martes, 7 de agosto de 2012

Capítulo III: Asesino ladrador, poco mordedor


Los Asesinos Reales eran famosos en todo el reino. Eran conocidas de ellos su despiadada frialdad a la hora de matar y su extrema profesionalidad en el arte de ejecutar. Servían al Rey tras haber hecho un pacto voluntario de lealtad y castidad, terminando con la vida de todo aquel que el monarca señalara o cuyo nombre susurrara. ¿Quiénes eran y cuáles eran sus historias? Nadie lo sabía. Las pocas personas que habían visto a un Asesino Real y habían sobrevivido para contarlo, habían esparcido el rumor de que eran hombres encapuchados, que vestían largas túnicas de tela ligera y vaporosa de colores tristes, con la marca del Rey (un gato con una Luna en su frente que Lía siempre había encontrado muy gracioso) grabada a fuego en la mano.

Y allí se encontraban, Luciana y Lía, atadas de manos y pies y escuchando como aquellos dos sanguinarios asesinos, con las caras ocultas en la sombra de sus capuchas, discutían sobre su muerte.

- Deberíamos interrogarlas y después matarlas. ¿Y si son espías de Lord Queiruga?- opinaba el más alto y desgarbado- A ver, que parecen buenas chicas y todo eso, no tengo nada contra ellas (perdonad mozas, sin ofender), pero no podemos arriesgarnos tras todo lo que hemos conseguido.

Su compañero reflexionaba en silencio, de brazos cruzados.

- Sí, supongo que no queda otro remedio que matarlas- dijo en un suspiro. Después inclinó la cabeza a un lado y puso un dedo en su barbilla, pensando-. Ahora hay que pensar cómo. Nada que deje pruebas de que hemos estado aquí. Piensa, Girautius, piensa… ¿qué haría un Asesino Real en nuestro pellejo?

El que acababa de hablar miró a los ojos a Girautius. Girautius miró a los ojos a su compañero. Luciana miró a los ojos a Lía. Lía miraba sus pies concentrada. ¿Había entendido bien? ¿Aquellos eran… impostores?

- Me imagino que un homicida de esos lo haría rápido y sin ensuciar. Ya sabes, chasss, sablazo: una muerta; zasss, cuchillazo: otra cae- narraba emocionado Girautius, que de tanto gesticular se quitó de un manotazo la capucha, dejando ver su riza melena afro.

- Per… perdonad –comenzó a farfullar Luciana tímidamente-, pero… ¿no sois Asesinos Reales? Porque parecer… lo parecéis, chicos.

Asombrado por la intervención de la joven presa, el hombre aún encapuchado soltó una risita. Después, una risa algo más fuerte. Y luego, una carcajada larga y continuada.

- ¿Asesinos? ¿Nosotros? – dijo éste limpiándose las lágrimas de risa con una manga- No, no… Quizá deberíamos habernos presentado antes, ya que no saldréis de aquí con vida: yo soy Sir John Jesus, noble de la capital y mano derecha del Rey; y este – añadió señalando al pelo afro- es Girautius, mi curandero personal.

- Sí, el Rey en persona nos dio estos trajes para camuflarnos y que nadie nos hiciera preguntas al vernos – agregó Girautius, atusándose el cabello-. Y ha funcionado bastante bien. Hasta ahora.

- ¿Qué? Pero, ¿qué hemos hecho nosotras? ¡Si dormíamos como marmotas allí tiradas en la hierba!

Sir John Jesus observó detalladamente a Lía. Lo cierto es que no parecía peligrosa, más bien riquiña, vestida con aquel aparatoso armazón naranja. De hecho, deberían haberlas dejado dormir y haber pasado de largo, pero Girautius había tropezado con una piedra y caído sobre unos arbustos, haciendo tal ruido que una de las muchachas se había despertado, alertando su curiosidad. Nadie debía saber que estaban allí. Nadie.

Lía había notado el brillo de compasión en los ojos del noble. Debía aprovechar la oportunidad para salvar su vida. Y la de Luciana, claro. Claro.

- ¡Ay de nosotras! – comenzó a gemir la Lady imitando alguna de las novelas que su tutora le había obligado a leer- ¡Apiadaos de estas pobres damas! Escapamos de una masa enfurecida de arquitectos y caímos rendidas ante el calor del fuego… ¡para que dos buenos hombres nos maten sin motivos! – el tono dramático había alcanzado su punto álgido.

Sir John Jesus sabía lo que tramaba aquella mujer menuda: dar pena y ser salvada por lástima. La más recurrida de las estrategias. Chica lista.

- Oye, John… tiene razón – el Sir no podía creer que Girautius se lo hubiese tragado-. Dejémoslas escapar… no saben nada de nuestra misión secreta. Ni siquiera sabemos dónde queda el Templo de Peleteirocles. Pero… de buen rollo, como tú quieras, tronco, Sir.

El noble miró con enfado a su compañero. No debería de haber mencionado el nombre del templo. No debería haber hecho alusión de su misión secreta. No debería haber abierto la boca, en definitiva.

- El Templo de… yo… ¡yo sé dónde está!

Todos miraron quedamente a Luciana. Aparecía exaltada, pero pronto su expresión de rememorar algo de su pasado se convirtió en una sonrisa de quien tiene el poder de negociar.

- De hecho, si nos soltarais yo… os diría cómo ir hasta el Templo. Es más, os haría un mapa. Los mapas se me dan bien, soy ingeniera y tengo muchas tintas de colores en mi bolsa: verde, violeta, rosa furcia, azul,…

Los dos falsos Asesinos Reales se miraron, reflexivos. No era un mal trato. Llevaban dos semanas sin recibir una sola pista de la ubicación del misterioso edificio religioso al que debían encaminarse.

- Girautius, -dijo Sir John Jesus derrotado- estoy muy cansado. ¿Qué te parece si nos quitamos estas incómodas túnicas, les curas las magulladuras a nuestras presas y no matamos a nadie?

- ¿A nadie?

- A nadie, amigo mío. Nada de sangre por hoy.

1 comentario:

  1. jajaja
    me ha encantado lo de las tintas multicolores, sobre todo la rosa furcia ;)
    sigue así!! ^^

    PD: hoy he llegado bicicleteando hasta cerca de tu casa

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