Desorientada como estaba al
principio, sin saber dónde encontrar leña que repartir y hostias que adjudicar,
Lía tuvo que detenerse a analizar el asunto tras pasar la noche cabalgando. ¿En
qué lugar del reino podía tropezarse con príncipes en apuros y demás clichés
épicos?
Sin duda aturdida por la falta de sueño, La Descarriada decidió pasar
unas últimas horas acompañada de seres queridos: su hermana Herminia, que había
insultado a su título de noble al enamorarse de un joven ilustrador de cuentos
infantiles, había sido confinada a una pequeña casa en el poblado más cercano a
la posición de Lía. Allí, la damiselita podría reponer fuerzas en un mullido
sofá y pedir consejo a su repudiada hermana.
No tardó más de dos horas a buen
trote en llegar al pueblecillo. La casa de su hermana lucía destartalada en su
exterior, pero sus adentros estaban más limpios y ordenados que el castillo
donde se habían criado las dos muchachas. Herminia, a la que Lía siempre había
apodado Herr Minia, por su mala leche que le recordaba a los nazis alemanes, la
recibió con una amplia sonrisa y ojos de morriña.
- ¡Lía, hermana querida!- exclamó
al verla llegar en su corcel- ¡Qué sorpresa tan agradable! ¿Qué haces montando
a mi apreciada yegua NinaBieca?
Rápidamente se pusieron al día. No
solo Lía había emigrado de su hogar, sino que la vecina de dos callejuelas más
arriba le tiraba los tejos al hermano del mejor amigo del primo del panadero.
“¡Esa lo que quiere son churros gratis!”, había pensado nuestra protagonista,
moviendo las cejas de arriba abajo en un sentido sexualmente acusador.
- Lo primero que debes hacer si
vas a irte de aventuras por el reino,- le aconsejaba su hermana- es conseguir
una armadura o algo que te proteja. Descansa lo que queda de mañana, voy a
buscar una coraza de latón que debo de tener escondida por algún rinconcito.
Tras una buena siesta, relajante
y acompañada de babas (una marca de la personalidad de nuestra protagonista),
Herr Minia le tendió un armazón viejo y herrumbroso a su hermana pequeña. El
óxido cubría todo el metal, de manera que la armadura había adquirido un
gracioso tono anaranjado.
- ¿No le quita seriedad al
asunto?- preguntó Lía cuando se hubo puesta la coraza zanahoria.
- Nah, te da personalidad.
Cuando Lía ya se encontraba
cómoda enfundada en su armadura cítrica, un revuelo fuera de la casa captó la
atención de las hermanas. En el exterior se oían gritos acusadores y silbidos de desaprobación. Aceleradamente, nuestra paladín corrió hacia una
multitud que no dejaba de chillar y parecía sumida en una pelea. Varias personas
enfurecidas no paraban de abuchear a una linda muchacha que se encontraba
rodeada por ellas.
Conmocionada, la joven no dejaba
de hacer aspavientos, vociferando: “¡Que los ingenieros tenemos estudios muchos
más complejos que cualquier otro! ¡Los arquitectos no tienen idea! ¡Gritadme lo
que queráis, los ingenieros somos la base de la civilización!”
El asunto se esclareció en la mente de Lía: una ingeniera argumentando su superior nivel de estudios frente a un grupo de arquitectos. Muy normal. Y muy peligroso.
Con cada una de sus palabras, la
masa que la rodeaba se alborotaba cada vez más. Uno de los hombres más cercanos
a ella, que se proclamó “Arquitecto de Castillos y Torres Elevadas” dio unos
pasos adelante sin que la ingeniera se percatara. Poco a poco iba alzando su
puño de manera amenazadora. Lía no pudo hacer otra cosa que intervenir.
Sus instintos la empujaron al
medio y medio de esa multitud, situándose entre el puño del arquitecto y la muchacha.
- ¡Basta! ¡Veo sus intenciones de
pegar a esta molesta jovencita! – La Descarriada elevó su voz para que todos la
oyeran- Todos vemos que parece una sabiondilla, ¡pero no es su culpa que los
ingenieros sean mejores en todos los aspectos! - un silencio se apoderó de la plazuela- Quiero decir, vamos, hay que asumir
que ingenieros 1 – arquitectos 0. Venga, un arquitecto es aquel al que le
faltaron huevos para ser ingeniero civil... y pechos para ser decoradora.
El gentío allí reunido fijó
entonces su atención en Milady, olvidando a la mujer que había causado el alboroto
inicial. Lía se echó la mano a sus cinturas y recordó en ese mismo instante que
todavía no había escogido una espada para su defensa. Más bien, ninguna espada
la había escogido a ella para blandirla.
A medida que la veintena de
hombres allí reunidos se iban aproximando más y más a la menuda heroína,
nuestra protagonista iba elaborando un plan en su mente. Eran demasiados hombres y demasiado fuertes para combatirlos a todos a la vez. Esperó al momento en
que el enfado estuviera en su punto álgido y, agarrando a la ingeniera sabionda
de la mano, en cuanto se oyó el grito de guerra de "¡A por las listillas!", ambas comenzaron a correr agachadas entre las piernas de los pobres
arquitectos. Su baja estatura las hacía escurridizas entre tanto hombre furioso. Siguieron corriendo unos minutos hasta alcanzar a NinaBieca, que
pastaba tranquila ajena a todo el alboroto.
Apresuradamente, Lía subió a su
yegua y comenzó a galopar, dedicándole un gesto rápido de despedida a Herminia,
asomada a la puerta de su casita, y con la ingeniera corriendo a su lado
desesperadamente.
- ¡Gracias…por…salvarme…la vida!
–decía entre jadeos- ¡Me llamo… Luciana Lopezuela… del Sur, Ingeniera… de Fosos
y… Puentes Levadizos! ¿Cómo puedo… agradecerle…?
- ¿Luciana, eh? – preguntó Lía
entre botes mirando de reojo a la joven de pelos castaños y vestida de plebeya-
Bien, Luciana, Ingeniera Sabiondilla, ¿qué te parecería ser mi nueva escudera?
Y así, hacia el horizonte se
dirigió una estampa que todo el pueblo recordaría: Lía, la Lady Descarriada,
montando a Nina, su radiante yegua gris, y acompañada de Luciana, su a partir
de entonces fiel ingeniera escudera.
esa lucia escuderaaa!! muy bueno lia
ResponderEliminarYo querría comentarrr más prrrrofundamente, pero Herr Minia no me deja sin antes haber rrrecogido la sena...
ResponderEliminarQuerida Lady Descarriada:
ResponderEliminarsimplemente genial.
La dama de los ojos grises.
Queridísma Lady Descarriada:
ResponderEliminarcomo cuidas tu cítrica armadura, la mía con las lluvias del galaico verano se ha puesto berenjena
una rendedida y plebeya lectora