Luciana había explicado al partir
que se trataría de un viajecito de unos tres días. Había trazado una ruta que
no incluía el paso por ningún pueblo o aldea, de forma que la discreción de su
misión fuera total. Tan solo debían ocuparse de no armarla.
El primer día transcurrió como
podían desear: tranquilamente, sin ataques de animales salvajes, y habiendo
caminado todo el trayecto marcado para esa primera etapa, sin retrasos. Los dos
hombres estaban acostumbrados a tales caminatas y pasaban el rato charlando
entre ellos de temas bastante comunes, como de cocina o de su gran habilidad
para el alemán. Sin embargo, la caballera y su escudera no eran mujeres
hechas para tal aburrimiento. Lía arrastraba a NinaBieca agarrada de sus
riendas y no paraba de soltar lamentos (“¡Qué tortura! ¿Qué os molesta que yo
vaya echando una siestecita montada en Nina? Por los Dioses, me aburrooo”).
Luciana se entretenía cantando canciones populares de los juglares de su pueblo,
como el famoso Aaronthos Carter, una y otra vez, sin agotarse ni su ánimo ni su
voz.
Los problemas comenzaron a surgir
el segundo día, cuando debían de llevar la mitad del camino recorrido. Es
sabido de Lady Lía que su torpeza traspasa fronteras: había dejado tras de sí,
en aquella cueva donde los cuasi-Asesinos Reales las habían arrastrado, uno de
los dos bultos con comida para el viaje de los que estaba encargada, por tener
a NinaBieca como "mula metafórica". A mitad del periplo, pues, se habían quedado
sin alimentos, y ninguno podía presumir de ser un gran cazador, pescador o
agricultor.
- Sé que ha sido culpa mía, lo
asumo – se disculpaba Lía ruborizada -. Pero pensemos. Puedo acercarme hasta
alguna granja cercana o puesto ambulante de perritos calientes y coger provisiones
para un par de días. Como he sido yo la que ha metido la pata, seré la
encargada de esta tarea. Y, bueno, Luciana también. Es mi escudera, no le queda
otra.
Así, Luciana sacó el croquis de
su bolsillo y lo contempló con su cara de pensar.
- Bueno, si queremos seguir con
buen ritmo este viaje, no deberíamos alejarnos demasiado de la ruta marcada. Creo que el lugar
más cercano donde poder reponer la comida es este pueblucho de aquí –y señaló
unos dibujitos con formas de casas cuya leyenda decía “Casuchas de un tal lugar
llamado Capeside”.
- Está bien. Nosotros nos
quedaremos aquí y cuidaremos de vuestras cosas. En realidad, no tendríais por
qué fiaros de nosotros. Pero lo cierto es que tengo tanta hambre y Lady Lía es
tan muñona, que lo único que me apetece hacer por ahora es sentarme en alguna
roca y cavilar – Sir John Jesus alzó una mano a modo de despedida y dio el tema
por zanjado.
- Suerte, mozalbetas – añadió
Girautius guiñando un ojo.
De esta manera, Lía y Luciana se
encaminaron a pie hacia Capeside, que aparecía en el pseudo-mapa como pueblo
cutre y perdido en la nada, pero que seguro que gozaba de alguna cantina. No
tardaron más de media hora en alcanzar el cartel que anunciaba el nombre del
pueblecito. Sin embargo, lo que las esperaba tras él no era exactamente un
pueblucho de mala muerte, como habían pensado.
A unos metros de ellas se alzaba
una gran fortaleza, con dos torres de vigilancia a cada lado de las puertas de
entrada, y custodiada por numerosos guardias. Numerosos guardias enanos. Se
encontraban ante un pueblo guerrero de Enanos Dawson, la más infantil de las
etnias enanas. Luciana y Lía se miraron de reojo, pero ambas sabían que no
podían retrasar más su tarea y que aquel lugar debía ser el indicado para
reponer provisiones.
Caminaron lentamente hacia el
robusto e infranqueable portón de madera, soltando silbidos y exclamaciones
(“¡Mira qué muro! ¡Qué imponente, qué grandioso, qué… piedra tan gris!”), para
hacerse pasar por simples turistas.
- ¡Mirar! ¡Humanos venir! Hacer
mucho tiempo que no ver humanoides por aquí.
- Parecer turistas. Chica naranja
parecer rarita.
Dos guardias Dawson se postraron
ante la puerta y apuntaron con sus lanzas a los cuellos de nuestras heroínas. Apenas medían un metro de altura, pero su corta mente no les permitía sentir
compasión, por lo que eran temerosos contrincantes. Además, la Lady Descarriada
aún no tenía espada. Genial.
- ¡Alto, mujeres! ¿Qué querer del
Pueblo de Capeside?
- Somos simples turistas,
queremos comer algo en algún bareto y descansar un poco en alguna posada. Sin
malas intenciones – Lía hablaba pausadamente para no alterar a los enanos,
mientras le daba un codazo a Luciana para que sonriera dulcemente y pusiera esa
cara de cordero degollado que solo ella sabía.
Los enanos pasaron un par de
minutos susurrándose comentarios, en una acalorada discusión de murmullos,
intentado decidir si dejarlos pasar o no. Debieron de parecerles inofensivas,
porque finalmente uno de ellos alzó la voz y determinó:
- Bien. Dejaros pasar. Pero tener
una condición: todo humano que venir a Capeside ver primero a Nuestra Majestad, La Reina de los Enanos Dawson, Bellatriz I.
Aaronthos Carter jajjajaja
ResponderEliminarcreo que ya puedo morir tranquila