viernes, 19 de julio de 2013

Capítulo XIV: Rumor con oro se paga

La mañana siguiente ni los estruendosos ruidos del pueblo que atravesaban las ventanas del hostal consiguieron levantar a los cuatro aventureros. No fue hasta bien entrado el mediodía cuando, a base de empujones y cubos de agua fría, consiguieron levantar a Lady Lía de la cama y bajar a la tasca a comesayunar. Colesterosos huevos con bacon, tostadas untadas de mermelada de bayas y algunos espaguetis a la boloñesa volaron de un plato a otro. Cuando estaban saboreando unas azucaradas tartaletas de tres chocolates, Rachelle apareció al fin en su mesa.

LaBlonde lucía descansada, a pesar del tequila del día anterior. Se había despertado esa mañana en su camarote, con su pijama del Capitán Batman puesto y arropada entre sus sábanas. Así que dedujo que había sido una buena noche y, tras dar unas cuantas órdenes a sus marineros, se había dirigido directamente al hostal a cobrar su deuda. Había proporcionado una información que solo el oro podía compensar.

- Buenos mediodías, caballeros, dama y chica-morena-que-se-está-manchando-la-frente-de-chocolate. Supongo que ya sabréis a qué he venido.

Ante el silencio, tan solo interrumpido por el masticar desenfrenado de la descarriada, la pirata les recordó lo sucedido.

- Información. Yo. Vosotros. Reina malvada, Rey vendido. Entropía. Y después borracha puede que os haya hablado de que quería ser bailarina de ballet pero mi futuro se vio truncado. Olvidad eso. Quiero mis honorarios por los datos.

- Verás, rubiales, tenemos un trato para ti – Girautius frotó el asiento de un taburete con su mano, invitando a la recién llegada a sentarse. Ella se dejó caer sobre la banqueta y los miró suspicaz -. Bien. Como puedes ver, no tenemos mucha pinta de estar pasando por el mejor momento económico de nuestras vidas. Nuestros atuendos están más que reusados y gastamos todo lo que tenemos en comida para estos gordos de mente – señaló a sus tres compañeros de andanzas.

- Sin duda no tenéis mi talento para uniformarme – LaBlonde vestía un largo, escotado y vaporoso vestido negro salpicado de sangre seca.

- Hemos ideado una especie de plan para verificar los datos que nos has facilitado. Hasta que no comprobemos que el rumor es cierto, no olerás el oro – John Jesus se había puesto duro.

- Por supuesto, si todo es cierto, robaré de mis ahorros paternos algo de Oro de Cacheiras, Plata de Torre y Cobre Picheleiro – a la Lady no le apetecía volver a pisar su hogar original, ni siquiera para realizar un hurto a escondidas -. Te lo entregaré todo, moneda a moneda. Tu peso en riquezas brillantes.

- ¿Plata…de Torre? – Rachelle había pasado algunos meses de su juventud pre-villana cerca de las minas de plata de Torre. Le habían tocado algo su oculta fibra sensible. Hacía mucho que no se la tocaban, allá cuando sus padres le hacían sentirse culpable por tener mucha vida nocturna en el pueblo.

- Solamente necesitamos realizar un viajecito en tu barco – Luciana se inclinó a trastear entre sus objetos personales -. Mira, ¡he hecho un mapa de colores! Aquí estamos nosotros, ese punto rosa, y aquí tenemos que llegar, en el verdoso. He dibujado los puentes y carreteras cual experta y, aquí, en la esquina, un mono tití. ¡Porque es adorable!

Básicamente,  el trato ofertado a la pirata consistía en un viaje exploratorio. Coger su barco y llevarlos por las rías hasta el Lago Montalvo. Éste colindaba con el Palacio Real y tenía una estrecha entrada para que los barcos de mercancías del Rey dejasen sus artículos en palacio. John Jesus aseguraba que podrían engañar a los guardias portuarios por unos minutos y que, una vez atracados, echarían un ojo en castillo para confirmar que el rumor era cierto. Un vistazo y listo, podrían volver a ponerse en marcha a por el oro, la plata y el cobre.

La Furia de Neptuno aceptó. Intuía que esa tal Lady podía dar mucho más de lo que ofrecía. Si el rumor se cumplía, ella misma desvalijaría las cámaras bancarias de la morena. Y si no se verificaba, bueno, su tripulación estaba acostumbrada a los secuestros y extorsiones.

Rachelle les hizo firmar un contrato-promesa en el que se recogían todos los procesos a realizar en el viaje y su compromiso a pagarle su peso en riquezas brillantes. Era pirata, pero no era tonta. Solo se fiaba de la palabra de su contramaestre calvo, y se lo había ganado tras años viendo sus patosas caídas y no riéndose después a su costa.

- Vamos, pues. Recoged vuestras cosas y os guiaré hasta mi grandioso navío.



En poco más de cuarenta minutos, los cinco entraban en el puerto, donde el sol calentaba intensamente la piel. El olor a mar los acompañó entre los cabos, madera húmeda y marinos durmientes que sorteaban mientras cruzaban el muelle. El eco de los pisotones de NinaBieca por el embarcadero se escuchaba en todos los lados. Al fin, LaBlonde, que guiaba al grupo, paró en seco y se giró con una amplia sonrisa. La sangre seca de su vestido resplandecía como purpurina bajo la luz del sol.

- Aquí lo tenéis. Mi nave, mi hogar, mi corazón -. Levantó los brazos por encima de su cabeza apuntando hacia la enorme embarcación que estaba tras ella -. ¡El GaySi/Disi!