Esa tarde los ánimos estuvieron algo bajos.
El barco había conseguido partir presurosamente del Lago Montalvo,
adentrándose de nuevo en el río y dejando atrás la fortaleza real. El lago
servía solamente como puerto de carga y descarga para algunos productos que se
necesitaban en palacio, por lo que no había ningún otro navío preparado para
seguir su rastro por las aguas. Nadie los seguía.
Pero el rumor había tornado ser cierto. En efecto, LaBlonde había acertado
con su intuición sobre el cotilleo de la sumisión del Rey y el aquelarre de la
Reina.
Una vez que el GaySi/DiSi se hubo
alejado lo suficiente del castillo, Lady Lía resolvió que lo mejor para superar
una depresión era una buena cena. El silenció reino en el comedor donde todos
estaban reunidos durante la primera media hora de la comida nocturna. Se podía
escuchar el sonido de varios cerebros cavilando sobre lo sucedido y el ruido de
múltiples dudas formándose entre los pensamientos de nuestros protagonistas.
- Lo que no entiendo es qué tiene que ver la esfera en todo esto – John
Jesus interrumpió el silencio, sin levantar la mirada de su humeante plato -.
Rachelle nos comentó que era un símbolo del aquelarre Entropía y, sin embargo, fue el Rey el que nos encomendó llevarlo
al Templo de Peleteirocles, sin duda antes de perder su voluntad.
- Y allí Evanthra quiso recuperar la esfera. ¿En qué marrón estamos
metidos, troncos? – Girautius puso cara de preocupación antes de meterse un
buen mordisco de plátano frito en la boca.
- Quizá deberíais retiraros, grumetes. Ya sabéis que soy una antisistema,
pero lo llevo en la sangre: mis padres trabajaban como ratas de laboratorio
para la Reina y huyeron de allí para criarme hippiescamente. Vosotros, sin embargo, sois carne de palacio: una
Lady, un Sir, un curandero y una ingeniera. Noto poca rebeldía en vuestros
títulos.
Todos miraron a la Furia de Neptuno desanimados. La Descarriada, la que
más. ¿Y qué saciaría su sed de aventuras ahora?
- Esperad – el Sir se irguió en su silla -. Mientras estábamos allí nos dio
tiempo a escuchar un breve monólogo maníaco-vanidoso de la Reina. Y juraría…sí,
juraría que mencionó algo de una tal Lauranstein – se levantó con aire decidido
y compuso su mejor pose de interesante -. ¿Queremos respuestas? Pues las
tendremos. Pero deberemos ser nosotros los que vayamos a por ellas.
-Bueno y… ¿por dónde empezamos a buscarlas?
- De eso me encargo yo – el contramaestre calvo de la capitana hizo notar
repentinamente su presencia en la cena. Abandonó su silla y se ausentó de la
estancia unos minutos mientras los demás elevaban una de sus cejas en señal de
curiosidad. Poco después, la mano derecha de LaBlonde depositaba un pesado
libro en la mesa del comedor -. “Páginas ambarinas”: el manual sobre la
sabiduría de la geoubicación.
La ceja curiosa de Luciana volvió a su lugar.
- ¡Pues claro! ¡Es una magnífica idea! No sabía que poseíais uno de estos
extraños tomos. Una vez conseguí ver uno en una biblioteca de Portus Ameneirus,
pero no logré reunir el suficiente dinero para adquirirlo - Luciana agarró el
ejemplar y comenzó a pasar sus páginas
con cara de ingeniera emocionada -. L… La… Lau… - Las páginas del tomo
desprendían un leve olor a rancio - ¡Aquí! Lauranstein, S.L.
Todos los presentes se inclinaron por encima de los hombros de la
jovencita. Allí mismo, sobre una de las páginas ambarinas, estaba escrito con
tinta perenne:
“Lauranstein, S.L.
Pantano de Vicus
Cerca de un Pizza Mobile”
- Pantano de Vicus, allá vamos – concluyó Lady Lía, limpiándose glamurosamente
una mancha de chocolate en un codo.
Desgraciadamente, un navío de gran envergadura como el GaySi/DiSi no podía llegar hasta su nuevo destino. Tan solo podía
acercarlos hasta el pueblecito más cercano, Pontium Vedris, a unas horas en
caballo del pantano.
LaBlonde aceptó navegar hasta ese poblado y depositar a sus cuatro
invitados sanos y salvos. Al iniciar el viaje hacia palacio, la pirata se había
prometido desvalijar las cámaras bancarias de la Lady. Sin embargo, había contraído
una deuda con ella al salvarle de aquel maldito calamar. Maldito. Calamar.
Suponía que un hecho equilibraba al otro y su conciencia no le permitía robar a
la Descarriada. De momento.
Así que se pusieron en marcha y un día después soltaban el ancla en las
olorosas aguas del lugar. Fueron 24 horas intensas: John Jesus y Luciana bailaron
hasta el amanecer, uno con ayuda de sabrosos combinados piratas y la otra sin
ayuda alguna, mientras Girautius se quejaba de la escasez de féminas y Lady Lía
discutía con Rachelle sobre qué dios nórdico era mejor, Thor o Loki. Tener un
nuevo objetivo en el que centrar sus esfuerzos había alegrado a la tripulación
notablemente.
La tarde de la arribada al puerto de Pontium Vedris, La Furia de Neptuno se
despidió brevemente:
- Esperaremos aquí cinco días. Si no habéis vuelto para entonces, entenderemos
que habéis sido asesinados, secuestrados o habéis encontrado la puerta a
Narnia. Sea cual sea el motivo, levaremos anclas y soltaremos amarras. Buena suerte,
grumetes del palo – se llevó dos dedos a la frente esbozando un saludo, giró
sobre sus talones e hizo brillar las lentejuelas de su camisa una vez más antes
de perderse entre los marineros.
- Bien, chicos, yo ya tengo a mi fiel corcel – dijo la Descarriada
acariciando el hocico de NinaBieca, que se había pasado los últimos tres días
durmiendo cual gorda -. Pero creo que será necesario alquilar unos caballitos
para vosotros. A Luciana le pega un poni pero no sé si tendrán alguno en el
almacén.
- Me vale con un caballo rosa.
- ¡Vamos! ¡Hacia nuestro destino!
Los cuatro arrancaron con ganas, abandonando el puerto y adentrándose en el
pequeño pueblucho, en busca de una tienda de alquiler de transporte cuadrúpedo.
No llevaban ni cinco minutos paseando por las adoquinadas calles cuando
Girautius se detuvo repentinamente. Alzó la mano y señaló la pared de una
casita ruinosa.
- Chavales, me da que somos famosos.
Delante de ellos había cuatro carteles, cada uno con el retrato de una de sus caras, bajo el que lucía una leyenda que rezaba "Se busca".