Cual película clásica de
naufragios, nuestros valientes y suicidas héroes fueron arrastrados por la
marea de las aguas del acantilado hasta la costa, apareciendo inconscientes,
pero extrañamente vivos y saludables, en una pequeña playa.
Luciana fue la primera en abrir
sus ojos. Como si se hubiese despertado de una breve siesta, se estiró de
brazos y piernas y se atusó el pelo. Revisó que no le faltara nada: sujetador de
lino, puesto; capa de Piolines, entera; tintas de colores, apenas con un
rasguño; croquis del Templo de Peleteirocles, masilla húmeda y amorfa. “Vaya,
tendré que reorientarme y repetir nuestro maravilloso mapa de colores…”
Una vez la jovencita hubo
examinado todas sus pertenencias, se levantó y miró a su alrededor. A su
izquierda, John Jesus y Girautius se desperezaban mojados de pies a cabeza, y
un relincho le confirmó que la valerosa NinaBieca había aprendido a nadar bajo
presión. Pero un paisaje más desolador le esperaba al girar su testa: Lady Lía
yacía desmayada sobre la arena, sin dar atisbos de estar viva.
- ¡Caballeros, caballeros! –
gritó Luciana llamando la atención del Sir y el curandero – ¡Creo que la
Descarriada no respira!
Los tres corrieron velozmente
hacia el cuerpo aparentemente inerte de la dama de metro y medio. Una vez más
próximos a ella se aseguraron de que, efectivamente, no mostraba signos de vida.
- ¡Oh, por la hierba buena…! ¡Habrá
que reanimarla de alguna manera! – Girautius observó cómo sus dos compañeros le
cedían con la mirada el placer de resucitar a la Lady – Bueno, yo… yo lo haría,
pero no quiero que penséis que me gusta ella, ni nada. Mejor que lo haga mi
coleguilla el Sir, que ya ha practicado el boca a boca anteriormente.
- A ver… no era exactamente un
boca a boca… Aquella mujer rubia y guapa se había desvanecido al tocarle la
mano a Justincino Biebberus, ¡no se había tragado medio mar salado, como es el
caso de la morena esta! Lo mejor es que su mejor amiga y objeto de sus
confidencias la ayude en estos momentos de penuria – John Jesus señaló a
Luciana, tratando de librarse de la incómoda tarea.
-¡Ah, claro, claro,…! ¡Como la
gente de mi gremio decía que yo era lesbiana, pues que sea Luciana la que bese a la chica! ¡Pues no es así, nobles varones! Se han acabado los sucios rumores
que recaen sobre mi cabeza, no pienso revivir a Lady Lía. ¡Poneos vosotros a
hacerlo, egoístas hombretones! – la nariz de la ingeniera se había puesto roja
de exaltación.
- ¡Mejor que la resucite su caballo,
no merece más que eso!
Los tres supervivientes del océano
miraron a sus espaldas. Se habían enfrascado tanto en sus excusas que se habían
perdido el Gran Despertar de Lady Lía (así lo comenzó a llamar nuestra
protagonista, al menos).
- Ya me he practicado el boca a
boca a mí misma, tranquilos.
Aliviados por el resurgir de su
cabecilla, se sentaron en la arena de la cala para hablar sobre lo que debían
hacer a continuación. Los de cabeza matemática y organizada, Luciana y John
Jesus, insistían en averiguar su localización y volver a crear un mapa para
reemprender el viaje. Por otro lado, los más aventureros e imprudentes, optaban
por encontrar algún hotelito y pasar la noche cerca de la costa antes de volver
a las caminatas.
Tanto se habían concentrado en su
debate por su futuro y el Templo, que la voz de una mujer desconocida los
sorprendió poco después.
- ¡Vaya, hombre! Me acerco hasta
aquí pensando que al fin podría analizar unos frescos huevos de ballena… ¡y
resultan ser náufragos! Válgame mi suerte de bióloga marina.
Una mujerzuela de cabellos
cobrizos los miraba con los brazos en jarras. Tras ella, como un
guardaespaldas, se encontraba un individuo que por su mirada protectora parecía
ser su amante.
-Oh, disculpad. He debido de
asustaros. Sencillamente, estáis aposentados sobre mi playa y me preguntaba qué
motivo ha impulsado a cuatro forasteros a colarse en mi costera propiedad privada
– con un chasquido de sus dedos, el fuerte hombretón-escolta se adelantó e hizo
chocar su puño contra su otra palma, de manera amenazadora.
- Ustedes mis joviales señorías
perdonen nuestra imprudencia – la Descarriada se puso al mando -. No sabíamos que
esta preciosa bahía perteneciera a tan apuestos personajes. Permítanme que me
presente – Luciana no sabía que nuestra protagonista tuviera tal manejo de
modales; nunca habría apostado por ello -: soy Lady Lía de Cacheiras y me
acompañan tres sujetos variopintos y con títulos de menor rango.
- ¿Has dicho…de Cacheiras? – el corpulento
protector se dignó a hablar por primera vez, relajando los hombros y pasándose
una de sus manos por su cabellera moreno-grisácea – ¡Fíjate, cariño, yo he
trabajado para la madre de esta criatura! Sí, sí, efectivamente, una vez fui su
gorila personal, pero su mal genio me prejubiló… ¡Caramba! Lady Lía… Bueno, no
queda otra que las formalidades: soy Don Charles y esta de aquí – explicó apuntando
hacia la bióloga – es mi mujer Xoanatella.
Una vez relajado el ambiente,
todos comenzaron a charlar. Aquella pequeña playa en la que habían naufragado
era parte del terreno de la vieja casita de Charles y Xoanatella, que vivían
apartados de los tumultos de la ciudad, cultivando su comida y divirtiéndose
clasificando cangrejos ermitaños según colores y tamaños. Tenían una hija, pero
ésta había marchado del hogar muy joven como miembro de la tripulación de un
navío. Y como los viajeros de nuestra aventura habían podido atestiguar, eran bastante recelosos
ante los extranjeros.
Pero lo más trascendental sucedió
cuando Xoanatella comentó, como si la vida de nadie dependiera de ello:
- ¿El Templo de Peleteirocles?
Ah, sí, esas ruinas que están detrás del manzano. Jamás pensé que alguien
quisiera visitar esas piedras.