martes, 4 de septiembre de 2012

Capítulo V: Aunque la muñona vista de seda, muñona se queda


Luciana había explicado al partir que se trataría de un viajecito de unos tres días. Había trazado una ruta que no incluía el paso por ningún pueblo o aldea, de forma que la discreción de su misión fuera total. Tan solo debían ocuparse de no armarla.

El primer día transcurrió como podían desear: tranquilamente, sin ataques de animales salvajes, y habiendo caminado todo el trayecto marcado para esa primera etapa, sin retrasos. Los dos hombres estaban acostumbrados a tales caminatas y pasaban el rato charlando entre ellos de temas bastante comunes, como de cocina o de su gran habilidad para el alemán. Sin embargo, la caballera y su escudera no eran mujeres hechas para tal aburrimiento. Lía arrastraba a NinaBieca agarrada de sus riendas y no paraba de soltar lamentos (“¡Qué tortura! ¿Qué os molesta que yo vaya echando una siestecita montada en Nina? Por los Dioses, me aburrooo”). Luciana se entretenía cantando canciones populares de los juglares de su pueblo, como el famoso Aaronthos Carter, una y otra vez, sin agotarse ni su ánimo ni su voz.

Los problemas comenzaron a surgir el segundo día, cuando debían de llevar la mitad del camino recorrido. Es sabido de Lady Lía que su torpeza traspasa fronteras: había dejado tras de sí, en aquella cueva donde los cuasi-Asesinos Reales las habían arrastrado, uno de los dos bultos con comida para el viaje de los que estaba encargada, por tener a NinaBieca como "mula metafórica". A mitad del periplo, pues, se habían quedado sin alimentos, y ninguno podía presumir de ser un gran cazador, pescador o agricultor.

- Sé que ha sido culpa mía, lo asumo – se disculpaba Lía ruborizada -. Pero pensemos. Puedo acercarme hasta alguna granja cercana o puesto ambulante de perritos calientes y coger provisiones para un par de días. Como he sido yo la que ha metido la pata, seré la encargada de esta tarea. Y, bueno, Luciana también. Es mi escudera, no le queda otra.

Así, Luciana sacó el croquis de su bolsillo y lo contempló con su cara de pensar.

- Bueno, si queremos seguir con buen ritmo este viaje, no deberíamos alejarnos demasiado de la ruta marcada. Creo que el lugar más cercano donde poder reponer la comida es este pueblucho de aquí –y señaló unos dibujitos con formas de casas cuya leyenda decía “Casuchas de un tal lugar llamado Capeside”.

- Está bien. Nosotros nos quedaremos aquí y cuidaremos de vuestras cosas. En realidad, no tendríais por qué fiaros de nosotros. Pero lo cierto es que tengo tanta hambre y Lady Lía es tan muñona, que lo único que me apetece hacer por ahora es sentarme en alguna roca y cavilar – Sir John Jesus alzó una mano a modo de despedida y dio el tema por zanjado.

- Suerte, mozalbetas – añadió Girautius guiñando un ojo.


De esta manera, Lía y Luciana se encaminaron a pie hacia Capeside, que aparecía en el pseudo-mapa como pueblo cutre y perdido en la nada, pero que seguro que gozaba de alguna cantina. No tardaron más de media hora en alcanzar el cartel que anunciaba el nombre del pueblecito. Sin embargo, lo que las esperaba tras él no era exactamente un pueblucho de mala muerte, como habían pensado.

A unos metros de ellas se alzaba una gran fortaleza, con dos torres de vigilancia a cada lado de las puertas de entrada, y custodiada por numerosos guardias. Numerosos guardias enanos. Se encontraban ante un pueblo guerrero de Enanos Dawson, la más infantil de las etnias enanas. Luciana y Lía se miraron de reojo, pero ambas sabían que no podían retrasar más su tarea y que aquel lugar debía ser el indicado para reponer provisiones.

Caminaron lentamente hacia el robusto e infranqueable portón de madera, soltando silbidos y exclamaciones (“¡Mira qué muro! ¡Qué imponente, qué grandioso, qué… piedra tan gris!”), para hacerse pasar por simples turistas.

- ¡Mirar! ¡Humanos venir! Hacer mucho tiempo que no ver humanoides por aquí.

- Parecer turistas. Chica naranja parecer rarita.

Dos guardias Dawson se postraron ante la puerta y apuntaron con sus lanzas a los cuellos de nuestras heroínas. Apenas medían un metro de altura, pero su corta mente no les permitía sentir compasión, por lo que eran temerosos contrincantes. Además, la Lady Descarriada aún no tenía espada. Genial.

- ¡Alto, mujeres! ¿Qué querer del Pueblo de Capeside?

- Somos simples turistas, queremos comer algo en algún bareto y descansar un poco en alguna posada. Sin malas intenciones – Lía hablaba pausadamente para no alterar a los enanos, mientras le daba un codazo a Luciana para que sonriera dulcemente y pusiera esa cara de cordero degollado que solo ella sabía.

Los enanos pasaron un par de minutos susurrándose comentarios, en una acalorada discusión de murmullos, intentado decidir si dejarlos pasar o no. Debieron de parecerles inofensivas, porque finalmente uno de ellos alzó la voz y determinó:

- Bien. Dejaros pasar. Pero tener una condición: todo humano que venir a Capeside ver primero a Nuestra Majestad, La Reina de los Enanos Dawson, Bellatriz I.

1 comentario:

  1. Aaronthos Carter jajjajaja

    creo que ya puedo morir tranquila

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