martes, 19 de noviembre de 2013

Capítulo XVI: Gaivotas á terra, piratas á merda

Ninguno de nuestros cuatro protagonistas había viajado tanto en barco como para haber contemplado un calamar gigante de cerca. Y hasta ahora tal ausencia no les había impedido dormir por las noches. El burbujeo que Luciana había escuchado había dado pie a unas fuertes salpicaduras de agua dulce que empapaban a la tripulación. Por supuesto, ninguno sabía cómo actuar ante tal situación.

LaBlonde había dejado a cargo del timón a su contramaestre calvo y corría en todas direcciones, asegurando cabos y lanzando órdenes por doquier. Se acercó a sus invitados unos segundos.

- Es un calamar gigante de río. Seguro que en el instituto de los calamares gigantes se metían con él por su pequeño tamaño y por eso se adentró en aguas fluviales. Malditos bichos. ¡Nunca es bueno mezclar! El ron con el ron, el vodka con el vodka, ¡y los calamares gigantes, en el mar! – agarró unos tablones de madera, amontonados en la cubierta muy convenientemente, y los repartió entre los huéspedes -. Cogedlos y arreadle a cualquier miembro del calamar que pilléis. Alejaos de las ventosas, son más pegadizas que el suelo de un pub al amanecer.

Lady Lía rechazó cortésmente el tronco de Rachelle.

- Tengo mi espada. No sé usarla, pero creo que haciendo así… y así… - la Descarriada hizo aspavientos con el filo de su mandoble, poniendo su más que entrenada cara de lucha.

- Ya… suerte con eso – la Furia de Neptuno puso los ojos en blanco y los abandonó para continuar con las preparaciones anti-monstruos.

Los cuatro héroes se miraron los unos a los otros. Parecían cuatro niños con cuatro palos de madera. Girautius temblaba vigorosamente; John Jesus hacía cálculos mentales sobre la posibilidad de charlar con el calamar y evitar el conflicto armado; Luciana se había sentado y dibujaba gatos furiosos en su tablón de madera. Y Lady Lía recordaba que había dejado una magdalena en el desayuno para picar a media mañana…

Un largo y viscoso tentáculo de calamar ascendió de las aguas. El oleaje que provocó hizo caer al suelo de cubierta a LaBlonde.

…la magdalena estaba rellena de chocolate fundido y unos pequeños montoncitos de azúcar glacé cubrían la esponjosa superficie caramelizada del bollito…

La pegajosa extremidad del monstruo marino-fluvial agarró uno de los pies de la capitana y comenzó a arrastrarla hacia el mar. Rachelle podía haber hundido sus uñas en la madera de la cubierta para frenar el avance, pero se le habría estropeado su manicura. ¡Lo difícil que era encontrar esmaltes de uñas antialérgicos en estas tierras! Avanzaba, imparable, hacia un letal ahogamiento.

…la masa del bizcochito aparentaba ser de zanahoria. Pero Lady Lía ya no lo podría averiguar jamás. Ese monstruo acabaría por hundir el navío y, con él, su preciada magdalena. Era algo que no podía permitir.

Cegada por la gula y el recuerdo del olor del cacao, nuestra heroína asió la empuñadura de su espada con ambas manos y la alzó sobre su cabeza. Cruzó la cubierta corriendo y arremetió un sablazo al tentáculo que sujetaba el pie de la Furia de Neptuno. La extremidad se partió en dos, liberando a la ya condenada LaBlonde.

- ¡Vaya! ¡Gracias, retaquito! ¡Soy muy fan!

La siguiente media hora consistió en un caos absoluto. Los piratas del navío disparaban los cañones laterales y tardaban un par de minutos en volver a cargarlos. La ingeniera, el curandero y el sir golpeaban con sus maderas cualquier atisbo de calamar. Rachelle y Lady Lía luchaban con sus floretes contra los tentáculos. Los gritos se confundían en el aire:

- ¡Muere, bicho, muere!

- ¡Sólo me gustarías bien asado y con condimento!

- ¡Mi magdalenaaaa!

Y, de repente, tal y como había aparecido, el calamar gigante se dio por vencido. Retiró lentamente del barco sus apaleadas extremidades  y se sumergió en las profundidades de las aguas. Ya sólo se oían los jadeos y resoplidos de la tripulación. Dos heridos y veinticinco empapados, eso era todo.

- Bueno… aún queda un día de viaje… ¡abrillantad el barco y sigamos nuestra travesía! ¡Epa, epa! – la capitana observó el estado de sus ropajes y se dirigió a su camerino a engalanarse. De camino a las escaleras que guiaban a su dormitorio, se detuvo ante los cuatro huéspedes -. Te debo la vida, mingurria morena. No me olvidaré.



El resto del trayecto fue muy tranquilo en comparación. Lady Lía contó al menos diez veces a los distintos y alentejuelados marineros la fabulosa aventura de cómo había doblegado al calamar gigante. Luciana siempre le decía que para que fuese un buen relato le faltaba algo de romance al asunto.

Comieron, cenaron y volvieron a desayunar como si no hubiera mañana. Y ninguna magdalena fue olvidada.



Al mediodía de la segunda jornada avistaron el Lago Montalvo y el castillo real. Girautius y John Jesus sacaron sus capas de Asesinos Reales de sus arrugadas pertenencias. Ahora comenzaba la verdadera hazaña.