Los Asesinos Reales eran famosos
en todo el reino. Eran conocidas de ellos su despiadada frialdad a la hora de
matar y su extrema profesionalidad en el arte de ejecutar. Servían al Rey tras
haber hecho un pacto voluntario de lealtad y castidad, terminando con la vida
de todo aquel que el monarca señalara o cuyo nombre susurrara. ¿Quiénes eran y
cuáles eran sus historias? Nadie lo sabía. Las pocas personas que habían visto
a un Asesino Real y habían sobrevivido para contarlo, habían esparcido el rumor
de que eran hombres encapuchados, que vestían largas túnicas de tela ligera y
vaporosa de colores tristes, con la marca del Rey (un gato con una Luna en su
frente que Lía siempre había encontrado muy gracioso) grabada a fuego en la
mano.
Y allí se encontraban, Luciana y
Lía, atadas de manos y pies y escuchando como aquellos dos sanguinarios
asesinos, con las caras ocultas en la sombra de sus capuchas, discutían sobre
su muerte.
- Deberíamos interrogarlas y
después matarlas. ¿Y si son espías de Lord Queiruga?- opinaba el más alto y
desgarbado- A ver, que parecen buenas chicas y todo eso, no tengo nada contra
ellas (perdonad mozas, sin ofender), pero no podemos arriesgarnos tras todo lo
que hemos conseguido.
Su compañero reflexionaba en
silencio, de brazos cruzados.
- Sí, supongo que no queda otro
remedio que matarlas- dijo en un suspiro. Después inclinó la cabeza a un lado y puso un dedo en su barbilla, pensando-. Ahora hay que pensar cómo.
Nada que deje pruebas de que hemos estado aquí. Piensa, Girautius, piensa… ¿qué
haría un Asesino Real en nuestro pellejo?
El que acababa de hablar miró a
los ojos a Girautius. Girautius miró a los ojos a su compañero. Luciana miró a
los ojos a Lía. Lía miraba sus pies concentrada. ¿Había entendido bien?
¿Aquellos eran… impostores?
- Me imagino que un homicida de
esos lo haría rápido y sin ensuciar. Ya sabes, chasss, sablazo: una muerta; zasss,
cuchillazo: otra cae- narraba emocionado Girautius, que de tanto gesticular se
quitó de un manotazo la capucha, dejando ver su riza melena afro.
- Per… perdonad –comenzó a
farfullar Luciana tímidamente-, pero… ¿no sois Asesinos Reales? Porque parecer…
lo parecéis, chicos.
Asombrado por la intervención de
la joven presa, el hombre aún encapuchado soltó una risita. Después, una risa
algo más fuerte. Y luego, una carcajada larga y continuada.
- ¿Asesinos? ¿Nosotros? – dijo
éste limpiándose las lágrimas de risa con una manga- No, no… Quizá deberíamos
habernos presentado antes, ya que no saldréis de aquí con vida: yo soy Sir John Jesus, noble de la capital y mano
derecha del Rey; y este – añadió señalando al pelo afro- es Girautius, mi
curandero personal.
- Sí, el Rey en persona nos dio
estos trajes para camuflarnos y que nadie nos hiciera preguntas al vernos –
agregó Girautius, atusándose el cabello-. Y ha funcionado bastante bien. Hasta
ahora.
- ¿Qué? Pero, ¿qué hemos hecho
nosotras? ¡Si dormíamos como marmotas allí tiradas en la hierba!
Sir John Jesus observó
detalladamente a Lía. Lo cierto es que no parecía peligrosa, más bien riquiña,
vestida con aquel aparatoso armazón naranja. De hecho, deberían haberlas dejado
dormir y haber pasado de largo, pero Girautius había tropezado con una piedra y
caído sobre unos arbustos, haciendo tal ruido que una de las muchachas se había
despertado, alertando su curiosidad. Nadie debía saber que estaban allí. Nadie.
Lía había notado el brillo de
compasión en los ojos del noble. Debía aprovechar la oportunidad para salvar su
vida. Y la de Luciana, claro. Claro.
- ¡Ay de nosotras! – comenzó a
gemir la Lady imitando alguna de las novelas que su tutora le había obligado a
leer- ¡Apiadaos de estas pobres damas! Escapamos de una masa enfurecida de arquitectos
y caímos rendidas ante el calor del fuego… ¡para que dos buenos hombres nos
maten sin motivos! – el tono dramático había alcanzado su punto álgido.
Sir John Jesus sabía lo que
tramaba aquella mujer menuda: dar pena y ser salvada por lástima. La más
recurrida de las estrategias. Chica lista.
- Oye, John… tiene razón – el Sir
no podía creer que Girautius se lo hubiese tragado-. Dejémoslas escapar… no
saben nada de nuestra misión secreta. Ni siquiera sabemos dónde queda el Templo
de Peleteirocles. Pero… de buen rollo, como tú quieras, tronco, Sir.
El noble miró con enfado a su
compañero. No debería de haber mencionado el nombre del templo. No debería
haber hecho alusión de su misión secreta. No debería haber abierto la boca, en
definitiva.
- El Templo de… yo… ¡yo sé dónde
está!
Todos miraron quedamente a
Luciana. Aparecía exaltada, pero pronto su expresión de rememorar algo de su
pasado se convirtió en una sonrisa de quien tiene el poder de negociar.
- De hecho, si nos soltarais yo…
os diría cómo ir hasta el Templo. Es más, os haría un mapa. Los mapas se me dan
bien, soy ingeniera y tengo muchas tintas de colores en mi bolsa: verde,
violeta, rosa furcia, azul,…
Los dos falsos Asesinos Reales se
miraron, reflexivos. No era un mal trato. Llevaban dos semanas sin recibir una
sola pista de la ubicación del misterioso edificio religioso al que debían
encaminarse.
- Girautius, -dijo Sir John Jesus
derrotado- estoy muy cansado. ¿Qué te parece si nos quitamos estas incómodas
túnicas, les curas las magulladuras a nuestras presas y no matamos a nadie?
- ¿A nadie?
- A nadie, amigo mío. Nada de
sangre por hoy.
jajaja
ResponderEliminarme ha encantado lo de las tintas multicolores, sobre todo la rosa furcia ;)
sigue así!! ^^
PD: hoy he llegado bicicleteando hasta cerca de tu casa