John Jesus se quedó paralizado, analizando la situación.
Si sus ojos no lo engañaban, allí, al lado del podio, se encontraba una mujer
de cabellos del color de las llamas, oculta bajo una gruesa capa con una
capucha que le ocultaba media cara. De hecho, ¿estaba seguro de que era una
mujer? Era tan pálida que bien podría haberse tratado de una gran muñeca de
porcelana.
El Sir comenzó a moverse muy despacio,
midiendo sus pasos concienzudamente. Quizá tuviera una especie de sensor de
movimiento o una visión selectiva como la de esos dinosaurios con los brazos
pequeñitos.
Fuere como fuere, se fue
acercando poco a poco hacia el podio donde se depositaban generalmente las
ofrendas a los dioses. Consistía en un pilar de metro y medio sobre el que
descansaba un cojín de suave terciopelo escarlata. Y allí debía descansar
también el paquete que tanto tiempo y canas les había costado.
Despacio, muy despacio, John
Jesus introdujo su mano en la bolsa que colgaba de su cinturón y sacó la
ofrenda del Rey, intacta (algo húmeda tras el salto al mar). Sopló sobre su
superficie para eliminar restos de pelusas y la posó con suavidad sobre la
almohadilla de terciopelo. Listo. Misión completa.
Ahora que el riesgo había pasado,
al Sir le hacía gracia el miedo que había tenido al entrar en el templo y ver
esa figura de mujer. ¡Por favor! ¿Pero qué iba a hacerle? ¿Matarlo a base de
hablar sobre tintes del pelo? A quién se le ocurría: cabellos incendiarios.
Esta juventud…
En las puertas del templo, sus
tres compañeros movían los brazos exageradamente y se chocaban los cinco los
unos a los otros. Puede que incluso las dos chicuelas estuvieran llevando a
cabo una coreografía algo hortera.
Sonriendo, el noble se dispuso a
reunirse con sus compañeros de aventuras. Y, entonces, se percató de un detalle
bastante preocupante: no los oía. Un silencio atemorizante le taponaba sus
oídos. Girautius, Luciana y Lady Lía estaban a unos escasos 7 metros de él,
gritándose entre ellos exclamaciones de jolgorio, y John Jesus no escuchaba sus
voces. Algo le impedía hacerlo. Aturdido, miró a su alrededor. ¿Qué estaba
sucediendo?
Percibió un movimiento a su
izquierda. Intuitivamente, bajó la mano hacia su espada, dispuesto a
desenvainar en cualquier momento.
- Non fai falta que saques o teu
pincho, cabaleiro. Non quererás ferir a alguén, ¿ou si?
De reojo, John Jesus observó cómo
sus amigos dejaban de bailotear y cambiaban sus caras de felicidad por sus
rostros de miedo.
Era ella. Era ella la que lo
estaba volviendo sordo.
La mujer de cabellos flameantes
alzó las manos y se quitó la capucha. Unos grandes ojos grises lo miraron
penetrantemente. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Mal rollito.
- ¿Quién sois? ¿Q-qué hacéis
aquí? – el aristócrata no pudo evitar tartamudear.
-Chámanme Evanthra, iso é todo o que necesitas saber – hablaba en un tono de
voz tenue.
- ¿Qué me estáis haciendo? ¿¿Por
qué no escucho nada excepto vuestra voz??
Evanthra jugueteó seductoramente
con sus rizos bermellones entre sus dedos. Aunque a John Jesus le pareció de
todo menos seductor en aquel momento.
- Verás, J.J., eu denomino isto “estratexia”. Ven a dicir que tes
información que eu quero saber; e que a mellor forma de que unha persoa sexa
sinceira e a través do respeto. O respeto lábrase co medo – sonrió-. ¿Tesme
medo, J.J.?
- No sé qué esperáis de mí, qué
información buscáis o cómo sabéis mi nombre… Pero sí sé una cosa: no
conseguiréis que os tema. Bueno, dos cosas: eso y que si me tocáis, mis
compañeros os destrozarán vuestro alternativo pelo granate.
Una risa de naturaleza maligna
recorrió la estancia. Nuestro aventurero sabía que era de naturaleza maligna
porque se podía saborear la depravación en el ambiente.
- Os teus compañeiros están algo
ocupados agora mesmo – los otros tres héroes de nuestra historia estaban atónitos:
por más que lo intentaban no conseguían moverse; sus pies parecían estar
pegados al suelo pétreo y lleno de escombros -. Será mellor que os deixemos
esforzarse. Ao que ía. Teño a orde de levarme unha ofrenda, unha especial, e so
unha. Así que – señaló a John Jesus con uno de sus pálidos dedos -, responde: é
esta a ofrenda do Rei?
Viendo que el hombre de alta cuna
no le respondía, lo observó más detenidamente.
- Pero, pódese saber que estás a
facer?
Mientras la malvada Evanthra
improvisaba su perverso discurso, el noble caballero había conseguido conectar
su mirada con la del curandero. Y es que, así como el Sir no escuchaba a sus
amigos, éstos no lo oían a él. Así que
se estaba dedicando a explicarle con gestos a su inútil amigo su recién
confabulado plan cuando aquella especie de bruja lo pilló en medio de una
extraña mueca.
- Non trates de xogar comigo:
xogarías con lume. A miña maxia queima mais a alma que un cani as rodas do seu buga. Son ama dos gatos, amiga das serpes, e
por riba de todo ¡escoito heavy metal!…
Pero xa estás outra vez??
J.J. estaba levantando su pulgar a Girautius a modo de aprobación.
Era su forma de decirle: “Espero que hayas entendido el plan, por los Dioses y
Arquitectos, ¡ponlo en marcha!”
Y vaya si se puso. Aún no está
muy claro cómo el curalotodo consiguió entender las instrucciones de su amigo
tan rápidamente y bajo tanta presión. Pero lo cierto es lo que había logrado.
Girautius cogió la pócima del
líquido espeso y negro. La lanzó al suelo. El bote de cristal se rompió en
cientos de afilados fragmentos. Se alzó el caos.
Lo último que vio Sir John Jesus
fue a Evanthra abalanzándose sobre el paquete del Rey y una densa oscuridad
cayendo sobre sus ojos.
pedazo capítulo! se pone interesante, me encanta el personaje de Evanthra!
ResponderEliminar" A miña maxia queima máis o alma que un cani as rodas do seu buga." xDDD
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