sábado, 18 de abril de 2015

Capítulo XXI: El que a buen árbol se arrima, buen establo le cobija

NinaBieca llevaba toda la noche pavoneándose ante los dos castaños jamelgos de alquiler. Tras una reñida rifa, Luciana le había tocado de paquete a Lady Lía, por lo que la yegua cargaba a dos mujercitas a sus espaldas mientras movía elegantemente su melena de un lado a otro para lograr seducir a sus compañeros de cuatro patas.

Había dejado de llover, pero las nubes seguían cubriendo el cielo nocturno, por lo que la Luna no traicionó su posición en ningún momento. Las manzanas sin duda no habían sido suficiente manjar y el estómago de la Descarriada rugía de vez en cuando cual dinosaurio agonizante. Pero el trayecto transcurrió tranquilo y sin improvistos. Sabían aproximadamente la dirección hacia la que debían dirigirse para encontrarse con los pantanos y trataron de ajustarse a las indicaciones que conocían tanto como pudieron en la oscuridad de la noche.

Fueron tres largas horas. Y cuarenta minutos.

Entonces, el suelo firme fue sustituido por una fangosa superficie. El caminar de los caballos se hizo más lento y complicado. Un intenso olor a cenagosa naturaleza salvaje viajaba desde los alrededores hasta sus narices. En medio de las sombras sólo se escuchaba el ruido de las pisadas en el barro.

Pocos minutos después de introducirse en el pantano, vislumbraron unas luces a lo lejos. No eran demasiadas como para provenir de un núcleo urbano, sino unas pocas, como pertenecientes a una mansión o caserón de cierto tamaño. Era el primer avistamiento de construcción humana desde que habían abandonado las cercanías de Pontium Vedris. Y estaba en medio del Pantano de Vicus. A menos de medio kilómetro de la vivienda, se cruzaron con una señal de madera. A pesar de la negrura consiguieron descifrar su contenido: “Pizza Mobile a 1 km”, adornado con una flecha señalando al este. Se encontraban en el sitio adecuado.

A medida que se acercaban, una morada fue conformando su perfil iluminado contra el tenebroso paisaje del pantano. Distinguieron tres diferentes edificios: una mansión elegante y clásica, un invernadero en los terrenos más alejados y unos establos a uno de los lados.

Los tres corceles se detuvieron a la par en frente de la entrada principal de la vivienda. Dos antorchas iluminaban la puerta cerrada.

- Esto de viajar guarecidos por la oscuridad ha estado bien para no ser reconocidos por nuestros persecutores - comentó Luciana, interrumpiendo el silencio de la noche -, pero no creo que sea adecuado llamar a la puerta de un desconocido a las tantas de la madrugada. A menos que tengamos un cheque gigante y digamos que somos de la tele.

- A mí me vendría bien una siestecilla…- Lady Lía recorrió el terreno con la mirada – Podríamos reposar unas horas en el establo hasta que amanezca, así estaremos más despejados cuando nos enfrentemos a nuestro desconocido.

Por muy ilegal que fuera echarse a dormir en un recinto ajeno, ninguno de ellos se negó a la oferta. Los cuatro jinetes se bajaron de sus caballos y los llevaron tranquilamente hacia la caballeriza. Las puertas no estaban cerradas, probablemente no muchos ladrones de corceles solían acercarse a ese remoto lugar. Sigilosamente, tratando de no despertar a los jamelgos que descansaban en su interior, se sumergieron en la oscuridad del edificio de madera.

Ninguna sorpresa les esperaba en el interior. Poco a poco sus ojos se acostumbraron a la penumbra y se hicieron un hueco entre paja y suelo. Enroscados cual canes comenzaron a dormitar, todos sus huesos doloridos tras la ansiedad de las últimas horas.



Un extraño ruido despertó a Luciana. Con el corazón a mil por hora, se irguió en la improvisada cama y se frotó los ojos, tratando de enfocar en la escasa luz del amanecer. Era un repetitivo y agudo sonido que provenía de algún lugar dentro del establo. Miró a su alrededor: sus tres compañeros y la jamelga dormitaban profundamente, moviendo espasmódicamente de vez en cuando alguna pierna o brazo. Aún confundida por el repentino despertar, la ingeniera se puso en pie y comenzó a seguir el son intuitivamente.

Caminó casi hasta el límite del edificio, donde la gran puerta del establo se meneaba semi-abierta con el viento. El agudo sonido tronó de nuevo y Luciana estuvo segura de que se trataba de un ruido animal. Dio unos cuantos pasos más y se asomó tras un pilar de madera. Lamiéndose sus partes más íntimas, un peludo gato negro descansaba entre finas hierbas de paja.

La plebeya tosió deliberadamente, tratando de captar la atención del felino. A Luciana le encantaban los gatos y, por ello, sabía de primera mano que debía averiguar si era animal amigo o fiera salvaje con ganas de arañar caras. Pausadamente, el minino guardó su lengua y levantó la vista. Sus profundos iris verdes sostuvieron la mirada a la joven. Con lentos movimientos, ésta se acercó a pasitos al pequeño animal, se arrodilló junto a él y posó una mano en su cabeza, entre oreja y oreja. Y comenzó a rascar. El gato cerró los ojos en señal de disfrute y se dejó masajear gratuitamente. Abrió su boca y emitió el graznido que Luciana había estado persiguiendo: el mismo tono y cloqueo que una gallina. Sorprendida por lo inesperado, Luciana retiró su mano y cayó sobre sus posaderas.

- Veo que has conocido a mi pollato. O feligallina. ¿Cocoromiau? – una joven de alborotados rizos oscuros se debatía a escasos metros de nuestra protagonista coral. Vestía botas de montar a caballo y una larga bata blanca, como las de los doctores de ricos. Una extraña combinación que en opinión de Luciana habría sido mucho más acertada con un lazo rosa en algún lugar - … Está en proceso de nombramiento, no me decido y mi monstruo no me ayuda nada a aclarar mi mente. ¡Ah! Método científico, Lauranstein, método científico – agitó la cabeza para apartar las distracciones y concentrarse -. Primer paso, observación. Observo lo que hay. Segundo paso, inducción. Inducto que hay una desconocida acariciando a mi creación. Tercero, hipótesis. “A esta desconocida deben de gustarle los gatos y se ha colado en mis estancias con el objetivo de hacerse amiga del animal”. Cuarta etapa, experimentación. Desconocida, ¿has venido a familiarizarte con este felino porque eres una amante de esta especie?

Sentada sobre su trasero, Luciana miró a los ojos a la locura morena. De nuevo, iris verdes.

- Entre otras cosas. Es precisamente eso, pero también hay un propósito más allá del amor animal.

- Interesante. Así que te gustan los gatos, ¿y además…?

- Y además, mis amigos y yo hemos pasado la fría noche aquí con el objetivo de conocerla nada más salir el sol.

- ¿Conocerme?


- Sí, Lauranstein. Hemos cabalgado tres horas y cuarenta minutos para hablar contigo. ¿Puedo levantarme, sacudir el barro de mis fabulosas posaderas e ir a por mis compañeros?

martes, 3 de marzo de 2015

Capítulo XX: A caballo gratuito, no le mires el diente

- Lo que más me preocupa es cómo la Reina consiguió acudir tan rápido a Da Ninci. No han pasado ni veinticuatro horas desde el incidente en el Castillo.

John Jesus recorría las paredes repletas de bocetos con la mirada mientras reflexionaba en voz alta, para alivio de sus compañeros, que ya no tenían por qué poner sus cerebros a funcionar. Estaban desperdigados por el estudio del artista, sentados encima de montones de folios y clavándose puntiagudas plumas por todas partes.

- Eso es fácil de desentrañar – Da Ninci había regresado a su asiento detrás del escritorio de dibujo -. La Reina vino hace algo más de dos días a hacer el encargo. Y de todas formas – añadió con una floritura de su pincel en el aire -, seguramente puede teletransportarse con alguna energía demoníaca que produce su veneno de víbora. Por ejemplo. Es sólo una idea.

- Eso quiere decir que acudió al retratista justo después del incidente en el Templo de Peleteirocles – Luciana lanzó una mirada a Lady Lía, que se había ensuciado parte de su armadura zanahoria con tinta de color verde -. Romper la esfera no fue lo mejor que pudimos hacer.

- No me mires a mí, fue cosa del Sir ese.

- No fue cosa de ninguno; se cayó al suelo y se hizo añicos –John Jesus trataba de pasar la pelota de la culpabilidad a base de ser diplomático -. Lo importante es que nos hemos enterado de que estamos en busca y captura antes de que algún transeúnte nos reconociera. Estamos aventajados.

Girautius suspiró. Sabía que eso significaba que las fiestas repletas de mujeres habían acabado por un tiempo.

- Tú – la Descarriada señaló con su dedo índice manchado de tinta violeta a Da Ninci-, ¿qué quería Nuestra Encantadora Majestad de esa esfera? ¿Cuáles fueron los motivos que dio para declararnos delincuentes ante la sociedad? ¿Y por qué siempre lloro con la banda sonora de Titanic?

El dibujante levantó ambas manos en señal de vulnerabilidad.

- ¡No me dijo nada de una esfera! ¡Lo juro! Llegó aquí como una exhalación, acompañada de una bajita jovenzuela peliburdeos que destilaba maldad, y me dijo que dejara de hacer todo lo que me traía entre manos. Unos retratos corrían prisa, así que como buen trabajador autónomo que soy, acepté gratamente su oferta. No eran pinturas remuneradas, pero me explicó que llenar las paredes de las calles con mis obras sería una magnífica publicidad.

- Pringado.

- El caso es que durante tres largas horas me fueron describiendo uno a uno los detalles de vuestros rostros, hasta que el resultado les pareció suficientemente elaborado; entonces se marcharon tan rápido como habían llegado. No sé qué le habéis hecho a la Reina, pero por su apuro parecía algo realmente personal.

- Maldita sea – el Sir suspiró y bajó la cabeza en señal de derrota. Algo turbio estaba ocurriendo en Palacio y esa estúpida esfera fragmentada estaba involucrada en el asunto. El hecho de tener sus retratos colgados por toda la ciudad y, probablemente con cada hora que transcurría, por más territorios del Reino, no les ayudaba en su estrategia de investigación, que comenzaba con la visita a esa tal Lauranstein. Ahora más que nunca, si querían ayudar al Monarca masculino y, de paso, salvar sus propias vidas, tenían que averiguar qué función albergaba esa misteriosa esfera y por qué la Reina la deseaba tanto.

La quejumbrosa voz de Lady Lía quebró el hilo de pensamiento de John Jesus.

- Si estos retratos llegan hasta mi hogar, mis padres van a montar una buena. “Milady de Cacheiras huye de casa para convertirse en la más buscada delincuente del Reino”. El sueño de cualquier progenitor.

- ¿Has dicho…de Cacheiras? – Da Ninci había cambiado su mirada esquiva por unos ojos sorprendidos- ¿Milady de Cacheiras? ¿El Cacheiras de Teo? ¿Vacas, ovejas, tortilla?

- Eso ha dicho, colegui. Relaja la raja – sobresalió el tacto de Girautius en situaciones delicadas.

- ¡Pero si eres…! ¡Eres mi cuñada!

La Descarriada contempló desconfiada al joven delgaducho que le hablaba; se había incorporado tras su mesa de dibujo y podía entrever ropas de plebeyo bajo su mandil nada femenino.

- ¿Eres el ilustrador de cuentos infantiles que arruinó la reputación de mi hermana Herminia?

- No, soy el ilustrador de cuentos infantiles que le alegró la vida a tu hermana Herminia – chasqueó sus dedos y sacudió sus cejas, pero su respuesta no pareció animar el ambiente -. Míralo de esta forma: eres familia, eso cambia las cosas.

- ¿Ah, sí? ¿Cómo las cambia, exactamente? ¿Recibimos un bono descuento por un retrato nuestro de “Se busca”?

- ¿Y si os dijera que las copias de los retratos que se repartirán por los demás pueblos del Reino aún no han sido enviadas? – el artista observó cómo su frase calaba en las mentes de sus visitantes – Podría ocurrir que yo, dibujante detallista y pluscuamperfecto, decidiera retocar algún pormenor de vuestros trazos antes de que sean enviados mañana mismo. La nariz de Lady Lía no es tan pronunciada como me dejaron entrever, y esa melenaza afro es algo lisa si se ve a contraluz.

Se miraron unos a otros esperanzados.

- ¿Estás insinuando que vas a desfigurar nuestros retratos, cuñadito queridín?

-Sí, eso insinúo, pelotillera anaranjada.



Decidieron marchar aprisa para que nadie los pillara en el estudio y tacharan  a Da Ninci de artista negligente. Resuelto el problema de los carteles en el resto del Reino, tan solo debían lograr salir de Pontium Vedris sin ser reconocidos. Era un camino demasiado largo para ir a pie, por ello el cuñado de Lady Lía les había prometido alquilar un par de caballos a su nombre y dejarlos al anochecer en una apartada esquina del pueblo, donde podrían cogerlos y marchar tranquilamente hacia el pantano de la aún desconocida Lauranstein.

Cenaron, pues, al aire libre; cogieron unas manzanas que colgaban en un árbol no muy lejos del estudio “Ratero Monfero” y las comieron ocultos en las sombras. Todo poco sospechoso y muy sutil.

Al anochecer caminaron hasta el punto acordado con el artista y, allí, entre adoquines y malas hierbas, pacían dos despistados jamelgos.