Una vez que los dos
secuestradores las hubieron liberado, nuestras dos protagonistas se pusieron
cómodas en el suelo de la cueva y contemplaron desconfiadas al noble y su
curandero. Éstos se habían deshecho de sus disfraces de Asesinos y lucían ahora
ropajes más elegantes y normales. Gente de ciudad. El tal Girautius, de hecho,
parecía llevar prendas demasiado ajustadas a su cuerpo para ser un sirviente de
la alta nobleza.
Tras coger una de las antorchas y
situarla en el medio de los presentes, como mini-hoguera, Sir John Jesus se
dispuso a contar su historia, gratuitamente.
- Como ya os he dicho, soy
alguien muy cercano a nuestro Rey. Hará un mes me hizo llamar a sus aposentos
urgentemente –hizo una pausa y pilló carrerilla-. Me contó que alguien había
amenazado su seguridad y que tan solo confiaba en mí para una misión de vital importancia.
Me dio este paquete – sacó un bulto envuelto en tela de una de sus bolsas- e
insistió en que debía ser una misión secreta. Me permitió llevar una ayuda para
el camino (Girautius, colega); me ofreció los trajes de Asesino y tan solo me
dio una directriz: “En el Templo de Peleteirocles, en su altar, debes depositar
este paquete. Cuidado. Es frágil. No me seas torpe”.
Se hizo el silencio en aquella
oscura cueva. Lía y Luciana ansiaban recibir más detalles de lo que parecía una
aventura ultra-secreta de lo más interesante. Pero el noble no tenía intención
de contar nada más. Y Girautius reposaba ya medio dormido con la cabeza apoyada
en una roca del suelo. El típico curandero.
- Bueno y… ¿qué hay dentro? ¿Qué
envuelve esa tela? ¿Qué requiere tanta prisa y sigilo?
Lía se mordía las uñas
ansiosamente. Ella y Luciana habían dejado volar sus imaginaciones: ¿una daga
manchada con la sangre del último unicornio?; ¿la corona que había lucido el
Rey durante la Batalla de Bachiller Ratus?; ¿un hada muerta que serviría de
ofrenda a Peleteirocles? Debía de ser algo de gran valor para ser adecuado como
obsequio para los dioses.
- Eso, jovencitas, no os lo puedo
decir. Ultra secreto de mejores amigos.
Decepcionadas e impacientes por
el inicio de una nueva aventura a la mañana siguiente, Lía y Luciana se
tumbaron en sus respectivas capas a dormitar lo que quedaba de oscuridad. No
era una cama muy cómoda, que digamos, pero fue suficiente para dormir como unas
vacas y despertarse con agujetas.
Aquella misma noche, Lía tuvo un
sueño, tan real como el suelo sobre el que dormía. Entre las ruinas del Templo,
cubierta de polvo, esperándola estaba una preciosa y cuidadosamente forjada
espada, que suplicaba a la Lady Descarriada que la hiciera suya.
Era allí, lugar en el que descansaba
el poder de Peleteirocles, sin duda alguna, donde el destino las aguardaba.
Pronto por la mañana, mientras
Lía se quejaba de que debía dormir más por el bien de la humanidad y Sir John
Jesus iba a rescatar a NinaBieca de su soledad, Luciana sacó un trozo de
pergamino y unos cuantos botes de tintas coloridas de su fardo, y comenzó a
hacer un croquis bastante cutre del camino a recorrer. Al menos era bonito a la
vista.
Después de la creación del plano
y de los autoelogios de la ingeniera (“¡Pero mira qué colorinchos! ¡Ai, qué
bonito me ha quedado!”), tomaron unas frutas frescas como desayuno. Mientras
las engullían, la heroína habló con la boca llena.
- Escuchad…mppfff…nomnom…
Nosotras dos os acompfffañaremmmos. Os serviremos de crunch crunch guardaespaldas
en este periplo… mmm rico rico – y viendo que John Jesus iba a replicar, añadió-.
Chst. Sin rechistar. U os acompañamos, o empezamos a llorar y a inventarnos
rumores sobre vuestra impotencia sexual. También podemos empezar a gritar “¡que
nos violan!”, que sabemos que os pone muy nerviosos a los hombres.
Un par de horas después, cuando
hubieron recogido todas sus pertenencias, los cuatro personajes comenzaban la
larga caminata que tenían por delante hasta el sagrado Templo de Peleteirocles,
el Dios benevolente con la gente adinerada.
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