domingo, 21 de octubre de 2012

Capítulo VIII: En boca cerrada, no entra agua


Cual película clásica de naufragios, nuestros valientes y suicidas héroes fueron arrastrados por la marea de las aguas del acantilado hasta la costa, apareciendo inconscientes, pero extrañamente vivos y saludables, en una pequeña playa.

Luciana fue la primera en abrir sus ojos. Como si se hubiese despertado de una breve siesta, se estiró de brazos y piernas y se atusó el pelo. Revisó que no le faltara nada: sujetador de lino, puesto; capa de Piolines, entera; tintas de colores, apenas con un rasguño; croquis del Templo de Peleteirocles, masilla húmeda y amorfa. “Vaya, tendré que reorientarme y repetir nuestro maravilloso mapa de colores…”

Una vez la jovencita hubo examinado todas sus pertenencias, se levantó y miró a su alrededor. A su izquierda, John Jesus y Girautius se desperezaban mojados de pies a cabeza, y un relincho le confirmó que la valerosa NinaBieca había aprendido a nadar bajo presión. Pero un paisaje más desolador le esperaba al girar su testa: Lady Lía yacía desmayada sobre la arena, sin dar atisbos de estar viva.

- ¡Caballeros, caballeros! – gritó Luciana llamando la atención del Sir y el curandero – ¡Creo que la Descarriada no respira!

Los tres corrieron velozmente hacia el cuerpo aparentemente inerte de la dama de metro y medio. Una vez más próximos a ella se aseguraron de que, efectivamente, no mostraba signos de vida.

- ¡Oh, por la hierba buena…! ¡Habrá que reanimarla de alguna manera! – Girautius observó cómo sus dos compañeros le cedían con la mirada el placer de resucitar a la Lady – Bueno, yo… yo lo haría, pero no quiero que penséis que me gusta ella, ni nada. Mejor que lo haga mi coleguilla el Sir, que ya ha practicado el boca a boca anteriormente.

- A ver… no era exactamente un boca a boca… Aquella mujer rubia y guapa se había desvanecido al tocarle la mano a Justincino Biebberus, ¡no se había tragado medio mar salado, como es el caso de la morena esta! Lo mejor es que su mejor amiga y objeto de sus confidencias la ayude en estos momentos de penuria – John Jesus señaló a Luciana, tratando de librarse de la incómoda tarea.

-¡Ah, claro, claro,…! ¡Como la gente de mi gremio decía que yo era lesbiana, pues que sea Luciana la que bese a la chica! ¡Pues no es así, nobles varones! Se han acabado los sucios rumores que recaen sobre mi cabeza, no pienso revivir a Lady Lía. ¡Poneos vosotros a hacerlo, egoístas hombretones! – la nariz de la ingeniera se había puesto roja de exaltación.

- ¡Mejor que la resucite su caballo, no merece más que eso!

Los tres supervivientes del océano miraron a sus espaldas. Se habían enfrascado tanto en sus excusas que se habían perdido el Gran Despertar de Lady Lía (así lo comenzó a llamar nuestra protagonista, al menos).

- Ya me he practicado el boca a boca a mí misma, tranquilos.

Aliviados por el resurgir de su cabecilla, se sentaron en la arena de la cala para hablar sobre lo que debían hacer a continuación. Los de cabeza matemática y organizada, Luciana y John Jesus, insistían en averiguar su localización y volver a crear un mapa para reemprender el viaje. Por otro lado, los más aventureros e imprudentes, optaban por encontrar algún hotelito y pasar la noche cerca de la costa antes de volver a las caminatas.


Tanto se habían concentrado en su debate por su futuro y el Templo, que la voz de una mujer desconocida los sorprendió poco después.

- ¡Vaya, hombre! Me acerco hasta aquí pensando que al fin podría analizar unos frescos huevos de ballena… ¡y resultan ser náufragos! Válgame mi suerte de bióloga marina.

Una mujerzuela de cabellos cobrizos los miraba con los brazos en jarras. Tras ella, como un guardaespaldas, se encontraba un individuo que por su mirada protectora parecía ser su amante.

-Oh, disculpad. He debido de asustaros. Sencillamente, estáis aposentados sobre mi playa y me preguntaba qué motivo ha impulsado a cuatro forasteros a colarse en mi costera propiedad privada – con un chasquido de sus dedos, el fuerte hombretón-escolta se adelantó e hizo chocar su puño contra su otra palma, de manera amenazadora.

- Ustedes mis joviales señorías perdonen nuestra imprudencia – la Descarriada se puso al mando -. No sabíamos que esta preciosa bahía perteneciera a tan apuestos personajes. Permítanme que me presente – Luciana no sabía que nuestra protagonista tuviera tal manejo de modales; nunca habría apostado por ello -: soy Lady Lía de Cacheiras y me acompañan tres sujetos variopintos y con títulos de menor rango.

- ¿Has dicho…de Cacheiras? – el corpulento protector se dignó a hablar por primera vez, relajando los hombros y pasándose una de sus manos por su cabellera moreno-grisácea – ¡Fíjate, cariño, yo he trabajado para la madre de esta criatura! Sí, sí, efectivamente, una vez fui su gorila personal, pero su mal genio me prejubiló… ¡Caramba! Lady Lía… Bueno, no queda otra que las formalidades: soy Don Charles y esta de aquí – explicó apuntando hacia la bióloga – es mi mujer Xoanatella.

Una vez relajado el ambiente, todos comenzaron a charlar. Aquella pequeña playa en la que habían naufragado era parte del terreno de la vieja casita de Charles y Xoanatella, que vivían apartados de los tumultos de la ciudad, cultivando su comida y divirtiéndose clasificando cangrejos ermitaños según colores y tamaños. Tenían una hija, pero ésta había marchado del hogar muy joven como miembro de la tripulación de un navío. Y como los viajeros de nuestra aventura habían podido atestiguar, eran bastante recelosos ante los extranjeros.

Pero lo más trascendental sucedió cuando Xoanatella comentó, como si la vida de nadie dependiera de ello:

- ¿El Templo de Peleteirocles? Ah, sí, esas ruinas que están detrás del manzano. Jamás pensé que alguien quisiera visitar esas piedras.