, me di cuenta de que necesitaba ayuda para llevar a cabo alguno de
mis experimentos. Dediqué un par de meses a diseñar un hombre robusto que
pudiera transportar paquetes sospechosos de cierto peso, pero luego pensé que
también podía hacerse cargo de algunos de los cálculos matemáticos.
- Quiere decir que salí más listo de lo que ella esperaba.
- Digamos que me sorprendió favorablemente. Y un día me trajo flores.
- Soy encantador.
- Ángelus es mi pareja estable, si ignoráis mi affair con el conocimiento – la amante de la ciencia apuntó entonces con una mano
hacia nuestros protagonistas -. Por otro lado, estos son nuestros invitados:
dos mujeres bajitas y dos hombres rarunos.
El semi-gigante sonrió de lado:
- En fin, siento haber interrumpido, ¿me podéis poner al día para que haga
los apropiados comentarios ingeniosos que la conversación se merece?
- Nuestros cuatro amigos, y supongo que los jamelgos que descansan en el
establo también, son fugitivos – Lauranstein cruzó sus piernas despistadamente
-. Han venido a sonsacarme por qué la Reina desea visitarnos. ¿Le diste cita
para mañana?
- Sí, cancelé el asuntillo de las moléculas cerebrales para tener
suficiente tiempo para lidiar con cuestiones monárquicas. Le envié un boleto
notificando fecha y hora – Ángelus dio un sorbo a su bebida herbácea. Giró su
cabeza y se dirigió a los demás -. No es que seamos íntimos de la soberana,
pero no comprendo por qué deberíamos confiaros los secretos de uno de nuestros
clientes.
Sir John Jesus dio un largo trago a su mojito. Al parecer tenían 24 horas
para convencerlos de que desembucharan, recoger sus pertenencias y salir
cabalgando de aquella ecléctica mansión.