jueves, 18 de abril de 2013

Sir John Jesus



NOMBRE: John Jesus

EDAD: 23

SEXO: Hombrecito

TÍTULO: Sir

TAMAÑO: 172 cm

FÍSICAMENTE: melena brillante y ojos castaños, nariz característica, con cara de inocente

EN CUANTO A SU CARÁCTER…: calmado y reflexivo, suele debatir los pros y contras concienzudamente antes de tomar una decisión, amante de los chistes verdes

HABILIDADES: mucha paciencia y capacidad de discurrir, conocimientos matemáticos y de Autocad, espíritu de trabajo (él no miente al incluirlo en su currículum)

DEBILIDADES: demasiado bondadoso con los demás y empático, saber tan bien lo que sienten los demás lo hace fácil de convencer

BIZARRO: le gusta el color naranja, como la armadura de Lady Lía, y se rumorea que también las tarimas de los bares del lugar

martes, 2 de abril de 2013

Capítulo XII: Más vale paquete roto conocido que paquete entero por conocer


La luz había vuelto y nadie sabía por qué. Ninguno había realizado un contra-conjuro, ni habían puesto en práctica una heroica locura que los había salvado de la ceguera. Girautius todavía olía el aroma a diente de león. Pero la situación era esa: la luz había vuelto y nadie sabía por qué.

Miraron a su alrededor; no se veía un solo rastro de la bruja. Aún así, ninguno de nuestros cuatro protagonistas abandonó su posición de defensa: Evanthra podía seguir en el templo, oculta entre algún trozo de columna y escombros.

John Jesus fue el primero en reaccionar. Envainando su espada, resolvió:

- No está aquí. Es imposible ocultar el fuego que tiene por cabellos. ¿Estáis todos bien?

Se escucharon varios gruñidos afirmativos y, poco a poco, los cuatro se fueron reuniendo en el centro del templo, Lady Lía con su recién descubierto florete en mano.

Luciana bajó la mirada a sus pies antes de comenzar a moverse. Allí mismo se encontraba el paquete que tanto viaje les había propiciado. Eso era lo que había notado con sus patitas suaves antes de que se hiciese la luz. Estiró las manos y, agachándose, recogió el bulto del suelo. Podía sentir entre sus dedos como el interior se había resquebrajado en pequeños y abundantes trozos.

- El paquete del rey… destrozado…

- Bueno, ya que se ha despedazado, ¿por qué no aprovechamos para echarle un vistazo? – Lady Lía tenía aún más curiosidad por averiguar que contenía ese enigma, ahora que una poderosa hechicera se había interesado por él.

- Creo que debemos reorganizar nuestro orden de prioridades – se impuso John Jesus con tono serio-: ¿no tendríamos que ahondar en el porqué del desvanecimiento de la poción?

Una tos restó atención a las palabras del sir.

- Em… Creo que tengo la respuesta para eso- Girautius se frotó el barbudo mentón con sus dedos de curandero en un esfuerzo por parecer más intelectual-. Se trataba de una poción muy potente, con unos ingredientes puros y bien tratados. Sus efectos solo desaparecen cuando también lo hace la amenaza que lo ha activado. Es decir- y reforzó esta última idea con su dedo índice-, que la bruja se ha esfumado y, con ella, la pócima.

- Pues sí que debían de ser importantes estos trozos de…lo que sea, si al haberse fracturado la bruja se ha dado por vencida y ha abandonado su cometido- Luciana le daba vueltas al inservible paquete entre sus manos, tratando de ver con su intensa mirada a través del envoltorio.

- Ni lo penséis –John Jesus podía adivinar en qué estaba pensando la joven-. Se trataría de una grave violación del tratado que realicé con el Rey en su día. No debo saber qué contiene ese bulto y no consentiré que nadie lo averig…

- ¡Oh, no! ¡De manera totalmente inocente se me ha resbalado el paquete de tal forma que se ha abierto en mis manos y puedo contemplar su interior! ¡Qué patosa soy!

Luciana exhibía una traviesa sonrisa ladeada mientras terminaba de apartar el envoltorio con una mano. Pero el contenido era confuso y decepcionante: una lisa esfera de porcelana yacía rota en pedazos entre los dedos de la ingeniera. En uno de los trozos se podía observar un grabado: una S decorada con un estilo barroco, como si se tratara de una letra capital de un texto antiguo.

- Vaya, qué desilusión- anunció por fin Luciana-. Esperaba que fuera algo más emocionante, como una cinta recopilatoria de canciones de Von Disnèy.

- O muchos cerditos hechos a base de papiroflexia.

- O una rosa roja esperando a su principito.

- O unos zapatos de tacón horteras.

- O muchas cosas rosas. ¡Un montón!

La conversación entre Luciana y Lady Lía se alargó hasta bien entrada la tarde, pues el incidente de la bruja no les había ocupado más de una hora. Fueron recogiendo sus cosas distraídamente: desataron a NinaBieca, se preocuparon de que no faltara nada y sujetaron bien los bultos en las alforjas. Luciana continuaba portando el paquete abierto en sus manos.

Los ánimos en los hombres, sin embargo, habían decaído, y no compartieron ninguna palabra en un largo rato.

Así, vagaron unas horas bordeando la costa, sin tener muy claro hacia dónde dirigirse ahora, pero sin ganas tampoco de averiguarlo. Habían concluido la misión y lo habían hecho fracasando: el obsequio para Peleteirocles había sido destrozado en cientos de piezas de inservible valor, y la bruja había dejado bien claro que no servían ni para dar de comer a los cerdos. Pobres cerdos. Sir John Jesus comenzaba a sentirse culpable de cualquier pensamiento que le cruzara la cabeza – estaba anocheciendo, necesitaban descansar.

Siguieron el camino marcado por los carromatos, en dirección al interior del Reino, y una media hora más tarde avistaron a lo lejos un pequeño pueblo industrial, sucio y algo maloliente, pero que serviría para echar una cabezadita.

Ante la insistencia de Luciana, que quería bailar algo de pachangueo antes de dormir, decidieron alojarse en un hostal con  tasca incluida. Al llegar junto a una vieja mesa de madera se derrumbaron en los taburetes que la rodeaban, unas contentas por haber sobrevivido a Evanthra y otros desilusionados por decepcionar al Rey. El que más, el noble que, con voz poco hombril, ordenó un vaso de crema de orujo y no levantó la nariz de él.

Luciana y Lía habían conseguido involucrar a Girautius en su disputa sobre cuál habría sido el mejor contenido del paquete (“emmm… ¿plátanos? ¿Muchos plátanos?”) y habían dejado los trozos de porcelana en medio de la mesa, entre ellos, olvidados.

Una mujer de larga cabellera rubia los llevaba contemplando intensamente desde su aparición en la taberna. Tres de ellos llevaban espada: los dos hombres y la mujer anaranjada. Nada atemorizante, en su opinión. Pero su madre, que había combatido en las filas hippies durante unos años, le había enseñado a evitar las confrontaciones: primero se pide permiso, después se reparten sablazos como panes.

Ninguno de los cuatro protagonistas se había percatado de su presencia cuando la mujer les susurró casi en sus oídos:

- Yo que vosotros guardaría esa esfera bajo llave. No sabéis cuán vil gente ronda estos baretos de mala muerte. Yo misma acabo de pensar en atracaros para llevármela.